El artista plástico Juan Manuel Echavarría, director y narrador de Malo pa pintar muñecos (2022), reflexiona en su documental sobre la singularidad de las pinturas de Diego, un excombatiente de las Farc que hizo parte de los talleres que Echavarría y la Fundación Puntos de Encuentro realizaron hace más de una década con quienes desde uno u otro bando participaron de la guerra en Colombia. “No me importa si pintó una mentira, sino por qué necesitó pintarla”, “La pintura es una ficción verdadera”, “No hay un borde que separe la realidad de la ficción”, le escuchamos a ese narrador que, en la pausa a la que nos obligó la pandemia del Covid-19, volvió al archivo de más de 400 pinturas producto de esos talleres para indagar en aquello que en primera instancia no le había resultado visible en ellas.

Malo pa pintar muñecos (2022)

Uno de los resultados de los talleres, o al menos el que tuvo más notoriedad pública, fue La guerra que no hemos visto, la exposición que tuvo lugar en el Museo de Arte Moderno de Bogotá en 2009 y en la que 90 de estas 400 pinturas con acrílico en tabletas de madera y dispuestas en forma de retablos fueron mostradas por primera vez. Se trataba de recuerdos de experiencias de la guerra pintados por quienes la habían vivido en el campo de batalla. En el momento de los talleres y de la posterior exposición parecía evidente la verdad que emanaba de esas pinturas realizadas por personas sin ninguna formación artística. Echavarría había liderado y realizado una importante obra artística previa cuyo foco central era la voz de las víctimas del conflicto colombiano. En ese camino vieron la luz trabajos como Bocas de ceniza (2003-2004), en el que siete víctimas construyen sus relatos sobre la guerra en el país en forma de breves canciones grabadas todas ellas en un mismo plano que resalta el rostro de las personas y especialmente sus bocas.

 

Tanto en Bocas de ceniza, un video de menos de veinte minutos de duración, como en La guerra que no hemos visto, el dispositivo artístico y social que suscitó Echavarría buscó ir más allá del testimonio de las víctimas para así eludir los inevitables silencios, ocultamientos o distorsiones con que se recuerda –y se cuenta, cuando esto es posible– lo vivido de forma traumática. En estas obras vibraba el deseo de ir a una verdad profunda, desnuda e incuestionable. Ese deseo de verdad, y el trabajo que conlleva hacerla pública, es un tema fundamental para la sociedad colombiana, y el arte, de forma orgánica, hace eco de esta demanda.

 

Malo pa pintar muñecos complejiza esa aspiración a la verdad. Podría decirse que este documental es una parábola del retorno con la que se busca –como se dijo arriba– ver aquello que no se vio en La guerra que no hemos visto. En la mencionada exposición, que también generó un libro, latía un deseo de conocimiento. El taller y las obras buscaban que la suma de las partes ofreciera una especie de paisaje mayor: un relato colectivo con valor de prueba sobre lo que nos pasó y de lo que no quisimos percatarnos. Quizá esa aspiración correspondía más al deseo del público que al del propio artista y su pequeño y comprometido equipo de trabajo (Fernando Grisalez, Emmanuel Márquez, Noel Palacios, Gabriel Ossa); salíamos de esa exposición con una sensación de totalidad o plano general de la guerra en Colombia.

 

Malo pa pintar muñecos propone, por el contrario, un primer plano, fija su atención en el fragmento, acerca la cámara a las pinturas, se pregunta por lo que significan los bordes de cada tableta de madera pintada y cómo se juntan unas con otras, y qué se intenta suturar o pegar. Progresivamente, Diego, el excombatiente de las Farc (y el participante que más pinturas realizó) gana protagonismo en el documental hasta volverse su centro. Su testimonio pintado es singular, tanto como la profundidad y el alcance del daño que la guerra le ha causado. Él, Diego, es el único que no une las tabletas de madera de forma regular, buscando encerrarlas en un cuadrado tranquilizante. Encontró intuitivamente otra forma que parece, justamente, fugarse de los bordes. 

Así, con ese gesto, nos da señales sobre lo sinuoso e inatrapable de la experiencia de la guerra. Diego no siempre pintó una verdad apegada a los hechos tal como sucedieron; pintó su verdad, la que necesitaba para seguir viviendo en el mundo de los vivos en una vida marcada por tanta muerte. Malo pa pintar muñecos se integra a la obra artística liderada por Echavarría, que ha encontrado en el documental (como ya se vio en el Réquiem NN –2013–) no solo una oportunidad de registro o archivo sino una ocasión para expandir las preguntas centrales a esta obra y fijar la atención en el detalle que el ojo mecánico del cine (su inteligencia óptica) ayuda a ver mejor.