La pesadilla de Nanook, revista de los cineastas de lo real, se pregunta en este número por esos mecanismos de invención de la realidad; por los cambios que en el tiempo han hecho que se realicen relatos de no ficción, o que recurran a ella, de una forma u otra, sin afectar esa misteriosa esencia de lo documental; por esos límites o hibridaciones que la práctica cinematográfica y la ideología de una época inventa y que otra posterior fractura, borra o modifica.
No se escapa en este número la reflexión sobre el origen de su propio nombre y de los símbolos que genera, del comportamiento de sus inspiradores y de las prácticas coloniales que cuestiona o a las que le coquetea. Ahonda en cosas tan anodinas, aparentemente, como el fenotipo de los documentalistas; deja el espacio para que cineastas latinoamericanos y colombianos confiesen el cómo y el por qué de la puesta en escena atemporal en sus películas de sucesos traumáticos históricos o familiares; escucha confesiones sobre lo que ha significado la realidad y la manera en que ha optado representarla o construirla uno u otro en función de su raza y sexo y, en función de ello, abre las puertas a consideraciones ensayísticas y obras que visualizan el peso de tabúes y cercos con los que la ideología patriarcal ha mantenido su cuestionable imperio.
En su propósito de interactuar con sus lectores, la revista digital de Alados arriesga y se regocija en la comunicación convergente y se esfuerza por dejar memoria a través de exploraciones escritas que consideramos “provocaciones de lo real”, contenidos textuales, perdón por la redundancia, ¡provocadores! , como su nombre lo indica, que en el fondo son una manera de hacerle un homenaje a quienes apuestan a innovar en los lenguajes audiovisuales osando participar en la invención de la realidad.
La guacamaya lo sabe
No cesa la cámara de registrar acontecimientos desconcertantes mientras el kayak navega por la convulsionada realidad planetaria. Los vientos y las corrientes marinas, acelerados por cambios de temperatura explicables, pero incontrolables, ponen ante el lente a la deriva evidencias de un mundo regido por intereses de una especie dominante que, en su afán por desarrollar “su bienestar”, de manera invasiva e intolerante, acelera la descompensación de procesos milenarios que permitieron la existencia de múltiples formas de vida. Hoy, muchas de ellas han desaparecido, otras están en vía de extinción, mientras algunas, que le sirven de alimento, pastan en inmensas extensiones mientras les llega su hora.
La guacamaya lo sabe. Su memoria de especie amenazada podría relatar con sus cantos, que hoy son gritos, la destrucción de su morada, cada golpe de tronco cayendo estrepitosamente sobre el lecho arrasado de una selva que va convirtiéndose en imagen-memoria, en un soporte que solo disfruta, o sufre, algún fragmento de la especie a la que supuestamente pertenece ese compañero, fantasma o símbolo, engendrado por el cine. Optimista por naturaleza, lo afirma el colorido de su plumaje; a ese ser alado algo le dice que en el interior de la cámara que opera su compañero de viaje se gesta una acción que, quizás, podría ayudar a reparar su incertidumbre. El aparente silencio es el medio ideal para la observación y el cuestionamiento. Un filtro de humo con olor a desierto del futuro apenas deja percibir los drones y misiles que algunos activan con el propósito de controlar o defender un territorio, o las banderas, ondeantes de euforia, durante un cambio de poder en un país tropical que, tras siglos de opresión, pareciera recibir un posible respiro. En medio de la bruma y los murmullos exaltados, la guacamaya recuerda el grito de un depredador que se rebeló contra la ambición de su propia especie y quiso defender esa selva de la que se reconocía parte, que promulgaba que allí se gestaba el oxígeno que respiraba, pero que también cayó víctima de una bala que le propinó otro que ampliaba su riqueza menospreciando la sabiduría de la naturaleza.
Quienes filmamos y escribimos somos parte vergonzante de esa especie depredadora que al enfocarla en detalle es también múltiple y diversa; la cámara nos descubre y en nuestros gestos constata que hemos optado por ser rebeldía al interior de su proceder devastador. El mundo real ante nuestros ojos nos obliga a reflexionar y buscar formas de comunicarnos que funcionen como alerta, como propuesta, como amplificador de la sensibilidad y nos conmuevan e inviten, en el mejor de los casos, a considerar el cambio de actitudes. Discutimos entre nosotros para tratar de utilizar las pocas herramientas con las que lograríamos, por ejemplo, la paz con nuestro entorno, a que las exploremos y les saquemos nuevas posibilidades de sentido. Recurrimos a las cámaras, los sonidos y las palabras y nos apoyamos en viejos bastones como la ética y la estética para conformar discursos que, en definitiva, reinventen la realidad.
Hace tiempo entendimos que lo que la cámara registra no es un nosotros mismos; pero ese mágico proceso, capaz de guardar nuestros rasgos, gestos y palabras de un momento, nos permite reconocernos y pide ampliar la representación y buscar en espacios íntimos, en las relaciones ante el espejo o en las acciones interpersonales, o en el macro mundo social, muchas veces conflictivas, trozos de un relato mayor, de aquello que hemos llamado existencia en nuestro intento de serenar la sed permanente de verdad, esa especie de tranquilidad cósmica que nos permita disfrutar del corto pasaje temporal por el universo.
N. B. En este número, que cuenta una vez más con el apoyo de EGEDA, se consolida el espacio de las reseñas de algunas películas que se exhibirán en la MIDBO 24.
Diego García Moreno
Director