Los sonidos registran el rumor del mundo y nos recuerdan que no somos simples testigos del tiempo que nos ha tocado en suerte: las catástrofes de lo irrepetible hacen de la experiencia cinematográfica una forma de asomarnos ante el caos frente al que debemos actuar según lo que nos propone este artículo.
La voz tomó forma. Registrar fue un ejercicio cinematográfico. La reunión de la dirección, la cámara y el sonido permitió que esa voz emergiera. Con la imagen se creó en el audiovisual el mundo de lo que existe, el de los personajes reales, los lugares icónicos, la verdad de la mirada del realizador, sin la que no habría recuerdos, temperatura, cambio de climas, clímax, nostalgia, seres, hombres y mujeres entrañables que con sus tradiciones nos sorprenden y podrían ser miembros de nuestra propia familia (o así lo quisiéramos), el primer impulso hacia la inercia que nos tiene en el lugar en el que estamos, como pensamos, en qué creemos y el sitio en que habitamos.
Enfrentar la realidad es enfrentar la catástrofe. Documentar una población que se resistió a la presencia de cultivos ilícitos y a su comercialización es maravilloso. Lo catastrófico es que, en el intento, los problemas de seguridad para el equipo de grabación y para los personajes de la historia no nos permitía llegar al lugar de los hechos y filmar. En los territorios del país al margen de las ciudades los procesos son colectivos. Diversas situaciones golpean las regiones por variadas razones, camufladas por un eterno conflicto armado que se niega a desaparecer, pero que con el paso del tiempo y con procesos de esclarecimiento de la verdad salen a flote. Pero esta es la fachada.
Carropasajero, Juan P. Polanco y César Jaimes
En más de 25 años de trabajar haciendo documentales y de recorrer gran parte del territorio nacional la situación es contradictoria: continuamos siendo curiosos y creativos, la catástrofe no nos detiene, nos dio vigor y nos dio la capacidad de conocer de qué se trata la resiliencia, aplicamos lo que nos sucedía con las continuas derrotas y así pudimos contar lo real, sobreponiéndonos a los choques que nos ofrece la vida y atreviéndonos a llegar a lugares insospechados (en donde muchas veces quisiéramos quedarnos para siempre), encontrando situaciones inverosímiles y poniendo allí nuestros sentidos, los oídos y los micrófonos en el lugar indicado, donde deben estar para ser fieles y grabar lo que requiera un relato cinematográfico.
La negociación, Margarita Martínez
El lugar común nos dice que “el documental es el álbum de fotos de una nación”, el espejo y el eco a través del que se cuenta la realidad de un país en el que la catástrofe es latente. A ese álbum hay que hacerlo sonar armónicamente con las imágenes, pues más allá de sus oídos, el sonidista debe construir también su registro narrativo pensando en lo que se ve; con la cualidad de lo tridimensional para que el entorno esté presente más allá del encuadre fotográfico, mezclando los elementos adicionales (ambientes, músicas, silencios) para que el registro “directo” sea contundente.
La catástrofe específica del sonido es clara. La proliferación del “progreso” se materializó en motores, músicas, palabras, turistas, sonidos o, más bien, ruidos producidos por la globalización, que afectan lo rural y lo urbano, que mimetizan la realidad y se fusionan para hacer parte de ella.
Desde la posición del sonidista, quien pocas veces es involucrado en las etapas de la investigación y la preproducción, la enfrenta durante el rodaje. El documental es así una gran escuela. Se enfrenta a lo desconocido, encuentra los sonidos, conduce la narración con los elementos necesarios para que el relato tenga la consistencia y el peso que determine cada momento. La pericia para lograr un acercamiento correcto y respetuoso a los personajes y al entorno es su primer objetivo para un buen trabajo. Es entonces cuando surge otro reto: enfrentar lo irrepetible, lo que no tiene una segunda toma y debe ser perfecto, pues una respiración, un sollozo, una duda, una palabra, un ruido, darán vida a lo que está sucediendo. Nuestra sensibilidad se debe convertir en sensibilidad cinematográfica y, específicamente, sonora.
Una gran catástrofe consiste en creer que tenemos la capacidad de transformar el mundo con nuestros documentales. Pero, si no fuese así, no trabajaríamos hasta cansarnos haciendo nuestras películas. Más aún cuando se tiene la idea de que el documental no es “comercial”, lo que hace difícil conseguir tanto fondos como el equipo humano y la paciencia necesarias para su realización –para la que suelen darse desplazamientos, largas esperas, cronogramas incumplibles, falsos guiones y, cómo no, estar en lugares con personajes que desaparecen durante el proceso-.
Algunas veces el documental trata de las tragedias por venir, de cómo prevenir el caos de las intervenciones –la minería a gran escala, el turismo, lo agroindustrial, la tecnología, la guerra-. Para evitar la catástrofe debemos referirnos a la protección de lo ecológico, a su importancia a través del tiempo, a su conservación. Aunque la catástrofe suceda. El documental cuenta lo que pasó y nos permite escuchar el sonido del último árbol que cae, una lengua desaparecida, el origen de una nación milenaria representada en un juglar que transmite la tradición oralmente hasta que no soporta el avance de los tiempos. Al cesar la horrible noche, al final de la tormenta, la calma nos permite encontrar parajes maravillosos, una biodiversidad inimaginada, comunidades florecientes con procesos replicables, líderes que el mundo entero debería conocer.
Lapú, Juan P Polanco y C Jaimes
Quisiéramos armar el álbum de fotos de la familia llamada país y encontramos otra catástrofe: no hay fotos para el álbum. Es el caso del documental con material de archivo. Somos un país sin memoria audiovisual, sin archivo, sin archivos conservados, catalogados o, simplemente, desaparecidos.
Llega entonces el día en el que por fin tenemos el material que necesitamos (o eso es lo que creemos). Muchas horas, pies de imágenes y sonidos que debemos convertir en un producto audiovisual que refleje lo que vimos, oímos y vivimos en un rodaje, y transformaron lo que imaginamos durante los primeros acercamientos y la investigación. El montaje en el documental es un rompecabezas. Tener la guía para armarlo es la primera catástrofe. Puede comenzar por el fin, ser cronológico o un cadáver exquisito. Exige tomar distancia de lo grabado, desenamorarse de los personajes, situaciones y lugares para poder empezar y el resultado, luego de muchos intentos, será sorprendente, moldeado en la sala de montaje, algo maravilloso que al venir de lo real tiene vida propia y se desarrolla solo ante nuestros ojos y oídos. Nos queda lograr que la catástrofe sea estéticamente real.
The light at the edge of the world, Wade Davis
Con nuestro oficio somos cronistas de nuestro tiempo, es nuestra obligación, la que decidimos aceptar iluminando y grabando los sonidos de la época que nos tocó en suerte, por la que no queremos pasar como meros testigos. Así que intentamos evitar la catástrofe y sentimos la necesidad de combatir el caos y el alzhéimer colectivo al que sin el documental, al parecer, estaríamos condenados.