“¿Cómo te pareció?”. No me había incorporado a la procesión que desalojaba a paso lento el corredor central del teatro Adolfo Mejía, a media luz, tras la proyección de otra película seleccionada en el FICCI, cuando escuché la pregunta, fastidiosa o, quizás, pertinente, que como un eco me atormenta en tantos festivales, lanzamientos o proyecciones.

“¿Por qué no te la haces a tí mismo?”, quise contestarle a quien la formulaba, pero opté por guardar silencio. Por favor, déjame digerirla. Hoy no estamos en una función de cineclub. Regálame  quince días para que mi departamento de sensibilidad, dudas e inseguridades, racionamiento y envidias, ilusiones y fascinación emitan un comunicado al respecto o, simplemente, ante la poca incidencia en mis fibras, decida sin alardes mantener para siempre el mutismo o depositarla en el aparente olvido. Inevitablemente, si no hay un pronunciamiento oficial en ese lapso, es muy probable que en alguna fiesta o tertulia en un sitio imprevisto saldrá de su ostracismo «lo que me pareció».

Probablemente, para quien emitió la pregunta, mi silencio pudo ser interpretado como un definitivo «no le gustó, la detestó, la va a volver mierda». Y, siendo el encuestador alguien cercano a la producción de la película que acabábamos de ver, a sabiendas de que yo también hago cine «de autor», es posible que se atreviera a certificar, en solidaridad con su amigo director y su grupo de colaboradores y compinches, que  «a este envidioso lo único que le gusta es lo suyo». A lo mejor, quien me cuestionaba, en otras ocasiones me vio salir radiante de la sala, bailando de emoción, expresando sin tapujos toda la admiración por la película y su autor, razón suficiente para preguntarse “¿y ahora qué?”.

Siento que en los festivales los asistentes nos comportamos como bandos en disputa por el reconocimiento de un género, estilo o tendencia.

¡Hay tanto de pasión y de placer en el hacer y contemplar el cine! Cómo me gusta cuando una película me apabulla y reacciono a dúo con las sensaciones que propone. Ríe, llora, piensa, tiembla, espera, sueña, reflexiona, encolerízate, actúa, resopla, atérrate, ¡fascínate!  Pero casi nunca ocurre. Eso no quiere decir que la cinta que acababa de presenciar no tuviera alguno o algunos de esos detonadores de afecciones o complicidad sensorial o intelectual, política o ética. Son tantas las variables que intervienen en una película para que su contenido logre establecer una comunicación directa y absorbente con el espectador.

Seguramente, algunos de los condimentos mencionados estaban allí pero no lograron mantenerme durante toda la ceremonia como un espectador cautivo y despertaron -o adormecieron- al crítico, al analista, al cinéfilo, al curioso que busca formas y elementos para sus propias películas, algo inevitable entre quienes practicamos el cine como oficio. Cómo admiro -y me pregunto cómo lo hacían- a los directores que han sido críticos. Pienso en Truffaut, Godard y Scorcese. Pero si mi precaria erudición no me traiciona, ellos básicamente dedicaban sus textos a películas que les fascinaban, de las que aprendían y podían tener enseñanzas para sus realizaciones o las transmitirían a sus espectadores y lectores. ¿Será que allí radica  la gran diferencia entre el crítico a secas y el realizador crítico? Seguramente un crítico crítico tiene la respuesta.

Sí. Adoro las películas que me producen envidia, envidia de la buena, como dice Alirio Gonzalez en Belén de los Andaquíes, de las que te llevan a decir: apuesto a que soy capaz, aunque falle en el intento. Que son inspiradoras por la fuerza y la emoción que te han transmitido sus aproximaciones sorprendentes al tema, los personajes, insertas en propuestas formales que quizás enriquezcan tu trabajo, que puedes adaptar, hacer variaciones, interpretaciones creativas y hasta te atreverías a alimentarte de ellas como principio de una experimentación. El dulce canibalismo al que incitan los maestros, esencia de la evolución de las artes y, por qué no, de la vida.

Pero son tantas las razones para no caer seducido ante una película…

¿Llegaste cansado a la función o dormiste mal? ¿Qué comiste? ¿Tenías hambre? ¿Fuiste al baño? ¿O qué problemas tenías: de amor, profesionales, ¿existenciales?

