Fait Vivir (Oscar Ruíz Navia, 2019).

Nacido en 1982 en Cali, Oscar Ruiz Navia estudió Cine en la Universidad Nacional de Bogotá y Comunicación Social en la Universidad del Valle. Dirigió el Club “Cine de autor” en Lugar a dudas. En el 2006, en compañía de un grupo de productores y realizadores, funda la plataforma de experimentación cinematográfica y producción Contravía Films. En el 2009 realiza El vuelco de cangrejo. Los hongos, su segundo largo, es desarrollado en el Torino Film Lab, el laboratorio de Buenos Aires y la residencia de Cannes Film Festival. En el 2013, estrena Solecito en la Quincena de Realizadores del Festival de Cine de Cannes. En el 2017, para una serie documental, dirige El peñón. También realizó Epifanía en codirección con Anna Eborn. En la 21 Muestra Internacional Documental nos encontramos con este realizador y esto fue lo que nos dijo de su más reciente documental: Fait vivir.

Hablemos del comienzo del videoclip para llegar al documental.

En el 2012 viajé a Canadá porque acababa de nacer mi sobrino Manuk. Mi hermana Carmen, que siempre ha estado involucrada en el tema de la danza, me comentó que tenía un proyecto con Sebastián Mejía. Habían formado una banda de gitanos, Gypsy Kumbia Orchestra, una propuesta que fusiona ritmos colombianos con fanfarrias gitanas de Europa del Este para transmitirlos mediante un show circense ( http:// www.gkomusic.com/ ) y estaban montando Makondo, un espectáculo basado en lecturas garciamarquianas. Querían que cuidara al niño mientras ensayaban. Cuando fui a verlos, me sorprendió que no era específicamente un grupo de danza y me llamó la atención la presencia del niño en medio de 18 personas de varias nacionalidades, hablando varios idiomas y tocando instrumentos. Me dijeron si podía hacerles un trabajo audiovisual. Les dije que por qué no hacíamos un video clip que fuera como un documental. El comienzo de Fait vivir es una reconstrucción ficcional a partir de algo que ya había vivido. El videoclip era esa secuencia del ensayo. Después anunciaron que tenían una gira por Colombia y que si quería hacer un documental sobre la gira. ¿Cuál sería el tema? Nos vamos 30 días visitando distintos pueblos y ciudades. ¿Sería un road movie? No sabía qué película iba hacer, no tenía guión. Hice la tarea al revés: me fui con ellos 30 días y filmé, y cuando regresé dije: “Voy a hacer una película”. Empecé a trabajar en el montaje, no tenía un proyecto escrito ni tenía financiación. En una primera fase armé secuencias y el material con el que contaba. Eran más de 120 horas. Aun así, no tenía una película. Llevaba tres años con el material de Fait vivir y escribí un proyecto para aplicar al FDC. Para que fuera una película, tenía que evitar que fuera el promocional de una banda o el making of de una gira. Necesitaba tiempo, me iba a demorar dos o tres años más. Empecé a escribir y a ver referentes…

¿Cuáles?

Busco referentes para mis películas, para tener ideas y que no sean parecidas a lo que estoy haciendo. De La danza, de Frederick Wiseman, su cine directo. De Pedro Costa, Ne change rien, con la cantante Jeanne Balibar, sus planos largos. De Wang Bing, Til Madness Do Us Part, filmada en un manicomio, me interesó que el protagonista hiciera parte de ese mundo y la cámara lo siguiera. Cuando tomé la decisión de montar el espectáculo, estaba inspirado en la de Win Wenders, Pina. Pensé hacer el retrato de una bailarina y cómo la película se vuelve danza. El riesgo era salir de la narración tradicional del documental o de la ficción y entrar en los linderos de otro arte. Hay algunas secuencias de montaje que son como resúmenes y traté de que fueran como episodios en tiempo real para que tuviera una sensación de memoria del viaje. El trabajo del montajista Felipe Guerrero fue fundamental, usó imágenes intimistas. Me convenció, porque si no se le da cierto clasicismo a la estructura, el espectador se pierde. Hay secuencias que no están en la película porque no cabían en la estructura narrativa. Por ejemplo, los actores hacen un ritual cuando acarician a la mujer, hay momentos de danza y era mejor no abusar de esas imágenes sensoriales. Si no se es claro con la metáfora, el espectador se confunde. Puede haber experimentación, pero se tiene que dosificar para que el espectador no se desconecte. Las imágenes del viaje eran solo registro y para volverlo cine tenía que crear una nueva narración. ¿Y si fuera la historia de un niño que está contando una fábula y así alejarla del simple registro tipo reality ?

¿Manuk se aprendió de memoria los textos?

El tema con el narrador fue difícil. Hay varias versiones: sin narrador, con narrador, mi hermana como narradora, y decidí que fuera el niño. Es una provocación para el espectador porque no es habitual que un niño diga lo que dice o que le hable conscientemente al adulto. Es arriesgado: o funciona o no. Reescribí lo del narrador, hice más grabaciones con él, con textos complejos que fui simplificando y encontré el balance entre lo infantil y lo no infantil. Para la última fase de grabación fui a Montreal a grabar la voz y la ventaja es que Manuk ya había crecido. El tiempo no era tan distante para él. Una forma de grabar los diálogos era que tenía unas frases escritas y empezaba a dialogar con él para que la final me dijera algo similar.

