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La pesadilla de Nanook

La pesadilla de Nanook es una revista de la Corporación Colombiana de Documentalistas (ALADOS), que quiere llenar el vacío de publicaciones sobre el documental, tanto en Colombia como en Iberoamérica, analizando la producción con la que se experimenta de diversas maneras la realidad en la pantalla. Su equipo de trabajo está conformado por realizadores, críticos, académicos y comunicadores, interesados en dialogar sobre el cine de no ficción.    

La Pesadilla de Nanook

Bienvenida al lector

La denominación ALADOS refiere a seres que tienen extensiones del cuerpo que, en principio, les permiten volar. Es un criterio de clasificación tan amplio que incluye desde aeroplanos hasta cucarrones; tan ambiguo que trastabilla cuando en el horizonte aparece una gallina batiendo desesperadamente sus extremidades emplumadas. En sus archivos hay variedades que cumplen múltiples funciones, ya sean cuervos parlanchines o palomas mensajeras, colibríes o águilas, mariposas o zancudos, centauros o dragones, búhos, algunos peces y los enigmáticos archeopteryx, para solo citar algunos de ellos, sin olvidar el imprescindible ave fénix que viene a socorrernos cada que creemos fenecer. Zoologías domésticas, salvajes y fantásticas confundidas permiten incluso la intromisión de todos los ángeles -ya sean los que cantan las alabanzas al Señor o aquellos que han caído por los designios de Su furia a decorar los tormentos del fuego eterno-.

En el ámbito local, en Colombia, el término “Alados” hace referencia a los documentalistas que hacen parte de una asociación que, por motivos de conveniencia jurídica, optó por inscribirse en la Cámara de Comercio de Bogotá como corporación –esperando algún día hacerle honor a las iniciales contenidas en su sigla: Asociación Latinoamericana de Documentalistas-. Pero como la palabra documental es muy ambigua, algunos consideran que incluso puede sacar ronchas, es preferible asociar el término con cineastas de la no ficción o de lo real. Teniendo en cuenta que los límites entre ficción y realidad son cada vez más imprecisos, hay quienes prefieren que se les llame cineastas… simplemente cineasta. Entonces entramos en problemas porque para las entidades que financian el oficio los límites sí existen y está claro que consideran mucho más barato hacer cine documental que de ficción y no entienden que para lograr un buen resultado a veces hay que tomarse todo el tiempo o ir hasta recónditos lugares de nuestra esquizofrénica geografía, y que darle forma a una historia que se armó con la complicidad del azar y las obsesiones de un empecinado detective de lo inútil puede ser tan dispendioso y extenso en el tiempo, que hace que lo ahorrado en actores y locaciones deba pagarse en salarios de montaje y equipos de postproducción. Es que recibir en préstamo la imagen de una persona de carne y hueso y, a punta de trocitos de su vida, lograr la sensación de que en realidad es ella, que se le ha respetado su pensamiento, que no se ha violentado su intimidad, que a su disposición se han puesto todos los criterios éticos habidos y por haber, puede ser un ejercicio de alta sensibilidad y responsable intelecto, que toma mucho tiempo y puede convertirse en empresa muy costosa. Pero, ¿por qué depender de las instituciones oficiales para hacer documental? Si lo importante es aprovechar las ventajas tecnológicas, apropiarse de las herramientas de bajo precio, usufructuar de la democratización de los medios y estar continuamente produciendo memoria, siguiendo los grandes acontecimientos sociales, generando materiales que nos sirvan para entender lo que somos y nos den pistas hacia dónde vamos. La función del cine de lo real es otra, dirán otros. Lo importante es encontrar un lenguaje que nos defina, que surja de nuestra gestualidad, de nuestra estructura de pensamiento, que no esté contaminado con las sintaxis dominantes, colonizadoras, que el primer mundo nos ha tratado de inculcar desde el principio de la conquista. El documental debe, tiene, que ser libre, terapéutico, debe llevar el signo de tu yo, de tu étnia, en él se conjugan tu punto de vista, tus conflictos y toda la dinámica de lo social. Suena un coro a lo lejos. No seas egoísta, el documental debe ser la voz de los que no tienen voz. Se escucha un susurro. Debes entender que en la relación cotidiana con tu propia familia, en los conflictos con tu madre, están los secretos del universo, en la incertidumbre del amor está la esencia de la vida. Voces de sopranos y bajos confundidas contrapuntean, aturden, callan… Allí se reflejan los ecos de las explosiones de los agujeros negros, se conjugan el orden y el caos, la confusión y la promesa de clarificación del devenir, el destino; como diría el poeta de Greiff: “el raro albur”.

Voces de Alados múltiples, diversas, ¡vengan en nuestra ayuda! ¡Vuelen! Divaguen, ordenen, reflexionen, diversifiquen, discutan, recuerden, jueguen, critiquen, hagan de este lugar virtual un espacio real, lúdico y de pensamiento. Comuniquen, hagan sentir la múltiple, mutable, sorprendente vitalidad de un oficio que sucumbe día a día ante la seducción de lo real.

Bienvenidos a La pesadilla de Nanook, la revista virtual de Alados, donde se honra la tradición forjada por el documentalista Robert Flaherty, observando, con admiración y respeto, a Nanook y a su familia cuando los conoció en el ártico canadiense, una geografía glacial, inversamente proporcional a los climas tropicales, que acaso habrían transformado los sueños del indígena inuit en pesadillas inspiradoras, ardientes o agobiadas tanto por el calentamiento global como por la diversidad que caracteriza un legado cultural contrastante con el de Nanook; un legado hecho memoria por los documentalistas que, al otro lado del mundo, le habrían enseñado el vuelo de las guacamayas, los cóndores –confundidos por los cronistas de Indias con grifos gigantescos, que alzaban entre sus garras a los indígenas para devorarlos en alguna cumbre andina– o el canto insólito de las salamandras que, supuestamente, cacarean imitando a los pollos.

Diego García Moreno

Director La Pesadilla de Nanook