Hacer sonido para documentales es mi gran pasión. Cuando empecé mi carrera, en 1988, descubrí el sonido audiovisual haciendo documentales en la Costa Pacífica. Los relatos en sus propias voces, la gran musicalidad y las realidades culturales de esos pueblos hermosos; la cultura de la lluvia como bien la definió Carlos Mayolo, todo pasaba por lo sonoro porque no llegaban las imágenes de la televisión nacional y no existían los canales privados. En el Chocó, la única emisora era la de la Universidad Tecnológica, que tenía una programación basada en lo que producía esa cultura: música, relatos y poemas. No he vuelto desde esa época, pero supongo que todo suena distinto ahora. Las sonoridades deben haber cambiado, sobre todo las musicales con la invasión de nuevos géneros. Ahora tenemos más contaminación sonora tanto en las ciudades como en las zonas rurales: motores, motocicletas, radios y televisores por muchas esquinas del país. Solamente se salvan los nevados y los páramos y una que otra playa o selva.

Bacilos África (2005)

La captura del sonido directo documental obviamente se ha complejizado por estos factores de ruidos ambientales, pero también por nuevas propuestas para filmar la realidad o formas más experimentales.

Lo que antes podíamos resolver fácilmente con un solo micrófono, en el caso de cine directo o los talking heads, actualmente necesitamos un poco más de recursos técnicos y conocimientos. Ese micrófono direccional cuya tecnología no ha cambiado mucho durante noventa años es el encargado de capturar el relato verbal, los ambientes y las músicas, amalgamados tantas veces como si fueran la vida misma. 

Junto con el camarógrafo debemos trabajar coordinadamente para el proyecto, para lo que “tiene en la cabeza” el director. Mezcla de información previa, mucha sensibilidad y sobre todo intuición para que junto con la imagen capturada demos cuenta de una realidad que pasará por la visión, el punto de vista y la construcción del montaje de la mano del director o directora.

¿Ese frío micrófono se debería mover siguiendo los movimientos de la cámara? No necesariamente porque el relato visual podría contar algo y el entorno sonoro contar otra cosa que aporte narrativamente, sobre todo si es verbal, mientras la imagen nos cuenta complementariamente otra parte de la realidad. El punto de escucha de ese micrófono fugado del eje de la cámara puede ser más enriquecedor que el sonido “IN”, gesto producto del reflejo natural del sonidista. El micrófono no piensa qué va a capturar, es manejado por un acto consciente y reflexivo del sonidista que lo dirige y toma postura de qué es pertinente o no para la secuencia filmada. Puede suceder que en situaciones de extremo ruido el camarógrafo o camarógrafa no puede escuchar lo que dicen los “personajes” y ese relato verbal podría guiar la decisión de un reencuadre. Lo había anticipado Pierre L´Homme en los años sesenta diciendo que el (la) camarógrafo (a) debería escuchar lo captado por el micrófono y de esa manera estar en sintonía con una narración que podría ser inspiradora de movimientos de cámara más orgánicos. Momento de cambiar de manera fructífera la subordinación secular del sonido respecto de la imagen visual. 

La captura de sonido documental es muy compleja de realizar con un solo micrófono. Se requiere mucha comunicación no verbal con el (la) camarógrafo (a) y grandes destrezas y experiencia del sonidista. Así se ha hecho durante décadas, pero en los últimos veinticinco años se ha dado el advenimiento de nuevas herramientas de trabajo como son los micrófonos inalámbricos. En una secuencia de seguimiento de la vida de una persona es de gran ayuda ponerle un micrófono dedicado exclusivamente a capturar el hilo narrativo sin estar supeditados a movimientos complejos tanto de la cámara como de la persona. El “boom” queda ahora libre para ser dirigido hacia situaciones fuera de cuadro o la interacción con otras personas. 

¿Micrófono inalámbrico visible o no? Si optamos por la estrategia de ocultarlo como en el género de ficción debería quedar muy bien puesto para evitar los roces molestos. ¿Si es visible podríamos decir que develar el dispositivo es típico del género reportaje? Decisión del director, si se quiere, pero es preferible que un registro muy importante no se invalide por unos roces y podamos garantizar la inteligibilidad que exige el relato documental. Un mal encuadre o una mala exposición se pueden corregir en la postproducción, pero lo que va debajo de esas imágenes o, tal vez, encima, si no se comprende podría acabar con la secuencia entera. 

El emplazamiento microfónico bien sea del “boom” o de los inalámbricos no son solamente “posturas” de unos elementos técnicos sino una postura real frente a lo que vamos a privilegiar de la realidad filmada e, incluso, una postura ética de a quienes le damos la vocería. En el documental no hay gratuidad de dónde se pone el micrófono: el rigor de la distancia y el eje nos definen lo que se quiere oír, en grados de comprensión y pertinencia con la historia a contar.

Apaporis (2010)