Sobre cómo los archivos cinematográficos y sus memorias nos permiten observar el pasado en riesgo de ser devorado por la amnesia.

No es que lo pasado arroje luz sobre lo presente, o lo presente sobre lo pasado, sino que imagen es aquello en donde lo que ha sido se une como un relámpago al ahora en una constelación. En otras palabras: imagen es la dialéctica en reposo. Pues mientras que la relación del presente con el pasado es puramente temporal, continua, la de lo que ha sido con el ahora es dialéctica: no es un discurrir, sino una imagen en discontinuidad

Walter Benjamin, El libro de los pasajes.

El punto de partida —o de retorno— de un programa que tendrá lugar en la 26 edición de la MIDBO es la coincidencia en nuestro presente de tres imágenes sin continuidad, tres películas de distinta procedencia que vuelven sobre un hecho común: la inundación de un valle y el desplazamiento de su población para la construcción de una represa. 

En gran parte de las prácticas artísticas contemporáneas, el cine entre ellas, el archivo tiene lugar como medio, objeto o metodología para circular, interpelar o reinterpretar las historias sobre la falta de memoria. Vuelta a Riaño, El Peñol y El recuerdo de los últimos recurren de maneras distintas a reactivar memorias colectivas vinculadas al despojo, con una mirada activa amanera de trabajo con archivos audiovisuales. 

¿Cómo pensar en la catástrofe a partir del cine sin pensar en la mirada? ¿Y cómo pensar en lo cinematográfico sin pensar en retener la imagen? Parece ineludible pasar por la mirada aérea del progreso y su perspectiva colonial. Documentar ha sido una práctica de la mirada sobre el mundo, que permite su reproducción; una práctica vinculada a la memoria como imagen perdurable. 

El Peñol es el título de una película que iniciaron Alberto Aguirre y Carlos Álvarez en 1978. El escritor y el documentalista registraron el proceso de inundación, demolición y desplazamiento del municipio de El Peñol para instalar la central hidroeléctrica de Guatapé en el territorio que hoy —desde finales de los años 70— es el embalse Peñol-Guatapé, uno de los más visitados por el turismo; geografía que, como otras que han sido objeto del extractivismo, ha sufrido en términos sociales y ambientales. 

La película no se terminó y lo que quiso denunciar fue algo inminente en el periodo de su filmación. Parte del material inédito de lo que habría sido ese documental se recuperó en 2022 a través del proyecto de preservación y divulgación de la obra cinematográfica de Carlos Álvarez (Legado Carlos Álvarez), liderado por Isabel Restrepo, contando con la colaboración de la familia de Alberto Aguirre. El Peñol se presentó a finales de 2023 como una película inconclusa, recuperada.

El recuerdo de los últimos se inicia con una carta enviada por el Sindicato de agricultores del Peñol al presidente de la República el 20 de septiembre de 1963, «haciéndole conocer que la “tierra del pan” va a ser inundada contra la voluntad del pueblo por las Empresas de Medellín». 

En Vuelta a Riaño escuchamos al narrador de una Vuelta a España durante una transmisión televisiva: «…y ahí al fondo vemos ya las primeras casas precisamente de esta localidad de Riaño que, bueno, ha sabido aprovechar muy bien también [pausa dubitativa] este embalse y las montañas que tiene cerquita para ser un pueblo que acoge también bastante turismo durante el año». 

Lo primero que advierte Miriam Martin en esta película es la amenaza de la mirada aérea. Hay una épica, un deseo de propiedad y de control sobre el espacio, pero también sobre su enunciación. Hasta los años 80 la población leonesa de Riaño, al noreste de España, vivía en nueve pueblos ubicados en los valles de sus montañas, inundados en 1987 por las aguas reconducidas de los ríos Esla y Yuso en favor de un proyecto de ingeniería, el embalse de Riaño.

En El recuerdo de los últimos oímos —en la cara A de un casete— el fragmento de una entrevista realizada por el periodista Alberto Aguirre a un habitante del Peñol en 1978: «¿Y en qué parte del pueblo vive, en la parte baja? Yo aquí, en la parte baja. ¿En la que primero se inunda? ¿en la primera cota? Sí, lo primero, lo primero».

Una catástrofe se vuelve hacia abajo, en contra, sobre. 

