Dos cartas, dos ensayos epistolares escritos de manera entrañable acerca del documental, del tiempo y de las geografías en las que se encontraron López y Luna a través de la distancia.
Madrid, 17 de junio de 2025
Fuera de campo
Querida María, permíteme que este texto sea parte de la correspondencia que ya hemos iniciado. Se me hace necesario también que así sea porque no deja de darme vueltas en la cabeza el hecho de no haber incluido en la video carta un saludo que te nombrara como destinataria, un acto fallido quizá que me plantea preguntas. Por ejemplo, si así queda abierto a quien quiera recibirlo como carta o, por el contrario, si va en contra de la naturaleza epistolar que nos propusimos. Ambas cuestiones me resultan relevantes porque, por un lado, plantean la pregunta sobre el espectador o por el público, que parece hoy más necesaria que nunca, pero, por otro lado, porque suponen la tentación de simplemente volver sobre la línea de tiempo y enmendarlo. Me mantengo con la versión que te envié, con sus faltas.
Otro aspecto que ha sido parte de mis reflexiones estos días tiene que ver con el sonido y con la incorporación de texto en la pantalla, un recurso muy de moda que parece hacerse de manera gratuita. Encuentro en mi cuaderno de notas una pregunta: ¿hasta qué punto la interpretación de la investigadora puede ser errada porque simplemente se trató de un asunto práctico o técnico? Grabé muchas veces el texto con mi voz, con algunas variaciones e inflexiones. En un primer momento sentí rechazo a la manera en cómo se escuchaba, poco habituada a oírme a mí misma y sin la posibilidad de un recurso técnico que pudiera trabajar o mejorar su forma hasta satisfacer mi vanidad, lo que se convirtió en un problema. Pero después tuve algunos inconvenientes técnicos por la falta de experticia en el conocimiento de los software de edición, lo que me impulsó a usar los subtítulos, un recurso muy utilizado en el documental contemporáneo, pero que tampoco me satisface totalmente porque incorpora la dependencia de la palabra. Y aunque es verdad que después logré incorporar grabaciones de audio, elegí dejar los subtítulos.
He pensado sí estas imágenes logran o no hablar de la poética, si pueden decir algo sobre su propia forma o si necesariamente se requiere de la presencia de un tipo de texto explicativo o del diálogo o de cierta abstracción. Me pregunto por la dependencia de verbalizar y depositar los pensamientos en un soporte escrito, una tradición de la que es difícil escapar. La autonomía de las imágenes es en este momento incuestionable. Hemos visto la manera diversa en que a través de la historia han estado presentes y la fuerza con la que crean, guardan memoria, dan testimonio, incorporan el pensamiento de las diversas épocas y son depositarias de su propia naturaleza.
El cine documental ha tenido la capacidad de hablar de cada época en la que ha se ha insertado, tanto como parte de las dimensiones de la realidad y como del pulso de la historia. En la actualidad, la súper abundancia de imágenes, la producción generada por millones de dispositivos, nos sumerge en la desmaterialización del mundo y nos pone ante la inmensidad de cúmulos de imágenes como obra de arte viviente. Esta experiencia sobrecogedora de las imágenes como una masa nos devuelve a la necesidad, expresada en muchas obras documentales recientes, de una búsqueda más lenta, más detenida y detallada en pequeñas cosas, pero también en la búsqueda de sensaciones, de emociones y de historias más íntimas y únicas, que se oponen tal vez a las múltiples expresiones de la automatización, de la maquinización cuya expresión más concreta son las inteligencias artificiales. Un cine tal vez más análogo, en sus medios y soportes, pero también en sus búsquedas estéticas.
Y si me decías que estabas en un momento de mucho vértigo y rapidez la respuesta es quizá ese cine que vemos detenerse, ir despacio, deambular, preocuparse por lo anodino y lo anónimo, pero también por la búsqueda de la belleza, de la conexión y la vida. Esto puede implicar el riesgo de caer en lo naíf, en lo superfluo, en la banalización, como una contracara de la tensión contemporánea.
Finalmente, querida María, terminaré diciendo que el texto, la palabra escrita, con toda su tradición, es también banalizada, sobre-escrita, sobrevalorada. La expresión de la hegemonía disciplinar que se impone, aunque se repita en sus formas y desconozca o intente desconocer las prácticas más recientes tras argumentos igualmente ortodoxos que, como muchas veces en la historia, son la manifestación de la debacle de la propia supremacía, el atisbo de cierto fracaso.
No puedo dejar de mencionar que ante las tragedias de las que somos testigos por estos días esperemos que las imágenes producidas desde las entrañas de dolor, de la confrontación y del sufrimiento logren interrogarnos, conmovernos y oponernos a la deshumanización presente.
