“Una mañana soleada, mientras los niños y niñas juegan en la calle de Belén de Los Andaquíes, un pequeño pueblo en el Caquetá -Piedemonte de la Amazonía colombiana-, un hombre entra sigilosamente a una edificación pintada con muchos colores. Se dirige hacia una oficina llena de recortes de fotos, muñequitos en plastilina, dvds, cassettes y monitores de televisión. Nervioso, abre el cajón de un escritorio y extrae un computador portátil. Lo esconde en un bolso y huye del lugar. En un letrero escrito con caligrafía infantil se lee: Escuela Audiovisual Infantil.
Cuando Alirio, el director de la escuela, entra a su oficina, descubre que falta el computador. Sus ojos enloquecen, maldice con un hijueputazo, se rasca la cabellera negra ensortijada y sale corriendo. Se prenden las alarmas. La señora de la tienda vecina dice haber visto a un desconocido. Alirio corre por el pueblo para investigar desde la plaza de mercado al parque principal, de la estación de policía al colegio, de la base militar a la estación de taxis. Se sospecha que el ladrón es un extraño que salió en un taxi colectivo rumbo a Florencia, la capital del Caquetá. Alirio toma un taxi para alcanzar al malhechor.
El paisaje que recorre Alirio le trae recuerdos. Ante sus ojos se deslizan, entre los retenes militares, extractos de las películas realizadas por sus pelaos, los recuerdos del día que la guerrilla se tomó el pueblo, los registros visuales de la vida diaria, así como archivos de época sobre la selva y la colonización. Llegando a Florencia, por el radioteléfono del taxi, se entera de que en el último retén fue detenido el ladrón y recuperado el computador. Alirio sonríe…».
Esta historia, narrada por el productor, director, guionista, editor y documentalista colombiano Diego García, nos recuerda cómo se creó la Escuela Audiovisual Infantil en Belén de los Andaquíes (Caquetá) y quién es José Alirio González Pérez, fundador de este proceso de comunicación comunitaria reconocido por su estética propia, naturalidad, sencillez, creatividad y trayectoria.
La Escuela Audiovisual Infantil es hija del centro de comunicación ciudadana Andaquí, una iniciativa también liderada por Alirio González. Desde allí surgió la radio comunitaria de esta localidad en 1996, Radio Andaquí, galardonada como mejor emisora comunitaria del país en los años 90 por amplificar las voces y opiniones de campesinos, niños, niñas, organizaciones sociales, iglesias y el sector privado, y por sus formas creativas de narrar y posicionar en la agenda pública la participación, el medio ambiente, la conversación, avanzando hacia una cultura de paz en medio del conflicto armado en el territorio.
El enfoque audiovisual surge en diciembre de 2005, una época en la que los habitantes del pueblo se reunían a decorar sus cuadras, a cocinar en la calle y a compartir con los vecinos. A la casa de Alirio llegó entonces el comunicador social Raúl Sotelo a estrenar su cámara de fotografía. Por ser algo novedoso, los niños y niñas empezaron a acercarse y jugaban a registrar los rostros y acciones de los habitantes. Luego, estas fotografias se proyectaban por la televisión local, acompañadas de música. En medio del juego iba naciendo la memoria de los oficios, personajes, acciones del pueblo, y los niños y niñas iban documentando su territorio. La gente empezó a reconocerse en la pantalla percibiendo sus vidas y su municipio desde otra perspectiva.
Por esa misma época, la académica Clemencia Rodriguez llegó a visitar el pueblo y al ver el movimiento en torno al audiovisual donó su cámara fotográfica al grupo que poco a poco iba creciendo. Para administrar la única cámara que existía nació el principio de lo que entre todos habían nombrado Escuela Audiovisual Infantil.
«Sin historia no hay cámara»: esta frase fue una invitación a concebir la formación y la producción audiovisual reflexionando, diseñando y ejecutando proyectos. Los niños y niñas llegaban a la casa de Alirio con una idea para contar alguna historia de su vida, de su familia, de su entorno. Sólo así podían acceder a las herramientas que, poco a poco, se conseguían por la gestión de Alirio. Debían trabajar en equipo para llegar a la meta de tener “una película”; se unían con sus amigos y familiares, y en conjunto, de forma orgánica, grababan el sonido, tomaban fotografías, editaban, dibujaban y animaban la película que luego se proyectaba en las paredes de sus casas.