En El Peñol, la cámara que observa desde lo alto recorre un pueblo situado en la parte baja de una montaña: un puente, una plaza central, la iglesia y, más allá, una carretera. Enseguida, como en un espejismo —el espejismo del corte en una película—, un conjunto organizado de casas, casas en filas con techos lisos y paredes blancas. La imagen se aleja del conjunto de viviendas y, con un movimiento, un paneo hacia abajo, vuelve a recorrer el primer pueblo hasta detenerse en la plaza. El cuadro resultante es como una postal: la plaza de un pueblo con la iglesia en el centro. Enseguida otro corte de película y la imagen desde ese plano abierto de la plaza vuelve a recorrer el pueblo en la otra dirección —hacia arriba— procurando un movimiento más rápido, y se acerca nuevamente al conjunto de casas situado en medio de la montaña. La cámara repite el movimiento una última vez con mayor precisión. El siguiente plano nos muestra la piedra del Peñol y, en un barrido frenético, recorre el territorio que hoy es el embalse Peñol- Guatapé. Después vendrá una imagen más amable: un niño que se mece dentro de un neumático.

Esta secuencia de la película que filmaban Alberto Aguirre y Carlos Álvarez en 1978 nos sugiere lo que habría señalado un film que no llegó a terminarse: Aquí había un pueblo ¿sí ve?, un pueblo amplio con su plaza y su iglesia, un puente y la carretera que lo conectaba, que ahora está inundada ¿lo ve? Y allá ¿sí ve esas filas blancas de casas? Para allá lo mandaron. 

Alba y Capulina fueron dos de los últimos habitantes en abandonar El Peñol en junio de 1978. Más de cuatro décadas después, haciendo parte de una genealogía de películas que desentrañan archivos domésticos, Simone Cardona asume la tarea de zurcir un relato que su abuelo nunca le contó, pero le dejó como legado entre sus reliquias y objetos personales. Con un gesto archivístico, a través de la disposición ordenada de fotografías, objetos, grabaciones sonoras e imágenes en movimiento (textos memorísticos), la nieta reconstruye la historia detrás de las fotografías del álbum familiar de sus abuelos. 

En Compartir: memorias recopiladas en comunidades de registro, Eric Ketelaar reflexiona sobre la memoria continuada —«un continuo de la memoria»— vinculada al continuo de los registros. Según el archivista, ningún recuerdo individual o de grupo (familia, organización, comunidad, sociedad) opera de forma aislada sino en «un flujo interactivo continuado». Por la naturaleza de las películas aquí referidas —inscritas de forma voluntaria o rebelde al trabajo de la memoria de los archivos— esta idea sugiere verlas en conjunto y pensar con ellas en la idea de volver y dar la vuelta a sus imágenes.

Durante diez minutos, el tiempo que tarda un pelotón de ciclistas en recorrer el embalse de Riaño, registros de video, audios de entrevistas y comentarios de blogs desarchivados de la red informática por Miriam Martin, interfieren en la transmisión televisiva de una vuelta a España. Vuelta a Riaño deja en evidencia, con una intervención sutil, las ideas que se tienen con las estructuras de poder que circulan en los medios públicos: la memoria distorsionada sobre la inundación de un territorio habitado. «Y esta es la iglesia de nuestra señora del Rosario, un edificio muy característico del románico rural del siglo XIV. También fue trasladada piedra a piedra», dice el narrador.

Sin el trabajo de filmación e investigación realizado por Alberto Aguirre y Carlos Álvarez, no habría registro fílmico –no de acceso público– del casco urbano del antiguo Peñol ni de sus habitantes. Tampoco huellas audiovisuales de la resistencia de la población, su inconformidad manifiesta en los muros aún sin derruir, presentes en las imágenes. Un proceso desvanecido por la información oficial y por la idea que se tiene de ese territorio: la historia de un pueblo que se sobrepone y aprovecha la riqueza turística de su paisaje. De ese trabajo también formó parte la escritora Aura López, cuyo libro El Peñol: crónica de un despojo, reúne testimonios de los habitantes del antiguo Peñol recopilados en el periodo de filmación de la película. Fue ella quien conservó hasta el año de su muerte el rollo de película que, tras algunos desplazamientos, limpió, acondicionó y digitalizó Isabel Restrepo en 2022. 

¿Qué significa recuperar una imagen? ¿Qué es lo que se recupera? Recuperar implica volver atrás para tomar algo perdido en el pasado, mirarlo de otra manera. Es también un término acuñado por la archivística, el primer paso para la preservación de un documento. 

