El cineasta francés,  gran explorador de lo desconocido a través de películas sobre colectivos e instituciones, en conversación con el director de La pesadilla de Nanook,  nos comparte sus apreciaciones sobre la explosión del cine documental, el impacto de las proezas tecnológicas,  y sobre la forma y la ética. El ganador del Oso de Oro del Festival de  Berlín en 2023 recuerda  su pasaje por la MID 2008.  

¿Guardas impresiones de cuando viniste a la MIDBO?

De mi pasaje por el festival en Bogotá guardo el recuerdo de una gran efervescencia entre los cineastas colombianos, especialmente en el territorio del  documental. Había algo que se estaba gestando. Me he enterado que el movimiento se ha amplificado. Eso me da mucha alegría, pues yo tuve un enorme placer al encontrar a los jóvenes cineastas.  Se sentía que había mucho deseo por hacer cosas y sobre todo mucha capacidad de invención, tendencias, estilos, miradas personales, miradas fuertes.

Nicolas Philibert con realizadores colombianos (MID 2008) – Foto: Diego García Moreno

El gremio ha crecido y se ha profundizado gracias al contacto con las películas, visitas, conversaciones con muchos participantes. El festival ha sido una escuela que ha ayudado a desarrollar todo eso, y entre esos insumos están tus películas. 

Eso es lo bueno de ir a los festivales en  todos los rincones del mundo. Nos permite ver la situación en la que se encuentra un país lejano. Desde aquí  (París) uno no se da cuenta. Los films circulan un poco, pero no tanto como debieran, y uno no está siempre disponible. Yo vi esa efervescencia en Méjico y en Colombia. Tengo fuertes recuerdos.

Cuando viniste se llamaba  la MID, hoy es la MIDBO. Le agregamos la sigla de Bogotá. Este año va a cumplir 25 años, ha crecido en paralelo con el siglo XXI. En este tiempo se han visto muchos cambios en el documental y en las expresiones de lo real. ¿Cómo ves esa evolución?

Pienso que lo que voy a decir no es muy original, y me excuso por ello. Entre los países hay grandes diferencias. Puedo hablar un poco de lo que pasa acá en Francia y algo en Europa. Pero no me atrevo a ir más allá. Creo que en todas partes, en América latina por supuesto, ha habido una explosión del documental. Hemos visto desde hace 25 o 30 años una efervescencia, una ebullición de festivales que se han creado en todo el mundo. En Francia y Europa hay muchos festivales. Las cadenas de televisión se han multiplicado, las fuentes de financiación han aumentado también. El número de documentales producidos se ha multiplicado espectacularmente. Por tanto, en el campo documental, y en la ficción, y como en toda actividad,  hay ricos y pobres. Hay filmes con gran presupuesto, los menos numerosos, y otros,  la mayor parte, que  son producidos más precariamente, y  se hacen gracias al deseo, la voluntad,  la tenacidad de los cineastas, hombres y mujeres. Afortunadamente hay cada vez más mujeres haciendo documentales. -Hago un paréntesis que no se si es justo en términos estadísticos: tengo la impresión de que las mujeres cineastas se interesan más por el documental que por la ficción. En todo caso, hay talvez  más hombres del lado de la ficción y quizás más mujeres en el documental. Como dije, es un paréntesis, pido excusas. Habría que verificar si lo que digo está fundamentado-. En esta multitud de películas hay que ver cuáles son las de cine y cuáles no. Y cuando digo películas  de cine, no quiere decir que son aquellas que salen en las salas. A todos nos pasa al ver películas que no han salido necesariamente en salas, puede ser en una plataforma que uno mira en su computador, que al verlas decimos ¡guau, es magnífica! ¡eso es  cine!. Y  también nos ocurre que vamos a las salas a ver una película en pantalla grande y al salir decimos ¡eso no es cine!, es un lenguaje formateado, no tiene ninguna invención, una narración que no tiene originalidad ni punto de vista. Hay muchas películas de tema. En las que lo que interesa es el tema. Por ejemplo, el calentamiento del planeta, una minoría, un lucha… Hay que dejar claro que hay magníficas películas militantes que nos hacen vibrar, pero hay muchas que pueden simplemente llevar al tema. Es ahí donde uno se pregunta ¿cuándo, o a partir de qué,  un documental es cine? Extensa pregunta. Yo me atrevo a dar una respuesta. Seguramente es incompleta y seguramente refutable. La idea es que hay cine cuando la película, el documental,  es más grande que el tema. Cuando lo sobrepasa,  lo pulveriza , lo transforma. Cuando el film nos habla de nosotros. Cuando uno ve una película sobre los Inuit o una minoría al otro lado del planeta y sentimos que nos toca en lo más profundo y nos habla de nosotros al mismo tiempo. Es ahí probablemente donde  hay cine.  

