Un mensaje escrito desde Cuba, a manera de tarjeta postal, sobre el estado de ánimo que agobia a su autora en la isla, cuando se avecina la crisis de cumplir 40 años sin tener certeza acerca del futuro.
Nota de un testigo – Oscar Güesguán Serpa
Fui a la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, hace un año. Me cumplí la promesa de hacer una maestría en cine documental. Allí conocí a Orisel Castro, quien la dirige. Me pareció una persona reservada y contundente con sus juicios. Sospecho que es más lo que piensa que lo que dice, lo que me genera cierta admiración, pues si todos tomáramos eso como práctica cotidiana este mundo sería un poquito más soportable.
Este texto es el reflejo de la realidad cubana, al menos en la que creció una niña que todavía sigue sin entenderla y que no sabe por qué es más fácil para ella contar las tragedias de otras latitudes. En lo poco que hablamos sobre esto entendí que la desborda porque en Cuba es difícil entender en qué momento cada cosa se pone peor, es muy complejo encontrar el detonante, el responsable, es todo, son todos y no es nadie.
Lo que escribe acá Orisel deja en evidencia la crisis de una documentalista para la que en su realidad no hay moraleja, no hay tiempos mejores, no hay buenos, no hay malos, no hay futuro y que sabe que muy pronto, alejada de las expectativas y la decepción, va a ver lo que hay, que, gústenos o no, es lo que siempre ha habido.
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Número uno: los 40. El año en que nací es el título de una novela célebre. Me ha funcionado como horóscopo con un sentido predeterminado, un aire de ciencia ficción retro. Espíritu del tiempo: 1984. Desde que aprendí a leer sentí que había llegado a un mundo en suspenso originado por alguna catástrofe. La maldita circunstancia de flotar sobre un mar desconocido, allá por los años de desmoronamiento, a punto de la caída del muro y una adolescencia de fin de milenio. La catástrofe ha sido un destino latente a sortear como documentalista. También una cuestión de tono que he preferido ensayar allende el mar, lejos de mi casa.
La última película cubana que vi, La historia se escribe de noche, de Alejandro Alonso, me trajo el sabor de la primaria en los 90. La magdalena de Proust es aquí un frasco lleno de cocuyos proyectando una luz verde y agónica sobre la oscuridad profunda. La humanidad suspendida en el gesto cruel de los niños de mi cuadra que deambulaban alegres en las noches de apagones del barrio con su farol hecho de insectos luminosos. Yo también puse algunos en el frasco. La gente vitoreaba cuando se iba y cuando venía la luz y los chiquillos se reunían hasta altas horas a jugar a los escondidos. En el documental de Alejandro no escuché las risas. Se han ido extinguiendo como los cocuyos, que parecen personificar a un pueblo extenuado en el cuadro de esta historia.
Gestación lenta. La inercia es el síntoma más evidente de esa catástrofe invisible, existencial. Un calor denso y húmedo pesa sobre los cuerpos y los fija, pero las olas de pulsación constante producen una impresión de movimiento. Cómo salir de la inercia para captar ese estado y hacerlo fértil. Unos cangrejos se mueven lentamente y se esconden en la arena nocturna también en la película. No reconozco a la gente que apenas se distingue de lejos por las luces de sus celulares. No sé qué están haciendo con movimientos exiguos. Parece una ciudad secreta, distópica, aislada. Cada uno es una isla. La voz de la madre, contundente, provoca un cambio de escala y de registro. Eso que hace Alejandro a mí me parece imposible. Mirar con la distancia justa la miseria propia, la cercana, la circundante. Qué difícil se me hace apuntar con precisión y obturar sin que tiemble la mano.
¿Y el humor, amigos, la levedad? ¿Y la utopía, ese espejismo necesario?
Estoy pensando en terminarlo. Volví a Cuba en 2020 con la idea de filmar por fin mi realidad. Me he reconectado con muchas sensaciones que había perdido, con el estado de ánimo, la noción del tiempo suspendido, la depresión tropical y los amigos de mi amiga que subsisten de noche y crean aunque no creen. Ella no termina su novela y yo no he terminado ninguna de las dos películas que empecé en estos cuatro años. Ya no veo muchos cocuyos y lo que sí prolifera imparable es la carcoma. El comején hizo estragos en mi casa y no he sabido filmarlo, fotografiarlo, contarlo. Se me hacen más claras las catástrofes de otra parte. Tienen un tono indiscutible y la injusticia tiene menos matices para mis ojos rojos. Ante genocidio, colonialismo, patriarcado, abuso, sé de qué lado estoy en el mundo. Aquí siempre he sido extranjera desde adentro y ya no entiendo bien lo que pasa. También es todo una cuestión de distancia. Dicen que a los 40 no escaparé de tener que medirme la vista.
La historia se escribe de noche, de Alejandro Alonso, es la película cubana que más recientemente vio Orisel y la que le recordó momentos de su infancia. / Alejandro Alonso