Mirar el abismo es una forma del documental en el Cauca, una región de conflictos perpetuos, atestiguados por las cámaras que nos descubren tras sus imágenes el espejismo de la paz. 

Cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti.
Friedrich Nietzsche, Más allá del bien y del mal

Mirar lo catastrófico nos descubre lo irresoluble, lo irreversible, algo que como documentalista que trabaja en el Cauca me permite la certeza de que hemos transitado en términos políticos y cinematográficos entre la desesperanza y el nihilismo, entre la lucha y la resistencia, considerando una utopía lejana en medio de la catástrofe: la paz.

No en vano la figura del diablo en Nuestra voz de tierra, memoria y futuro (Marta Rodríguez/Jorge Silva, 1982) se convierte en la de un personaje relevante y una metáfora para comprender cómo avanzamos y enfrentamos nuestras pesadillas. Las formas como el diablo habita estas tierras son diversas. Ya lo decía Alfredo Molano, que transitó el Cauca en su libro A lomo de mula, durante una conferencia en el Paraninfo Caldas de la Universidad del Cauca: “El día que se solucione el conflicto armado en el Cauca, se soluciona el conflicto armado en Colombia”. Desde las imágenes de Jean Pierre Sergent y Bruno Muel, franceses que filmaron Riochiquito en 1965, se empezó a mirar el abismo insondable de las desigualdades sociales que serían la semilla de la catástrofe. Ser hijos del Cauca en el documental es reconocer estas imágenes para atrevernos a mirar el abismo. “La libertad consiste en poder decirle al otro lo que no quiere escuchar”, escribió Orwell en la introducción a Rebelión en la granja.

Manuel Marulanda Vélez. Riochiquito (1965)

La presencia constante de Marta Rodriguez en el Cauca durante los años 80 nos dio la posibilidad, en los años 90 -posterior a la desmovilización del Movimiento Armado Quintín Lame-, de los primeros talleres de producción audiovisual que nutren la memoria de la región, hasta llegar a las miradas locales, aunque sigan llegando realizadores foráneos interesados en ver el abismo. La década del 90 es la más documentada en cuanto a movilizaciones y organización social en el Cauca. Los colectivos audiovisuales fueron primordiales en la organización étnica y campesina. La democratización de la imagen, evidente hoy en día por las facilidades tecnológicas, fue en los años 90 una posibilidad democrática. Nos hicimos nuevas preguntas, narramos otros relatos, mostramos lo invisible, le restamos romanticismo a la mirada centralista sobre la “Colombia profunda” cuando nuestros abismos cotidianos no son exóticos, tanto así que comprendimos cómo, gracias a la escuela de Marta Rodríguez, mirar el abismo también es registrar la superficie: las imágenes de la masacre del Nilo son la prueba de ello.    

Nuestra voz de tierra, memoria y futuro

Con el candente inicio del siglo XXI, en la búsqueda y la consolidación de diferentes procesos, se dio origen al tejido de comunicación de la ACIN CHAXAB WALA KIWE. Su principio: “La comunicación es una herramienta política para el fortalecimiento de los pueblos.” Vimos entonces el abismo desde la comprensión de la superficie, una perspectiva que fortaleció a la organización Nasa. Somos alzados en bastones de mando (Mauricio Acosta, 2006) fue y sigue siendo relevante entre las primeras producciones de la  ACIN, no sólo por el impacto que tuvo a nivel nacional e internacional, sino por reflexionar sobre nuestra resistencia, nutriendo las semillas de la producción local comunitaria liderada por Acosta, lo que nos permitió atravesar las fronteras y dejar de considerarnos en una periferia excluida, pues aprendimos a dialogar con las herramientas de la globalización gracias a nuestras producciones y a nuestras redes de comunicación, donde las voces que tiene la resistencia en el documental es otra ventana para la apuesta social y para enfrentar el abismo mostrándolo. 

