En esta entrevista con el realizador panameño Abner Benaim recordamos su película Invasión (2014), en la que se revela cómo las invenciones de la realidad hacen parte de la historia de un país y de su memoria rescatadas por el documental.

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DGM: Aunque tu documental Invasión ya pueda ser para ti historia patria y, en particular, historia patria panameña, me parece que se trata de una película en la que es posible descubrir la invención de la realidad de un país…

AB: No estoy seguro. Tendría que meterme en tu cabeza para saber de cuál visión estás hablando, pero justo de eso se trata. Tenía claro que quería hablar del imaginario, de la memoria, del colectivo, de la historia no escrita, no consensuada, no procesada; quería hablar de “la invasión”, pero me di cuenta de que esa era la manera de hablar del tema porque cuando lo íbamos a buscar en fuentes oficiales o académicas no había mucho trabajo hecho por los panameños. Podías encontrar referentes académicos en Estados Unidos o en Europa y, algunos, en Panamá, pero pocos. Lo que sí podías encontrar en abundancia eran cuentos, cuentos y cuentos. O sea, historias, memorias  de la gente que cada uno tenía en su cabeza, en su casa y en su familia, que no se habían compartido de una manera satisfactoria, digamos, por lo menos para mí. Así que cuando  hice esa película ya habían pasado 25 años desde la invasión, que fue en 1989,  y era un tema sobre el que uno podría decir, “bueno, seguro, un tema tan importante como es la invasión de Estados Unidos a Panamá, para un país como Panamá, es posible que hubieran 25 películas, 40 libros, no sé cuántos poemas”,  y no era así. Los había, pero muy pocos. Sentí entonces que el cine tenía una misión real para hacer; que el mismo acto, la mecánica del cine, el ir a capturar con una cámara las imágenes, el sonido, editar, tenía un sentido práctico, no sé si decir importante: que yo con esa cámara  y con ese equipo de grabación fuera de casa en casa buscando esas historias y después en un cuarto de edición las pusiéramos todas juntas. Solo con eso ya hicimos una labor que no se había hecho: recoger la historia oral. Obviamente no la recogimos toda, sino la que pudimos,  pero ese ejercicio se prestaba muy bien para el cine, tenía un sentido que iba más allá de querer hacer una película. Realmente, si mañana tú quieres saber sobre la invasión y tienes que ir de casa en casa, muy poca gente lo va a hacer. Y la gente se va muriendo también y algunos no quieren hablar y no es tan fácil.

DG: Pero el cineasta decide, por ejemplo, no utilizar archivos, recurrir al imaginario construido por la palabra, hacer una puesta en escena. Cuéntanos cómo se concreta “la invención de la realidad”, porque tú creas un nuevo imaginario al mezclar el presente y el pasado, y agregas una construcción  escénica.

AB: Sí, es interesante lo que dices porque la película ya tiene unos años.  En el 2014  se estrenó y verla ahora probablemente habla de esa época, lo que era parte del plan. Nosotros estábamos claramente documentando cómo se recuerda algo 25 años después, pero también documentando cómo uno, en tanto que cineasta, documenta, en este caso  en 2013 o 2014, cuando grabamos.  Estaba consciente de eso.  De lo que no estaba consciente es de qué efecto va a tener en el espectador y de qué efecto va a tener también después de que lo editas, pues yo considero que la magia del cine pasa en la edición en cierto modo: uno graba y graba imágenes, pero cuando lo ves armadito toma otra fuerza. Y en esta oportunidad mi idea era que yo había escuchado a muchas personas hablando de las mismas memorias. Diríamos que por eso las estoy clasificando como memorias colectivas populares, y si mucha gente me repetía el mismo cuento, entonces yo decía: “Bueno, vamos a filmarlo,  vamos a ficcionalizarlo  y tenerlo en vez del archivo”. Como si estuviéramos tratando de capturar la memoria, que obviamente es imposible, pero que a mí me parecía que tenía más sentido tratar de capturar esa memoria a través del relato oral y, a partir de lo que la gente me contaba, armar una ficción. Me parecía que tenía más sentido que usar el poco archivo que había, que era muy concreto, sobre ciertas cosas, y contaba una historia muy limitada de lo que sucedió. Lo que pasa con el archivo en general es que como tiene ese don de pasar por ser la verdad, que es real, que fue filmado en una situación real, lo que también hace es que dice cómo es la única verdad. El archivo no te muestra lo que no se filmó ese mismo día del otro lado de la cámara o al día siguiente o el día anterior o desde otro ángulo. El archivo es muy concreto, te da la sensación de que ya tú sabes cuál es la verdad. Quería evitar eso, crear dudas, vivir en el universo de la duda, y decir que la verdad, como tal, nadie la sabe. Lo  que podemos entender es lo que cuenta la gente. Eso es lo que a mí me interesaba, que esa sea mi verdad, que ya dejen de echarnos cuentos de que esa es la historia de Panamá, que esta es la historia de la invasión. No quiero ese cuento.  Ese cuento que se lo echen a los niños en la escuela. Como cineasta no quería echar ese cuento. “Miren esta película y ya van a entender lo que pasó en la invasión de Panamá”. ¡No! Vas a entender lo que la gente cuenta, vas a entender que pueden echar cuentos contradictorios y que puede ser que alguno te esté mintiendo y el otro esté exagerando, y que puede ser que el otro se olvidó y el otro quiera olvidar, pero no puede. Las cosas no son tan sencillas. Eso te obliga, como espectador,  a decir: “Espera, si este tipo no me está diciendo la verdad absoluta y finita del asunto, entonces me está diciendo que yo tengo que pensar solito y que tengo que ser crítico”. Entonces yo digo: “¡Sí! ¡Perfecto! Ojalá que eso sea lo que la gente perciba al ver  la película”. Esa era mi idea.