Hay otros planos narrativos en Fait vivir, como la historia que nos cuenta a través de la obra que presentan.

Sí, a esa historia le dimos un carácter mítico. Sebastián y Carmen tenían la idea de jugar con el imaginario de los gitanos que llegan a Macondo y traen el hielo. Basándose en el libro Mano negra en Colombia: Un tren de hielo y fuego, de Ramón Chao, soñaban con hacer algo similar. Cuando hicieron el viaje no salió parecido. El viaje fracasó porque no tenían dinero. Montamos la obra en un teatro y la reescribimos sin la presión del tiempo, conseguimos recursos y organizamos un rodaje formal. Estuve un mes en Montreal y escribimos una historia con muchas aristas: se narró la historia de un pueblo al que le han quitado el color y la música. Llegan los gitanos con la música y el color, intentan salvar al pueblo que está invadido de tristeza. Hay un duelo musical, la balcánica contra la caribeña. Después del duelo entran en comunión, donde se supone que el pueblo se llena por un momento de felicidad hasta que regresa el oscuro poder y asesinan a uno de los miembros de los gitanos. Es un final trágico. Estamos a comienzos del 2018 y quería darle énfasis al mito, que no fuera una obra sólo musical, sino un símbolo de la Colombia actual; que de algo tan naif como la música y el color, se pudiera lanzar una mirada a una sociedad reprimida.

El movimiento de la cámara es arriesgado

Quería que la cámara estuviera relacionada con la danza. Cada película tiene su propia distancia. Como realizador decido cuál es la distancia que se debe tener frente al tema y frente al sujeto que está al frente. En Fait vivir, sentía que debía estar con la banda, tenía que ser parte de ellos. Desde el principio planteé una cámara interactiva.

Si ellos hacían una ronda, yo hacía parte de ella, y así intenté grabar la gira. Pero cuando montamos el espectáculo en sala, lo filmé como una película: plano general, primer plano, ellos repetían para la cámara y así generé ese contraste de textura entre el mito, que es controlado en iluminación, con las otras imágenes que son cotidianas. Hubo una intención de generar dos formas en el manejo de cámara. Una más controlada en la parte del mito, que es cuando hay claridad y cuando se acerca al final, y todo lo que hice antes, que es con material de archivo.

La cámara está relacionada con el concepto de viaje, el viaje al interior del país, una búsqueda o encuentro con esos territorios, con las fiestas…

Ellos vinieron a final de año, fuimos a Cali y por la narrativa del montaje, rompí la cronología real del viaje. Me pareció más interesante la relación con el mito que ponerme a contar el viaje real. Hay una ficcionalización del viaje, el viaje en realidad no empezó en Pasto, sino en Cali. Luego fuimos a Pasto, después a Filandia (Quindío), subimos a la Costa: Santa Marta, Cartagena, San Basilio de Palenque, San Jacinto, Bogotá, Medellín. Pero en el momento del montaje, construí el viaje que necesitaba.

Makondo, un homenaje a García Márquez

Más que un homenaje fue un sentido de apropiación del mito. Más que Macondo era Colombia. La banda lo escribe con k. Es como una especie de esperanto, un idioma híbrido entre el italiano, francés, inglés y español. Algunos los critican por la apropiación que hacen y Sebastián y Carmen sienten el derecho a hacerlo porque son personas que salieron del país por problemas políticos. Llegaron a un lugar a buscar sus raíces y regresan a Colombia y ya no se sienten colombianos. Son personas que se quedaron en un limbo.

¿Cómo fue la relación de la cámara y los personajes?

La película tiene momentos donde intervengo. Hay algunos que son genuinos, que son de ellos y surgen de la confianza. Durante el ensayo hay una discusión y estoy filmando, soy parte del grupo, ya no están preocupados si tengo la cámara prendida o no. Me quedo quieto, pero hubiera podido hacer primeros planos. Dejo que la cámara ruede. En el montaje vi que ese plano, que dura cinco minutos, tenía ritmo. Ese fue un momento genuino. Pero toda la escena del comienzo de Fait vivir, fue controlada. Miro lo que grabé y aparece desenfocado y les digo que lo vuelvan a hacer. Hay una mezcla permanente entre lo que puedo controlar y lo que se me sale de control.

Fait Vivir (Oscar Ruíz Navia, 2019) Foto: Contravía Films -Telepacífico -Productions Girovago.

Para José Luis Guerin hay que dejar que la contingencia o el azar entren en el rodaje.

Claro. Si me preguntan cuál es la diferencia entre ficción y documental, no lo sé. Antes decía que en el documental hay cosas irrepetibles, pero no. Uno también las puede volver a hacer. Me parece interesante trabajar con materialidad real. Fait vivir no tiene conflicto. No hay peleas, todos son buenos. Si no hay conflicto no hay narración, si todo está bien, no pasa nada. Haciendo Fait vivir no sabía para dónde iba. Pero en el momento más difícil tuve la fuerza de asumir el reto. Veo que, en un mundo tan violento, hay personas que son idealistas, que hacen arte. Valía la pena intentar retratarlos y eso, ideológicamente, es pertinente para estos momentos. El amor o la amistad son conceptos necesarios, estamos en un mundo donde hay demasiada oscuridad. Se necesita hablar de lo que aparentemente ya se ha hablado.

Fait Vivir (Oscar Ruíz Navia, 2019) Foto: Contravía Films -Telepacífico -Productions Girovago.