En Francia, donde hay una situación muy envidiada por muchos, leí hace poco que en el último año,  2022, salieron en sala 140 documentales, casi 3 por semana, pero muy pocos,  para mí, son películas de cine. Hay muchas películas que tratan los temas de manera militante. La palabra militante en mi boca suena despreciativa, pero no es el caso; yo encuentro que muchas películas militantes pasan al lado del cine porque cuando la intención es señalada, cuando se pretende pasar un mensaje, decirle al espectador lo que debe pensar, siento que se pasa al lado del cine. Yo hago películas para aprender, no  hago películas para decirle a los otros qué deben pensar. Mi trabajo consiste en tomar al espectador de la mano y decirle vamos allí, vamos juntos a aquel barco. En el fondo es una travesía: atravesar cierta cosas, una confrontación ante el otro y ante sí mismo. Invito al espectador a experimentar algo, un encuentro, así de simple. Para mí,  en la pasión de hacer documentales, que es mi pasión, por supuesto hay muchas otras, cada cual tiene su gramática, su estilo, su lenguaje, sus convicciones y creencias; pero, para mí, cuando el mensaje es demasiado subrayado, apoyado, se pasa al lado del cine. La belleza del cine llega de manera fortuita, no calculada, se desliza, pasa por las fisuras de la puerta y la ventana.

Nicolas Philibert (MID 2008) – Foto: Diego García Moreno

¿Crees que las invenciones tecnológicas recientes, la revolución informática en la producción audiovisual, han hecho evolucionar el documental?

Sí y no. Desde Nanook el arte del documental es un arte de lo falso. El igloo era cortado en dos para que la luz entrara al interior. Desde que uno introduce una cámara en cualquier parte las cosas se falsean en grados diferentes. Estamos a la vez entre lo falso y lo verdadero. En el caso de Nanook y en las salidas de los trabajadores de la fábrica de los hermanos Lumiére se ha hecho una segunda toma. Se les ha pedido a los trabajadores que hagan de figurantes. Ellos hicieron una segunda toma porque se necesitaba que la puerta se cerrara. En la primera toma no era el caso. El cine tiene siempre un pie en lo verdadero y otro en la falso. Siempre digo que todo es ficción. Para mí el documental es otra manera de hacer la ficción. Todos sabemos que desde que uno coloca la cámara en algún sitio uno interpreta, uno reescribe las cosas, uno reinterpreta el mundo, se propone una lectura, es mi mirada. Si nos pidieran a ti y a mí colocar la cámara en el mismo lugar, cada cual haría un film diferente. Estaríamos frente a los mismos acontecimientos, pero, seguramente, cada cual haría cosas distintas. Tal vez tú harías planos  al hombro, yo sobre trípode, tu filmarías tomas cortas y harías un montaje acelerado, yo haría planos secuencias, tu escogerías unos personajes, yo otros… etc., etc…

Ha llegado la inteligencia artificial. ¿Cuál crees que será el impacto en las películas documentales?

Vemos bien que estas proezas tecnológicas tendrán impactos inquietantes sobre muchas actividades humanas. Lo veo llegar desde mi actividad actual. Trabajo films sobre la siquiatría y la salud, y veo el peligro que representan desde la salud: en el fondo lo que se pone en peligro, lo que se fragiliza es la dimensión humana: la palabra, la escucha, el derecho al error, el derecho a ser diferente, singular, disforme. Si vamos hacia un mundo en el que se trata de ser más eficaz, más  bellos, más pulidos, más cortos, el peligro que nos amenaza con la inteligencia artificial es la uniformidad del mundo, la desaparición de lo que tenemos de frágil, entonces  de bello. 

Como muchos de nosotros, yo pasé de la película a la informática para filmar y montar. Creo que en el fondo  esos cambios tecnológicos no revolcaron ni transformaron mi manera de trabajar. Sé que en mi computador puedo almacenar 250 versiones  del montaje de mi película, pero no es así como yo trabajo: yo monto una sola película. Claro, la manipulación no es la misma, el proceso  tomaba más tiempo con el soporte de acetato, las herramientas son diferentes, pero en el fondo no soy un nostálgico de la película, para nada… La cuestión es de ética. ¿Qué hacemos? ¿Cuál es la posición ética del cineasta? Para mí, todos estos cambios tecnológicos están lejos de haberlo cambiado todo. Verdaderamente.