Una catástrofe latente, la guerra, es para el documental un tema en el que se corre el riesgo de hacer del sujeto un objeto frente a la cámara, cuando no de anestesiarnos ante lo que Juan Pablo Franky llama “ el mercado del sufrimiento”, su compraventa de las miserias humanas vistas en una pantalla.

Si nos remontamos al nacimiento de las naciones, si descendemos hasta nuestra propia época, si examinamos a los pueblos en todas las condiciones posibles, desde el estado de barbarie hasta el de más avanzada civilización, siempre encontramos la guerra.
Joseph de Maistre

Las imágenes, como las palabras, se blanden como armas y se disponen como campos de conflicto. Reconocerlo, criticarlo, intentar conocerlo con la mayor precisión posible: esa es tal vez una primera responsabilidad política cuyos riesgos deben asumir con paciencia el historiador, el filósofo o el artista
Georges Didi-Huberman

La guerra: catástrofe latente

En 2015 el historiador israelí Yuval Noah Harari publica Homo Deus. Breve historia del mañana, en donde declara que estamos a las puertas de una nueva agenda humana. Las tres grandes preocupaciones de la humanidad: la hambruna, la peste y la guerra, ya no son tan relevantes como lo fueron antaño. De manera algo apresurada e ingenua, Harari propone que estos temas impostergables para el ser humano han dejado de ser fuerzas de la naturaleza incomprensibles para transformarse en retos manejables. Al pensar en la guerra es claro que, a gran escala y a través de los años, hemos logrado periodos de paz que nos permiten celebrar, pero realmente estamos lejos de poder bajar las manos: la invasión rusa de Ucrania iniciada el 24 de febrero de 2022, la guerra civil en Siria que comenzó en 2011, el asesinato del presidente Jovenel Moïse en julio de 2021, que tiene al borde de una guerra civil a Haití, o el conflicto palestino/israelí que ha desembocado en un genocidio, no nos permiten ser tan optimistas como Harari al tratar el tema.

Aunque nos parezca increíble e inaceptable, hoy la guerra continúa dándonos de qué hablar. Nuestra incalculable capacidad para el conflicto se materializa en una catástrofe real y evidente de múltiples formas, guerras mundiales, guerras civiles, guerras étnicas, guerras cibernéticas. Si nos ceñimos a las definiciones del diccionario de la palabra catástrofe, ambas son aplicables a la guerra: suceso que produce gran destrucción o daño y persona o cosa que defrauda absolutamente las expectativas que suscitaba. Sin embargo, aunque la primera nos aturda, la segunda nos moviliza. Defraudados frente a nuestras capacidades como especie, la guerra continúa atormentándonos y, aunque seguimos sin lograr salir de una espiral que se ofrece penosamente interminable, hacemos lo posible por representar, dialogar y reflexionar sobre este fracaso. Acá es donde el documental juega un papel fundamental para intentar ir más allá de la ley del más fuerte. 

No other land 2024

Las guerras mutan en forma, pero no en esencia; tiene al dolor y la muerte como un común denominador. Algo perdura, lamentablemente; la violencia y la guerra sobrepasa con creces a la ideología logrando escribir nuevos capítulos en la historia de la humanidad. Las guerras se suceden unas tras otras mientras el horror del combatiente y la sociedad civil sigue siendo el mismo. Destrucción y sufrimiento. No importa el bando, ojo por ojo el mundo quedará ciego. Señalar quién es el verdugo y quien la víctima puede parecer algo de vital importancia si nos fijamos en lo inmediato, pero es importante recordar a Zizek cuando declara en Sobre la violencia que “el bien propiamente humano, el bien elevado por encima del bien natural, el bien espiritual infinito, es finalmente la máscara del mal”. Recordemos esto para señalar que el poder del documental puede y debería ir más allá de lo que se ha dado por llamar documental de urgencia. No es suficiente, aunque parezca necesario, filmar de primera mano el dolor y el sufrimiento que genera la guerra. Conocemos los incalculables daños humanos y materiales que deja la guerra. Los hemos visto en fotografías, los hemos leído en crónicas periodísticas, los hemos sentido en las mil y una imágenes que devoramos a diario en los noticieros. Si somos consientes de la sobreproducción de imágenes y testimonios, la solución a los estragos de la guerra no está en hacernos partícipes del dolor. Bien sabemos que la experiencia de la guerra es intransmisible, aunque podamos atrevernos a pensar que comprendemos lo que es estar en un campo de batalla o vivir una situación extrema de violencia, jamás vamos a poder ponernos en los zapatos del otro. Podemos creer que entendemos el sufrimiento del otro, pero la experiencia resulta única e incomparable. La experiencia se nos presenta como algo que podemos comunicar, pero difícilmente transitar por el lugar de otro, ni la imagen, ni la palabra logran sustituir lo que se experimenta. 