Así se empezaron a crear narrativas audiovisuales donde las estéticas, formatos, lenguajes y costumbres locales eran los protagonistas. Fotos, videos, ilustraciones, diseños, rayones, audios realizados desde hace décadas en este lugar, demuestran la capacidad que se tiene en la infancia para leer entre líneas, imaginar y jugar. Demuestran, también, las formas de tejer la memoria desde el presente, en conexión con el pasado y con los sueños del futuro.
El archivo de la Escuela Audiovisual es un baúl digital de documentales narrados como si fueran ficciones y de ficciones narradas como si fueran documentales, capaces de hacer volar a un manatí en medio de un cananguchal. Pero lo más extraordinario de ese archivo radica en lo ordinario de su contenido, en años de captura de lo cotidiano. Un cotidiano sentido, vivido, intervenido, editado y visto no solamente a través de los ojos sino a través del oído, del tacto, del cuerpo, de la experiencia vital.
La cotidianidad de Belén de los Andaquíes que ha sido capturada por la escuela por mas de 20 años, lejos de toda pureza frente a la idea de “lo real”, tiene una buena carga de juego, de imaginación, y la imaginación tiene una buena dosis de caos, como su director, quien tiene una manera particular de liderar procesos creativos “haciendo y dejando hacer lo que la gente se le dé la gana” pero…
¿Quién es Alirio González?
Alirio es un contador de historias, músico, sonidista y realizador audiovisual autodidacta, explorador de estéticas audiovisuales y narrativas por medio de la participación, en las que suman técnicas y estructuras universalmente aceptadas. Nació en 1961, en Palermo (Huila). Es el mayor de diez hermanos y llegó con sus padres en octubre de 1964 a Belén de los Andaquíes. A los once años se fue del pueblo porque no le gustaba cómo la gente se resignaba a ser pobre en medio de la riqueza que él veía: “Mi alegría era ir al río y ver cómo bajaban por allí el plátano, la madera, los chontaduros, el arroz, el maíz, y luego caminar al parque y ver la plaza llena de estos alimentos. [Belén] es un pueblo muy rico”.
Entonces se fue a buscar otras historias en Bogotá y a cumplir su sueño de ser músico. Allá se vinculó a un circo de España que le prometió llevárselo a recorrer el mundo, pero conoció de cerca la experiencia de Javier De Nicolò, un sacerdote salesiano italiano que lideraba la República de los Muchachos, un espacio que ofrecía educación y protección a jóvenes de escasos recursos, practicando la pedagogía del autogobierno. Alirio se convirtió en músico, abrazó los saxofones y conoció técnicas pedagógicas. Al preguntarle a Alirio sobre cuál es su corriente de enseñanza, responde sin pensarlo: “Haga lo que se le dé la gana”. Nombra pedagogos como Makarenko o Germán Mariño y aclara que nunca se ha reconocido como pedagogo o profesor a pesar de haber sido seleccionado entre los diez mejores de la República de los Muchachos y de ser enviado a Cali a conformar una escuela con los habitantes de la calle:
“Siempre me ha gustado la gente que está en la calle. Si están allí es porque algo en su mundo los atormenta, porque siempre están buscando y no se quedan acomodados en sus casas”.
Cuando Alirio fue mayor de edad en los años 80 se graduó de bachiller.
“Quería estudiar algo pero no había en el país lo que quería: ingeniería de sonido o electrónica. Entonces me relajé y decidí no estudiar en una academia. Seguí aprendiendo de música, pero no sólo con instrumentos sino escuchando la música de la calle, de los gatos, de los perros, de todo”.
Mientras prestó su servicio militar fue músico en la banda de la Escuela Militar de Cadetes, donde también fue nombrado como líder en radiocomunicaciones y conoció de antenas, conexiones y códigos de comunicación.
