Laboratorios Frankenstein, 14/IX/2019
Jorge Andrés querido:
Después de ver tu autobiografía filmada alrededor de la presencia de tu madre en la circunstancia dolorosa de la enfermedad, tras su muerte que fue creciendo como una nube indeseable entre tu padre y tus hermanas por las traiciones del cuerpo que tuvieron que enfrentar, confirmo que la cámara es un instrumento que atrapa el tiempo y lo detiene en el instante de una filmación; que uno de sus prodigios es hacer del pasado un presente inmediato mientras se deslizan las imágenes en la pantalla y se confunden los tiempos verbales, suspendidos en ese tiempo paralelo dentro del tiempo que es el cine. Al archivo familiar, detenido en las fotografías del álbum donde permanecen los recuerdos, agregas el archivo de las imágenes en movimiento y de la banda sonora que tienen esos recuerdos, cuando han transcurrido los años y los espacios de la felicidad se transforman en los lugares, si no de la melancolía, al menos de la nostalgia. Tantos años filmando a tu padre, registrando el paso hacia el silencio de tu madre, tu crecimiento y el crecimiento de tus hermanas, ¡tus fobias comprensibles con los perros por causa del pastor alemán que te petrificó una sonrisa tensa en el rostro de tu infancia, acaso conjurada con el perrito que aparece en los créditos finales del documental!, componen para mí una historia que no pertenece al territorio exclusivo de una familia que tiene tu nombre, pues los matices que narras pueden dialogar con los temores de cualquier espectador que se descubra reflejado en la pantalla –por ejemplo, cuando visitas de manera recelosa el inquilinato de Sonsón, sus habitaciones para solitarios, y dices que en una casa se sienten los estragos del tiempo, permitiéndome evocar esa línea de César Vallejo que quiero tanto: “Una casa viene al mundo, no cuando la acaban de edificar, sino cuando empiezan a habitarla”–. Mientras avanzaba en tu relato, comprendí una vez más por qué me interesan tanto los documentales que desarman el artificio del cine y lo enseñan desde sus entrañas, haciendo públicos momentos tan íntimos como el que sucede durante el día en el que dejaron que las cenizas de tu madre volaran al viento –siendo incluso dudoso el término “público”, pues la intensidad de un momento como ese me permite suponer que cada espectador se puede comprometer emocionalmente y según su perspectiva con el ritual, hasta el punto de que olvide al espectador que se encuentre inmediatamente a su lado–. Acercarse entonces a las entrañas de lo que se filma y, como te dije, mostrar en su desnudez la forma del cine, le otorga una sinceridad a lo narrado, que anula el artificio y registra la vida tal y como transcurrió en un instante. Una desnudez que bordea los terrenos de lo terapéutico en clave poética, notable cuando tu padre, en el viaje que hacen juntos recordando a tu madre y sus imágenes, te confiesa que le hubiera gustado tener una amistad más cercana contigo, siguiendo, tras el abrazo que le das, un corte en la edición, por el que los vemos entrando al mar y, luego, escuchamos tu voz infantil, milagrosamente grabada, cuando tenías dos años de edad, para rescatar la inocencia del diálogo que tienes con tus padres. Filmar para ti, como dices en el documental, fue una manera de estar observándolo todo tras la seguridad del lente. Sin duda: otros tenemos la escritura para equilibrarnos ante la precariedad del mundo y por eso intuyo que quizás comprendí la dimensión de tu frase, la gratitud que pudiste sentir con el oficio en el que trabajas para honrar el cariño familiar y resolver, en parte, los dilemas que pudieron acompañarte cuando, estoy seguro, organizaste la tonelada de material que tuviste que seleccionar para darle un sentido narrativo a los años hechos imágenes. Un vasto rompecabezas que descubre, cuando todas las piezas están ensambladas, la imagen del tributo que le haces a todos los que te moldearon por el azar de los encuentros, por ese azar biológico que es una familia y por los lazos de sangre que definen tu lugar en el mundo. Por todo esto, Jorge querido, gracias por dejarme ver tu documental, después de tantos años de que me hubiera enterado por primera vez de tu proyecto. Tantos años, más que justificados, por la honestidad de tu película. Con un abrazo del tamaño de tu historia, es decir, enorme,
Hugo