Ana
Entre Mataró y Estambul, 8 de julio de 2025
Sonido ambiente
Ana, colega, ya me conoces, quizás ya sabes que a pesar de mi aparente formalismo prefiero expresar la cercanía sin fórmulas, por eso quizás llevo un tiempo rehuyéndole a lo académico y, siempre que puedo, a los saludos formales. Ana de amistad, una que se ha ido formando posiblemente entre tantas identificaciones con nuestra diáspora como estudiantes, con nuestros trabajos en la universidad y, creo que en el caso de ambas, con nuestra lucha y llegada a los doctorados desde mundos más prácticos, mundos que poco a poco muchos han querido perder de vista, como cuando nos encasillan en ser docentes, en ser “demasiado” académicas, en ser demasiado de algo que en el fondo significa que nunca serás suficiente… Cosas que quizás entendemos mejor las mujeres, las que parece que nunca llegamos a pesar de tantas luchas, tantas formaciones, tantos desempeño, tantas demostraciones… O las que cuando llegamos no pueden evitar mirarnos con sospecha, como preguntándose de dónde llegamos… Ana, con la que cuántas veces habremos hablado de esos medios que nos vieron nacer, de esas facultades de escuela pública, la tuya tan de crónica, la mía tan de documental…
Primero, esta carta es, tiene que serlo, una disculpa por el vértigo de las circunstancias. Justo el 27 de mayo me llegó al email una noticia que cambió el rumbo de los planes de pausa para elaborarla y de allí surge esta especie de manifiesto desatado, de desahogo y de reclamo de no tener que demostrar más. También de expresión desde mi condición de exilio, de migración, de nacionalidades, a veces, depende de dónde se miren, entendidos como privilegios que hoy, en viejos mundos que se cierran, no se exactamente qué significan.
Te decía ayer, justo a puertas de cerrar esta entrega que, a pesar de la identidad de investigadora con la que se me suele asociar en Colombia, mi intención no era la de racionalizar. Prometí un texto corto, un post scriptum, y ya veo que al releer tu texto esta mañana, quizás no será tan breve. Me ha gustado el ejercicio que propuso La pesadilla de Nanook, el de tener que expresarme con imágenes y, sobre todo, con sonidos. Volver a ellos ha sido un redescubrimiento desde el montaje, desde el significado de la escritura, desde el asombro de ver cómo el azar y el sonido ambiente se alineaban con la idea inicial.
Esta carta es un desahogo. A primera vista se puede leer como el reconocimiento de una derrota, un fail better en toda regla, como diría Beckett, en una frase tan de moda hoy, y no me sorprende entre lo único que queda de sofisticación en una cantera sin fondo, alimentada de nuestras múltiples precariedades. Pero quizás no es mi fracaso al que me refiero, que ya podría ser, a pesar de lo personal que parezca, algo más colectivo, el peso de esos sueños que prometieron a nuestra generación intermedia y que a veces parecen no cumplirse. Y es todo eso sobrepuesto en imágenes imperfectas, captadas con la rapidez de la vida, cargadas con los sonidos de la ciudad; es también la esperanza del mar, donde se abren los pensamientos y donde metafóricamente va a parar la video carta.
Pero es sobre todo el intento de volver al cine, el medio utilizado como arma de sinceridad, en un momento en que me dio gusto pensar en esa teoría del entusiasmo que tanto me recomendaste y que me inspiró a mandar un poco al traste a las redes sociales, insaciables con su promesa de promocionarnos, de visibilizarnos, de hacernos “quedar bien”, con su correspondiente correlato de agotamiento. Y sobre todo para mí, además de esta confesión, fue el goce de la escritura, por la que empecé la carta después de recibir la tuya, muy contenta de este dispositivo de calma y silencio que proponías y que tanta falta me hacía.
En respuesta a lo que dices sobre la escritura, no creo que se haga banal, por el contrario, creo que leernos abre mundos, suelta nudos, deja posibilidades de seguir pensando. No tengo, nunca he tenido, particular atracción por la producción de imágenes. De hecho, debo decir que el redescubrimiento de lo que son capaces de hacer los sonidos al montaje y de aquello que las palabras aportan al ritmo es, esta vez, mi humilde ganancia.
Tu carta, tan Mekas, tan aparentemente simple y tan reflexiva, aunque no enuncie a su destinatario oficial, detonó en mí ese pensamiento y la forma de esta respuesta, preocupada por no encontrar pausa para reflexionar y, finalmente, surgida, como la carta misma se atrevió a confesar con su valentía, del fondo de mis circunstancias, sin pretender nada más que esta breve comunicación a la que Nanook, una vez más, me impulsa, no para demostrar, sino para atreverme un poco a reconocer el momento mismo desde el que se escribió.
Sinceramente (quizás nunca mejor formulado),
María