Una semana antes de que la 6ª. Muestra Internacional Documental empezara, me asaltaba la más extraña fantasía: sufrir de una repentina enfermedad, no tan grave como para poner mi vida en riesgo, pero sí lo suficiente para ser internada en un hospital.  O tal vez podría tener un accidente pequeño, de esos que te inhabilitan a pesar de ti mismo y que te dejan bien resguardado en la mullida seguridad de tu cama. Esas cosas locas pensaba justo siete días antes del arranque oficial de la sexta versión de este evento, el primero en el que yo ejercía de coordinadora general. Sufría, por supuesto. No de otra manera se explica que imaginara estar mejor en una cama hospitalaria que al mando de una pequeña tropa empeñada en hacer de nuevo el milagro de un festival de cine, para colmo, documental.  

Heredé la organización de la Muestra en un momento de crisis, poco dinero, equipo nuevo y cierta inestabilidad institucional. “Lo de siempre”, dirán quienes se las han tenido que ver, cara a cara, con la tarea titánica de conseguir recursos y hacer gestiones para llegar a una nueva versión de un evento cultural, de esos que se toman el ciclo de un año para volver y que van sumando ediciones como se suman las estrellas en las hombreras de un general. La MIDBO suma ya veinticinco. Con Ricardo Restrepo, quien estuvo muchos más años en la dirección artística, Ericka Salazar en la producción y un gran equipo, desde seleccionadores hasta practicantes, tuve el gusto patológico de hacer la coordinación general durante cinco años, entre la 6ª y la 10ª versión, cinco estrellas que se suman a la fiesta de bodas de plata que este año se celebran.

Durante esos años, el público de la MID, para entonces no llevaba el apellido de Bogotá, pudo encontrarse con obras capitales del cine documental y al tiempo con películas de vanguardia, de esas que iban ampliando las líneas imaginarias que son las fronteras de este género que no atiende, como la ficción, a estrechos códigos creativos sino que, por el contrario, se reinventa cada vez con los códigos propios de quien firma.

Es así que en esa 6ª versión se encontraban en el mismo cartel de programación En el cuarto de Vanda, de Pedro Costa, y S21, la máquina de matar, de Rithy Pahn. Una de las tres salas con las que contamos en ese momento fue destinada por completo a la retrospectiva más completa que se haya hecho en el país de Jean Rouche, por si fuera poco, todas películas en 16mm. Estrenamos ese año la categoría Menos 24, un espacio en el que autores menores de 24 años aplicaban con sus óperas primas. En el seminario académico se escucharon ponencias con títulos que siguen siendo vigentes y que en su momento aportaron a las reflexiones de quienes se encaraban como creadores de la no ficción. “Evolución del documental en función de las nuevas tecnologías” fue la ponencia de Kay Hoffmann de Alemania; Alfred Guzzetti de Estados Unidos habló de “Lo documental y lo experimental” y Arlindo Machado cerró el seminario con su tema “El documental y el ensayo audiovisual”. 

Al año siguiente estrenamos la categoría Muestra de Muestras, una ventana de programación en la que ofrecíamos una selección de películas destacadas en festivales internacionales. Fue así como pudimos ver películas tan impresionantes como Los tres cuartos de la melancolía, de Pirjo Honkasala, o Santiago, reflexiones sobre el material en bruto, de Joao Moreira Salles. Ahora suena increíble, pero en la misma versión de la Muestra tuvimos la obra de Allan Berliner, quien también estuvo como invitado, y de Harun Farocki, películas de archivo, que abordadas de maneras tan distintas se convirtieron en toda una revelación para los asistentes a esa versión de la Muestra, la 8ª. MID en el año 2006. Un año después, logramos tener tanto la obra como la presencia de Nicholas Philibert, para entonces ya uno de los documentalistas más reconocidos en la producción europea, quien acaba de ganar el premio más importante del Festival de Berlín con su última película documental. 

He dejado para el final la presencia de las obras nacionales porque siento que la Muestra nos ha permitido asistir a la evolución de nuestro cine documental, a la vez alimentado e influenciado por aquello que hemos podido ver y aquello que hemos podido conversar en este mismo espacio. Hay que empezar este somero y siempre injusto listado con la madre y el padre de nuestro cine de lo real: Martha Rodríguez y Luis Ospina, tanto a ella como a él tuvimos el honor de programar en estos años, pero también fueron público fiel e incondicional de todas las versiones de la Muestra y partícipes activos del seminario académico. En no pocas ocasiones formaron parte del comité curador y siempre pudimos contar con sus buenos oficios para acceder a otros realizadores de la escena internacional. Luego viene una camada de realizadores que vienen formando lo que podríamos llamar un movimiento: Martha Hincapié, Jorge Caballero, Nicolás Rincón Guillé, Catalina Villar, Diego García Moreno, Felipe Guerrero… Entre la sexta y la décima son muchos los nombres de invitados, de realizadores y, por supuesto, de películas que hicieron que valieran la pena los sucesivos trastornos de ansiedad por los que pasamos en cada edición que estuvo a nuestro cargo. Hoy, desde la comodidad de quien mira a la distancia pero con el corazón cercano, hago votos porque la MIDBO siga siendo, por muchos años, nuestra gran fiesta del cine documental.

Archivo MIDBO – Ricardo Restrepo y su equipo (2009)