La herencia del archivo audiovisual, la constancia de las organizaciones sociales, la profundización del abismo, la urgencia de la mirada, entre otros, me hacen pensar en las imágenes del Cauca, en volver a ver como una forma de reflexionar. Gracias a Eliseth Peña y su arduo trabajo de organización del archivo audiovisual de los Quintines pudimos hacer la producción de El último comandante de los Quintines (2018) y El derecho a existir (2022).  El primero de ellos es sobre la memoria de la hija del comandante indígena que firmó la paz y el segundo trata de la memoria colectiva a 30 años de la constituyente, con sus logros y desaciertos evaluados por la mirada indígena: lo personal y lo colectivo se difuminan cuando se trata de mirar el abismo. Pero, ¿cuál es el abismo? La catástrofe de la guerra, la utopía de la paz. Seguimos en un bucle en el que intentamos narrar la paz o, al menos, su posibilidad. Para ello tenemos que mirar la guerra, sus estragos y su legado, para entender sus causas, las emociones que la conducen y la hacen posible cuando nadie la quiere, pero nadie se atreve a dejarla. 

Si bien la experiencia de producción de los dos documentales fue posible gracias al material de archivo de la década de los 90, preservado por la Fundación Sol y Tierra -una organización que fue el resultado de la desmovilización del movimiento armado Quintín Lame- y el Archivo audiovisual de la ACIN, no pretendíamos limitarnos a la memoria del archivo sino actualizar la reflexión sobre qué podemos hacer con ese proceso y con la herencia de esas imágenes; cómo podíamos refrescar la mirada al volver a ver. Lo curioso fue encontrar en el abismo del archivo una especie de tiempo detenido, registros de las luchas constantes, diversidad de formatos para mostrarnos imágenes similares, movilizaciones, organización, represión, apuestas de paz, diálogos y negociaciones, un constante ir y venir de contraste entre la guerra y la paz. Que hoy podamos hablar de historia y archivo de producción audiovisual indígena en Colombia es ya un avance en la diversidad de miradas, pero  es sobre todo un avance en la apuesta por la sanación de la guerra y el conflicto.  

La mirada de Eliseth y la confrontación de su padre indagan por la historia de los Quintines y de la vida que le tocó vivir, una historia plasmada en las huellas del abismo de la guerra, del abismo en los sentires de su padre, que no había cerrado el ciclo y necesitaba hacer el viaje de ofrenda a los espíritus mayores para sanar la guerra y tratar de entender por qué le tocó hacer parte de ella sin buscarlo y volver a su liderazgo político. Así mitigó la catástrofe. El documental hizo posible el viaje; contribuyó a su proceso de sanación. 

El derecho a existir evaluó con la mirada indígena qué había sucedido a 30 años de la constituyente desde el punto de vista de la participación indígena. A los pocos meses de la firma de los acuerdos de paz y la instalación de la constituyente, ocurrió la masacre del Nilo. Un acontecimiento que puso en duda la efectividad del proceso de paz. Una pieza gráfica del periódico comunitario del Cric nos sirvió de base para la construcción del póster y el título del documental. Rezaba la frase de esa pieza: “Existimos constitucionalmente para dejar de existir”. La catástrofe de lo real. 

En este breve recorrido por los documentales mencionados la idea de la paz está presente, aunque en todos la indagación es netamente territorial, coyuntural, espaciada, focalizada, como si al ver y documentar el territorio, sabiendo que vamos a encontrar conflicto y guerra, la idea de la paz estuviera latente, aunque todavía no sea posible registrarla con la cámara; como si mirar de frente al abismo de la guerra pretendiéramos encontrar de vuelta la mirada de la paz. Documentar la paz no es tener el registro de las desmovilizaciones de los grupos armados: en el Cauca, al inicio de los 90, tuvimos tres -M-19, Quintín Lame, EPL y PRT-.  Tras los diálogos con las FARC-EP de 2016 se establecieron en el departamento de tres zonas veredales de transición en el departamento. Hoy somos el departamento con menos avances en los diálogos de paz con las disidencias de las Farc. El Cañón del Micay es el mayor centro de producción de cocaína y donde la guerra no para. Seguimos estando en el foco de la mirada. Seguimos cayendo en el abismo mientras seguimos mirando en él.