Volver a una imagen no es un proceso material, pero depende de un proceso material con el soporte que la contiene. Desarchivar un rollo de película, limpiarlo, acondicionarlo, escanear cuarenta y dos mil novecientos sesenta cuadros. 28 minutos de imágenes en movimiento de un espacio, un tiempo y unos cuerpos. Afuera, el agua que inunda el pueblo, bulldozers demoliendo viviendas, hombres apilando ladrillos y cargando vigas a cuestas, familias montando macetas con plantas en un camión, mujeres con bebés en brazos que observan desde la puerta de su casa. Adentro, el interior de una escuela abandonada, una pizarra y un cuadro de Bolívar en el suelo; en la pared un collage a medio caerse con tres recortes —una mujer con un bebé, un niño y un pueblo— titulado en letra manuscrita: el amor. Escombros y, entre los escombros, niños que juegan. Un poco más allá de la primera cota de la montaña, alguna casa que se rehúsa a ser demolida. La cotidianidad que permanece, una mujer tiende la ropa en un balcón. La inminencia de un despojo frente a la voluntad de permanecer.

 

«¿Y qué le parece a usted esto de que les vayan a inundar el pueblo?», oímos a un periodista mientras vemos en la pantalla a un pelotón de ciclistas cruzar sobre el viaducto de Riaño. «Pues qué me va a parecer, que estas montañas las han echado a perder, ¿verdad?», le responde una mujer.

El 31 de diciembre de 1987, por indicación estatal, se cerró la presa de Riaño, cuyo muro de hormigón había sido construido en la primera mitad de los años 60. En 1978 las obras de construcción de la presa se suspendieron hasta 1982. El proyecto —estudiado desde la segunda república, iniciado en la dictadura y culminado por un gobierno del PSOE— inundó nueve pueblos: Alciles, Salio, Huelde, Éscari, La Puerta, Burón, Riaño, Pedrosa del Rey y Vegacerneja. Esto se habría podido evitar el primer día de 1988 por la normativa medioambiental que entraba en vigencia.

Decía el siempre citado Jacques Derrida que volver accesible una obra –y que el archivo también es una obra–, es someter una interpretación a una interpretación. Volver accesible una obra permite volver a enunciar. El Peñol es un proyecto aún en curso que ha adoptado la activación como política de preservación audiovisual y la práctica colaborativa como parte de su proceso de recuperación. El recuerdo de los últimos incluye en la reconstrucción del relato familiar algunas imágenes en movimiento del material recuperado del Peñol y un registro sonoro que también sería parte de la película inconclusa: un casete con dos caras. Simone devuelve una mirada desde el interior de la casa que su abuela cuidaba mientras afuera las retroexcavadoras demolían el pueblo y nos permite escuchar el lado B del casete con la voz de Alba. Ella, al igual que la mujer a quien entrevistan en Riaño una década después, tampoco habría dejado su casa.

Además de la mirada, quería pensar en la voz como un rastro de la existencia y de lo irrepresentable, que excede lo espectral de la imagen siendo presencia. Testimonio vivo y susceptible de despertar emoción, empatía, recuerdo. La experiencia según Derrida con el archivo como experiencia de duelo se actualiza con prácticas que lo activan provocando experiencias con lo que permanece, como el desasosiego o el ímpetu de una voz. Estas películas recuerdan que también hay algo de inconcluso en la memoria y en los archivos. Un desajuste o la discontinuidad del tiempo en ellos. Y al desarchivar, incluso si no se trata de registros sonoros, hay una performatividad, el archivo también habla. 

Viendo las imágenes de El Peñol, registros sin edición y sin sonido, pensaba en la imposibilidad del silencio, en la imagen de una retroexcavadora derrumbando en segundos una casa. Algo de ruido debe hacer la imagen de un hombre cargando las vigas de su casa a las espaldas. La escucha no depende del oído, decía John Cage. Los archivos no son silentes. En un flujo de memoria también es preciso escucharlos y hacer colectivo el hecho de recordar. En un presente pantanoso, incidir desde el cine en las políticas de la memoria es una acción continua frente al olvido, a la catástrofe evitable.

 

Vuelta a Riaño. Miriam Martin. España, 2023
El Peñol. Alberto Aguirre, Carlos Álvarez, 1978 / 2023
El recuerdo de los últimos. Simone Cardona, 2023

Referencias
• Eric Ketelaar. Compartir: memorias recopiladas en comunidades de registros. En: K.J. Rawson, Joan M. Schwartz y Terry Cook, Eric Ketelaar. Archivar. Barcelona: [la virreina] Centre de la Imatge, 2017.
• Jacques Derrida. El cine y sus fantasmas. Cahiers du cinéma, no 556 (abril, 2001).
• Walter Benjamin. Discursos interrumpidos I. Filosofía del arte y de la historia. Buenos Aires: Taurus, 1989.