Todo debe tenerse en cuenta. Pero supongamos que podemos descartar estas variables y  limitarnos el discurso fílmico que tienes frente a tus ojos. Tal vez no te interesa el tema, es una problemática lejana a tus intereses. Lo singular de ciertas películas es que rompen con ese problema: lo lejano se acerca, lo que no tiene interés aparente se vuelve un posible en tu vida y se integra a tus pasiones. Puedes tener discrepancias estéticas. La fotografía, el montaje, el sonido te incomodaron. Tal vez, el preciosismo fotográfico entró en conflicto con la sobriedad del relato o la hipermusicalización dramatizó lo dramático de la situación hasta volverla empalagosa. Pudo ser por un momento muerto en el ritmo del relato que, quizás, para el director representaba  el summum de su propuesta estética, contemplativa, lo que me sacó del viaje e invitó a mis párpados a proponerle a los ojos un reposo. O su afán de aceleración cuando el relato, crees tú, necesita una pausa. Quizás el noble propósito de entapetar permanentemente, como dicen los franceses, con música todo el relato incentivó mi deseo de escuchar el sonido propio de las imágenes y escondió el golpe o la finura, la violencia o la sutileza de los cortes en los planos y secuencias y me alejó del relato. Quizás la estructura me pareció enclenque, la utilización de la voz en off me llevó a las producciones de una época del documental cuando lo único que importaba era el dios pedagógico que contaba la verdad. Quizás era tan pretenciosa la actitud del director que su presencia se impuso sobre la dramaturgia y opacó la propuesta. O no profundizó y se fue por las ramas, o quizás le faltaba creatividad, invención, sutileza, picardía, potencia, posición crítica, denuncia… Tantos condimentos y virtudes que requiere una obra de arte para cumplir su cometido.

Reconozco que en una época marcó mucho mis apreciaciones la obsesión por la vanguardia y veo en mi entorno que para muchos colegas esa postura es lo esencial. Encontré que tal o cual película era «caduca» y yo, que desesperadamente buscaba estar al día, o por qué no, en el mañana, creyendo que las innovaciones aparecen con las modas de cada año, la envié al cuarto de San Alejo. Esa actitud se matizó cuando Álvaro Mutis me dijo un día mirando a la Consergerie desde el Pont des Arts en Paris, donde lo filmaba: «Desde que construyeron ese edificio, en el mundo no ha habido un cambio generacional fundamental». ¿Será verdad? Si así fuese, ese desespero innovador no ha hecho más que crear desesperos inútiles, sobre todo desde el siglo XX. En todo caso, quedé alerta. Y a medida que pasan los años, como películas que parecían desahuciadas, renacen ante el acontecer imprevisto de acontecimientos del devenir planetario, tan diverso e insólito y, a la vez, tan cíclico.

Cuantas veces he confesado: me dormí muchas veces en la proyección, pero cada que abría los ojos me reía, me pareció divino lo que se estaba proyectando, derramé lágrimas y volví a caer dormido. O, en el peor de los casos, abrí los ojos y los volví a cerrar porque nada me seducía.

También hay motivaciones, en apariencia externas, al contenido de la película sobre la que me piden opinar,  que vienen a veces a perturbar su aceptación. Son de carácter ético. Por ejemplo, siendo documentalista con preocupaciones gremiales, me entero de denuncias ante el poder o el maltrato por parte de la producción o la dirección de una película respecto a sus personajes o a la comunidad implícita en la temática que están narrando. Presiones, exigencias, sobrepasos éticos en el pacto realizado entre filmadores y filmados. Entonces, la indignación ante el atropello se impone sobre el respeto al cineasta. Aparece la solidaridad humana. Se me cierra la posibilidad de disfrutar el discurso fílmico que tengo enfrente. ¿Será acaso más importante la obra que la vida? ¿El resultado que sus artífices?

La pregunta que me importunó al salir del Adolfo Mejía tras una proyección en el FICCI puede tener muchas respuestas en función de la película que has visto por recomendación o al azar.  Seguramente, entre las tantas que uno ve cuando acepta colgarse la escarapela de un festival, hay muchos incentivos  para integrarlas al panteón de tus preferidas o relegarlas al olvido. Como está implícito en la pregunta, se trata de un parecer -¡y son tantas las variables que moldean los gustos!-.

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Entre el FICCI-Cartagena y Arte-Sumapaz. Abril de 2025.