Todo este aprendizaje regresó con él a Belén de los Andaquíes a mediados de los 90, cuando fue invitado a liderar la Casa de la Cultura y a formar una escuela de música en el pueblo. Pero terminó conformando una de las escuelas de comunicación y de cine comunitario más importantes del país que ha transformado vidas no solo en el audiovisual sino también dialogando, haciendo papel artesanal, destilando algún fruto o trabajando con madera en la carpintería que se construyó en este laboratorio de ideas e historias.
Quizá, sin planearlo, Alirio ha realizado acciones pedagógicas de transformación en la radio, el audiovisual y las artes manuales
: es su delirio. Apasionado por el cine, trabaja con lo que haya disponible. Su particular modo de ser, su experiencia y buen humor, despierta en los demás la creatividad, la posibilidad de poner en pantalla dibujos, textos, serigrafías, la realidad. Siempre le ha apostado a las historias y a la sabiduría local y a sus propias estéticas ya sea en Belén de los Andaquíes o en los lugares que visita esporádicamente para trabajar como tallerista, sonidista, camarógrafo, técnico, logista, lo que sea, como dice, “¡se le tiene!”.
Crecer en este contexto genera una experiencia particular de habitar el mundo y una mirada particular según la experiencia estética. Conozcamos la historia de Luis Alfredo Capera, quien se autodenomina “El mono”, a través de este testimonio brindado a Natalia Rueda, Comunicadora Social, Magíster en Cultura y Sociedad, quien desde 2008 ha estado vinculada a diversos procesos de la Escuela Audiovisual Infantil de Belén de los Andaquíes, donde ha participado como tallerista, realizadora audiovisual y formuladora de proyectos ganadores en convocatorias regionales y nacionales.
- Natalia: ¿Quién es “El mono”?
- Luis Alfredo “El mono” Capera: “El mono” es una persona que desde muy pequeña se apasionó por una cámara y se aferró tanto a ella que ahora es realizador; alguien que pasó de una escuela de cine muy acogedora, en Belén de los Andaquíes, a otra escuela de cine, en Bogotá, donde no te veían y no te decían nada. Después de eso, llegó a Congo Films, donde vieron su potencial y lo apoyaron para salier adelante. Ese es “El mono”, alguien que se aferró a la cámara desde muy pequeño.
- N: ¿Qué encuentras en la cámara?
- L: Una forma de ver diferente y de poderme expresar con ella porque no soy alguien que hable con palabras sino a través de la cámara.
- Hablo con “El mono” después de muchos años. Lo conocí en Bogotá cuando tenía 9 o 10 años y, por un descuido, se perdió en mi lugar de trabajo. Por varios años la escuela nos unió en jornadas de producción que acompañé en Belén sin dejar atrás las cocinadas, el río y los parches que sellaron un cariño mutuo que hoy se mantiene intacto.
- N: ¿Cómo describes hoy la experiencia en la Escuela Audiovisual?
- L: Como una semilla que se siembra para plantar un árbol y seguirlo cultivando durante el resto de la vida. Creo que eso fue la escuela para mí, una semilla que fue creciendo poco a poco al lado de otras semillas más, con las que ahora somos parche, colegas, amigos… En ese momento decía: “Pues estoy aprendiendo”. Pero nunca lo veía como mi futuro por todas las circunstancias alrededor de mi vida, de la familia y demás, y también de ver las cosas imposibles. Pero ya estando acá, con la experiencia, con el tiempo, saber que tú puedes hablar de tú a tú con un director de fotografía grande, nacional, o con un empresario grandísimo, digo: “Bueno, funcionó de algo”.
- N: ¿Cuántos años tenías cuando entraste a la escuela?
- M: Yo creo que unos ocho años.
“El mono” (2008)
- N: ¿Cuál es la película más emblemática de las que hiciste en la escuela?
- M: Siendo sincero nunca tuve una película propia. Siempre le trabajaba a los demás y digamos que una, la que hice, fue para la serie Telegordo, que se llamaba “El Barco 2”, pero era un remake de “El Barco 1”. La idea principal de Maikol y Maikol me ayudó un montón. Creo que las dos partes de El Barco las llevo ahí porque mi sueño en Belén era trabajar y viajar, trabajar y viajar. Y la realidad era otra.
