Siempre la misma duda. ¿A cuál película voy? ¿Será suficiente la información en el catálogo de mano? ¿Debo consultar con alguien que haya participado en la selección? ¿Me lanzo al azar? ¿En cuál sala es? ¿Bocagrande, el Tam, Caribe-Plaza? ¿Debo ir en taxi? ¿Caminar bajo el sol abrasador de la heroica? ¿Se cruza la proyección con un evento académico? ¿O gremial? ¿Me instalo en el Palacio de la Proclamación o en AECID? ¿O será mejor permanecer un rato en un lugar frecuentado por los productores invitados, esperando que un golpe de suerte me permita hablarle de mi proyecto a alguno de ellos? ¿O de ellas? No olvides el lenguaje inclusivo.  ¿Tienes preparado el pitch? ¿Llevas contigo una sinopsis? ¿Unas fotos? ¿Algo que te pueda ayudar en caso de que alguien, con poder de decisión, esté dispuesto a escucharte? ¿Le propondrías tomar algo? ¿O sin perder tiempo lo detendrías en mitad de la acera, en una callejuela estrecha de la ciudad amurallada e improvisarías el pitch? ¿Sería lo más eficaz? ¿Y has planeado el tiempo para almorzar o cenar? ¿irás con los amigos de siempre? ¿Te ilusionas con un nuevo encuentro? Cartagena es carísimo. Quedan muy pocos restaurantes al alcance de un documentalista. ¿Por qué tantas preguntas? ¿Será que en el fondo estoy asumiendo el nuevo oficio de cronista o, para ser más preciso, de aprendiz de periodista? Si mi credencial en el FICCI este año es de prensa, ¿vengo a documentar vivencias, encuentros, visiones de películas, comentarios, reflexiones de sala de cine, callejeras o sociales que puedan transformarse en contenido para La pesadilla de Nanook? ¿O será que mi oficio de documentalista me abre el abanico y me pone a dudar y, ante tanta expectativa, tanta posibilidad de acción, me desconcierta? Escucho un tambor lejano.

En la Plaza de Santo Domingo un grupo folclórico baila un mapalé para turistas. Me tropicalizo ¿Y sabes qué fiesta habrá esta noche? ¿Te invitaron? ¿O ya hay rumores acerca del coctel asociado a la première de tal película? ¿De tal serie? ¿De tal plataforma? ¿De tal casa de producción exitosa? Lo único que tengo seguro es que en las noches, terminada la última proyección, sin haber visto el atardecer desde las murallas, dirigiré mis pasos hacia Getsemaní y entraré al bar de moda. Allá, con seguridad, llegará la horda de colegas ansiosa por hablar, beber, discutir, bailar, celebrar la jornada tallada en aromas de cine y aromatizada con juicios y prejuicios, alabanzas y maldiciones, risas y sorpresas, reflexiones y enseñanzas, golpes y dichas fantasmales. Abrazaremos las luces y las sombras del asombro. Allá estaremos quienes asociamos el Festival de Cine de Cartagena no sólo con cine, sino con trópico y rumba, mientras otros cinéfilos de contextura serena o alérgicos al ruido o practicantes del amor apasionado, buscarán refugio desde temprano en sus almohadas a ritmo de ventilador, o bendiciendo el impredecible efecto del aire acondicionado. Seguramente, en una hora cercana al amanecer, cuando la fatiga a todos haya derrotado, la catarata de imágenes digeridas por tanta mente excitada se condensará en la gran pantalla del sueño colectivo que pronto interrumpirán las dudas puntuales del nuevo día.