¿Puede replantearse el concepto de una obra documental cuando cambia su objeto filmado? ¿Cómo se adapta a las eventualidades que finalmente impone la realidad? ¿Se pueden reorganizar los elementos que hacen parte de la narración? Estas preguntas me han servido de detonante al momento de abordar contingencias como las que ha provocado la pandemia y que ha afectado la producción de mi más reciente proyecto documental, el cual había empezado rodaje hace un año y tres meses atrás.

De pronto, la ansiedad y la consternación se asomaron pero a la vez le di lugar a la aceptación. De alguna manera el accidente es una propiedad ontológica del proceso de producción documental. Es más, considero que esta es una característica sujeta no solo a la materialidad de los dispositivos sino a los elementos que están en juego en esa realidad viva y cambiante. Creo que de alguna manera ese accidente ha funcionado como acicate en experiencias de producciones anteriores, sin embargo, comienza a ser complejo cuando se ha iniciado la filmación y cuando la incertidumbre comienza a afectar el presupuesto y la agenda de trabajo.

El proyecto al cual hago mención era titulado hasta ese entonces Oscuro el monte. Tenía adelantado el trabajo de campo y entrevistas a cámara y audio con algunos líderes sociales de Caribe colombiano. Algunos meses después de iniciado el confinamiento a causa de la pandemia se suspendió el cronograma de rodaje que hasta la fecha no se ha retomado. 

Pasado algún tiempo aquel material de cámara comenzó a adquirir un peso de memoria y a exigir una conexión con un pasado remoto el cual estaba ligado desde hace mucho tiempo al discurso propuesto en el proyecto y que no había tenido en cuenta en el primer momento de investigación y desarrollo. 

El material del proyecto no solo comenzó a tener una mirada del presente al pasado, sino que también comenzó a migrar de imágenes en movimiento actuales a imágenes fijas y más exactamente a imágenes de archivo.

Mi propuesta, en lugar de detonar y desarrollarse en la continuidad del tiempo presente, está más bien haciendo un retorno a una voz olvidada, al rastro desvanecido que parece reclamar un espacio que sepultamos con cada ladrillo de frames con los que se construyen los relatos del presente que seguramente son necesarios pero que también dialoguen con un pasado que hemos abandonado.

En ese sentido he redescubierto las posibilidades de dar continuidad a un proceso que pensé que quedaría inacabado, más allá de las limitaciones y las barreras de la situación en la que nos encontramos actualmente. Pienso que las ideas gravitan y se adaptan buscando sus formas, su materia más idónea. Lo único que falta es tomar un respiro para no apretujarlas en la inmediatez. En estas circunstancias enrarecidas la creación toma su lugar y se vuelve más contemplativa como quizás lo fue en el mundo mucho antes de que las estructuras de poder maniataran la libertad. 

No sé si Oscuro el monte terminará siendo el título definitivo del proyecto documental. Lo cierto es que la pandemia logró un efecto reflexivo que permitió profundizar en el tema, en la sustitución de lo formal y en la materialidad de los archivos. Los actores sociales que participan en él esperan aún en la sala de edición. Ahora que he retomado el proyecto en ese ejercicio de retrospección descubro que son los mismos actores cien años atrás, como si el eco del algún testimonio intentara emerger de los escombros de una historia incompleta. 

Ahora parece que nace otra historia, una transformación en un presente inmóvil.