Más allá de lo inmediato 

Carlo Chatrian, el exdirector de la Berlinale, en su paso por Bogotá, comentaba en una charla impartida en la Universidad Jorge Tadeo Lozano que No Other Land (Dir Yuval Abraham, Basel Adra, Hamdan Ballal, Rachel Szor / 2024), el documental ganador de la edición de este año del festival alemán no aportaba mucho a la discusión sobre el conflicto palestino/israelí. Aunque sobrecogedor e impactante, sólo nos coloca en un lugar del conflicto. Nos invita a solidarizarnos con los palestinos, nos interpela situándonos frente a los inadmisibles abusos de los israelitas perpetrados contra los habitantes de Masafer Yatta en Cisjordania. De esta forma, No Other Land clausura la discusión, la cierra al ponernos en un punto de vista que no podemos negar y que nos queda fácil de compartir. Nos hace reaccionar de forma emotiva e inmediata. Logra su cometido al colocarnos del lado de los desprotegidos. Nos grita: “El conflicto es esto y debe parar ya”. Esta consigna nos ubica en un lado de la balanza, refuerza nuestro interés por ponernos de un lado, de tomar partido alimentando la división, sin recordar que para que exista un conflicto se necesitan dos. Volviendo a Slavoj Zizek: “El horror sobrecogedor de los actos violentos y la empatía con las víctimas funcionan sin excepción como un señuelo que nos impide pensar”. 

Afiche No other land

Si ubicarnos de un lado no es suficiente, tampoco lo es ser totalmente imparcial. La reflexión sin emotividad nos muestra su costado más frío y calculador. Buscar la tan anhelada objetividad, justificar a quien tiró la primera piedra, entender a quien desea eliminar al otro, no nos da herramientas para acercarnos a dinámicas complejas, tal vez nos permite entender dónde anida la semilla del mal, pero nos ubica en un espacio extremadamente conceptual y desapasionado, nos aleja del impacto traumático. Filmar al otro debe ser un acto ético y de respeto que genere más preguntas que respuestas. Lo esencial es no hacer del sujeto un objeto que está frente a la cámara, intentar alejarnos del mercado del sufrimiento, evitar que el estatus de víctima mute al ámbito de la mercancía, no volverlo presa de su imagen, distanciarse de transformar al otro en mercancía vendida a medios internacionales ávidos por presentar de forma inmediata una realidad complicada. Entramos así en un ámbito que debe superar la inmediatez, complejizando el registro de la realidad, pero sin perdernos en abstracciones conceptuales vacías. La invitación es a habitar un justo medio entre la emoción, el trazo grueso y la reflexión, el helado dominio del concepto.

Documentar la catástrofe

El cine, principalmente el documental, es exhibicionista y voyerista al mismo tiempo. El documental muestra y el espectador siente el impulso de ver, sin darse cuenta de que el realizador no solo muestra, también oculta. Es entonces necesario que el espectador no solo vea, sino que se le permita tomar partido, se le convoque a escudriñar lo que se presenta como real y transite por la realidad que se filma con el valor de servirse de su propio entendimiento. Un camino posible lo propone Didi-Huberman en su texto Arde la imagen, cuando declara que es necesario una relación crítica con la imagen, un movimiento que convide a que las imágenes gesten palabras dignas de una discusión. En el momento en el que la imagen no logra convocar al pensamiento expresado en palabras, resulta claro que se fomentan estereotipos y lugares comunes, sirviéndose de una realidad para explotar el impulso voyerista del ser humano.

Cuando el dolor y el trauma nos exceden, se vuelve inaplazable lidiar con la devastación material y humana que deja a su paso cualquier conflicto armado, pero no debe hacerse desde la ingenuidad y el apuro. Es pertinente reflexionar sobre la forma idónea para acercarnos y tratar temas que no deberíamos pensar como eternos. La pregunta por la forma idónea de representar es una cuestión que, aunque parezca una perogrullada, tiene una respuesta implícita en el mismo hecho de hacer la pregunta. Ser una persona que tiene en cuenta las consecuencias de sus acciones, que cuestiona el simple hecho de poder hacer algo antes de hacerlo. El simple hecho de formular la pregunta trae consigo la premisa de preocuparse por el otro. Es principalmente en la forma en donde se disputan los verdaderos alcances de la obra, tanto social como individualmente. Pensar decisiones estéticas que deban obedecer a decisiones éticas sobre el cómo representar. Es este un planteamiento que no se debe solucionar mediante un precepto unívoco, pues las respuestas son múltiples como las formas mismas del arte, pero sí es necesario, ante todo, reconocer al otro no como un sujeto objetivable de las formas artísticas, en este caso las cinematográficas, sino verlo, principalmente, como un sujeto partícipe con dolores que deben ser resguardados antes que exhibidos y espectacularizados

Se comprende la importancia de los documentales debido a una urgencia de representar sin desconocer los alcances inconscientes e ideológicos de la forma al hacerlo. Podemos sugerir que el proceso idóneo para acercarse al dolor no es la forma directa: mirar al sol de frente puede quemarnos la retina. Son procesos de “ocultamiento”, de velamiento, servirse de formas que bordean los hechos, que los visite por los costados, servirse de la metáfora, de aquello que busca acercarse a los temas sin regodearse en sufrimiento del otro, encontrando la forma de decir lo indecible y narrar lo inenarrable, lograr representar entonces todo lo que se escapa a la representación de cualquier catástrofe de lo real codificado en un régimen de visibilidad. Esto no hace al documental menos documental, al contrario, lo adentra en una complejidad digna de aquello que documenta, solo falta aceptar el reto y continuar creando imágenes que van más allá de lo inmediato para escarbar en las profundidades, adentrarnos en esos pantanosos terrenos que nos hacen ver la guerra como algo inevitable.