DGM: Tú conviertes en símbolos ciertos acontecimientos de la invasión, recurres al pasado para mostrarle a la ciudad en el presente una puesta en escena que es una provocación. Le pides a varias personas que se acuesten en la calle y simulen estar muertas; las envuelves en bolsas blancas que luego recogen y suben en un auto para llevarlas quién sabe adonde; pones a un tipo a cargar una nevera a sus espaldas y a llevarla por las calles entre el tráfico cotidiano; haces incendios en apartamentos vacíos de Chorrillos, simulas soldados americanos atrapados en el pantano; hay un espectador en la película que te pregunta: “¿Por qué sacar del olvido todo esto, si ya hemos sufrido mucho?”, al mismo tiempo que Rubén Blades te dice que lo importante es que el dolor salga y se manifieste.  ¿Cómo llegaste a concretar esos símbolos y cómo piensas  que los símbolos influyen en la construcción de una visión de la realidad?

AB: Los símbolos surgieron de la repetición. Cuando conversaba con la gente muchas personas me hablaban del mismo evento y de una memoria que quedó impresa, indeleble, en sus mentes. Y esas memorias que quedaron impresas de manera más profunda fueron las que elegí para hablar de ellas, sin pensar mucho por qué quedaron tan profundas. En Panamá todo el mundo te decía que vio a alguien cargando una refrigeradora y  eso era un símbolo del saqueo. Hablar de un flaco cargando una refrigeradora no solo es hablar de alguien que está saqueando, sino de alguien que está cruzando puertas para llevarse a casa algo que no tiene y te habla también de la necesidad, te habla del caos del momento, te habla de muchas cosas. Mucha gente hablaba de los soldados americanos hundidos en el fango, en el lodo, que en Panamá es parte del ambiente tropical, pues uno crece con el lodo, hay lodo por todo lado y todo el mundo lo conoce porque está justo frente a la ciudad vieja, que es una ciudad histórica, donde todo se junta. 

Invasión (2014)

Y el fuego es un símbolo muy claro en el barrio El Chorrillo. Todo  testigo que tenía algo que ver con Panamá sabe que en Chorrillo se prendió todo. Y el tema era saber quién lo prendió, si fueron los gringos, si lo prendieron los mismos chorrilleros, si fueron los batalloneros de Noriega. Cada tema tenía muchos significados, no solo la memoria misma, sino que eran complejos. Para mí lo que era interesante no era la recreación, sino el mecanismo de manipulación que impulsaba a la gente a hablar. Al vernos hacer una recreación de la memoria la gente empezaba a hablar y yo le decía al equipo que si alguien se aproximaba a preguntar qué estábamos haciendo, que, por favor, contestaran claramente que hacíamos un documental sobre la invasión de Estados Unidos a Panamá y punto. Eso le permitía al espectador preguntar y luego se metía en la película. Por mi experiencia como documentalista, sea en Panamá o en cualquier parte del mundo, sé que la gente se acerca y en general uno les dice “silencio, por favor,  aléjense,  no vayan a salir en la cámara”. Aquí le dimos al equipo instrucciones para hacer lo contrario. Si alguien se acercaba y comenzaba a hablar del tema o de cualquier tema lo incluíamos, seguíamos rodando, grabando el sonido a ver qué decían, y la mayoría de las veces decían algo interesante. La gente nos guiaba. Recuerdo que un día alguien me preguntó: “¿Por qué estás grabando de este lado del edificio si la cosa pasó allá? Ven yo te muestro”. Cuando estás abierto la gente te lleva mucho más lejos de lo que uno puede investigar, saber o imaginar. El autor no soy solo yo sino cualquiera que pueda meter la cucharada ahí.