- N: ¿De qué se trata El Barco?
- M: “El Barco 1” trata de un niño que sueña viajar en ese barco a muchos lugares del mundo. Y en “El Barco 2” el tema principal es montar los sueños de los niños de la Escuela Audiovisual y que se fueran a donde cada quien soñara, montados en ese barco.
El Barco 1
El Barco 2
- N: ¿De las otras películas en las que participaste cuál recuerdas como un vuelo de imaginación y locura?
- M: Yo creo que “El Último Andaquí”. Sabía animar, pero fue un reto interesante porque fue toda de animación y fue con mi hermano. Fue un reto diseñar, animar los personajes, grabar sus voces, poner el tono de cada uno de ellos. Era una película de minuto y medio, totalmente de animación, y era la primera vez que hacíamos algo así.
- N: ¿Cuántos años tenías?
- M: Creo que diez.
- N: Mono, el archivo y la historia audiovisual de la escuela es importante para Alirio, para ti, para la escuela, ¿pero tú crees que para Belén es importante?
- M: En Belén nunca nos vieron o nunca nos ven como nos ven las personas de afuera.
- N: Y todas esas películas para la historia de Belén, independientemente de que pasen desapercibidas o no, ¿crees que tienen algún valor?
- M: Sí. Todas las historias que se hicieron en la escuela tienen un valor especial porque marcan una época, una trayectoria de muchas personas, sus visiones, los momentos que se cuentan y que sólo pasan en pueblos como Belén. Si la gente quiere saber una historia del pueblo en particular, la escuela y sus archivos son un buen punto de partida porque vas a encontrar de todo. Si le preguntas a Alirio sobre un pescador, lo tienes; si le preguntas sobre un señor que fundó no sé qué, lo tienes; si le preguntas por qué se celebran los bautizos o por qué le hacen fiestas a uno y a otro, también está. Son cosas que también pasan en otros lados, que se viven en todos los lugares, pero no tan presente o profundamente como se viven en el pueblo.
- N: ¿Qué es la imaginación?
- M: Poder transportarme a otros lugares.
El mono (2024)
Así como en 2008, durante una mañana soleada, Alirio González corrió desesperado para recuperar un computador y no perder los archivos de la escuela, ahora corre y rema sin pausa, bajo el sol y la lluvia del piedemonte amazónico, con un grupo de profesionales y viejos amigos en procesos creativos, experiencias colectivas, construcción de lazos comunitarios con los que se sigue transitando entre la legitimidad y la memoria de lo cotidiano de un pueblo como Belén de los Andaquíes –Belén por su tradición religiosa, y de los Andaquíes por la palabra quechua que significa hombre de la montaña–.
“En este espacio el problema ha sido la materia prima para la creación, las preguntas, pues es una escuela para la imaginación, para buscar soluciones a todo, para ser niños y niñas, para divertirse en medio de la cocina, de la música, en el patio, en el caos, para mí es una escuela para la vida… Quienes crecimos en medio de este caos aprendimos a construir nuestras propias historias, a no reproducir el modelo patriarcal de lo bueno y lo malo o lo bonito y lo feo, sino a poner la vida en el centro y a convivir desde la diferencia”, comenta Mariana García, quien por más de 30 años ha hecho parte de este proceso de comunicación con Alirio, fundó la Escuela Audiovisual Infantil y es la presidenta de la Junta Directiva desde que se conformó como Asociación en 2008.
Todo verde, de un verde
que maltrata los ojos… Reverbera y a lo lejos se pierde,
como una cicatriz, la carretera.
La inesperada sombra de un molino que dice adiós… Vertiginosamente
se aleja el mar, un trozo del camino
y el precipicio que atraviesa un puente.
Y el tren a toda máquina. Marea
la borrosa visión, siempre truncada,
de un árbol, de una aldea,
de un poste, una cascada, otra cascada.
Luis Carlos López, tomado de su libro De mi villorrio (1908)