Invasión (2014)

DGM: Invasión es una palabra traumática, pero la película tiene mucho humor. ¿Crees que esa mezcla logró un alivio a nivel del país?

AB: Eso fue súper interesante. Me di cuenta rápido, aunque lo sabía de antes, que el panameño tiene mucho humor, como el colombiano,  y le gusta usarlo y gozarlo. Pero no me imaginé que la película iba a estar llena de humor hasta que empezamos a filmar supe que, como los doctores o la policía, que echan chistes en los peores momentos, el humor negro ayuda a aliviar una situación difícil y que mucha gente a la que le hablábamos de temas muy difíciles respondía con humor. Entonces tomé una decisión y se la comuniqué al equipo y al editor: vamos a permitir el humor. No lo vamos a tratar de generar nosotros, haciendo chistecitos. Le preguntaba a la gente cosas serias y hablábamos de los temas como son. No tenía un plan para “generar humor”, pero si la gente respondía con humor, yo no soy nadie para decirle: “Oye, ¿por qué te ríes de eso?”. Si están hablando de sus propios temas, si tienen toda la autoridad sobre el tema y deciden tratarlo con humor, yo  lo acepto. Cuando exhibimos la película en salas de cine en Panamá, las primeras veces me pareció rarísimo ver a la gente riéndose tanto, porque era como ver una comedia, cada veinte o treinta segundos había una carcajada en todo el cine, y me preocupó un poco. Pensaba que se estaba llevando hacia el lado que no es. Pero me di cuenta de que sí, que  el tema podía penetrar mucho más profundo en  la mente de la gente que no necesariamente quería dejarse llevar a un lugar difícil o a pensar en algo que no había pensado que una película lo llevaría. El humor abre esas puertas, como entre chiste y chiste, o situación y situación, y muchas veces la risa es una risa nerviosa, no es que haya un chiste, sino que la gente se ríe porque no sabe qué más hacer. Lo bonito es que al final hay un silencio profundo. Cuando se llega al final, que es la parte más solemne, el silencio era absoluto y uno entendía que la gente se conectaba de una manera muy buena con la película.

DGM: ¿Crees que esta película, a partir de lo que viste en el espectador panameño, creó una invención de realidad, y que esta invención sirvió para que a nivel colectivo se diera una nueva visión de los hechos? 

AB: Yo creo que sí. Es raro que con una película uno sienta que hay un cambio real en la población. A Invasión la fueron a ver en cine 50 mil personas, algo que para un país como Panamá es mucha gente, y se habló de ella por la radio, la web, la televisión durante dos, tres meses, justo en el 25 aniversario. Sentí que cambió la percepción de mucha gente sobre la invasión.  Mucha gente que no sabía nada aprendió algo,  así como mucha gente que tenía una idea de que la invasión era solo de un grupo de panameños, que se la atribuía a la gente que estaba cerca de Noriega, o cerca del militarismo, o cerca del partido que apoyaba a Noriega, el PRD. La invasión era de ellos, era para que ellos la recordaran, mientras que los demás la tenían olvidada o no hablaban de ella. Asistí a las marchas de conmemoración de la invasión,  a las que muy poca gente asistía, al cementerio iba poca gente, y el Estado no había declarado un día de luto ni de conmemoración ni nada, pero después de la película, algo que no puedo atribuírselo solo a la película, ayudó a que se hiciera un día conmemorativo, el 20 de diciembre, y que se realicen actos oficiales.  Siento que el diálogo cambió, que se hizo más abierto el tema para todos, que se despolarizó, se hizo un tema de Panamá y se habló mucho más que nunca y yo creo que, en gran parte, ese diálogo lo gestó la película. 

Junio 30, 2022

(*) Estos son algunos enlaces que ayudan a comprender el propósito de la invasión de Estados Unidos a Panamá:

Trailer de Invasión: