El cine de Rithy Panh es una declaración de principios sobre el desastre político y la violencia a la sombra del poder. En esta entrevista -realizada por María Luna-Rassa, en colaboración con Mónika Barrios para la traducción-, Panh asegura: “No quiero quedarme como el director que habla sobre la violencia, sino ser considerado un buen director, que aprende sobre la ética, sobre la moralidad, sobre el rigor, pero que también inventa, imagina, crea”. Su visión ante el caos es una metáfora para no perder las esperanzas en el porvenir del mundo.  

 

El dibujo y la ebanistería me conducían al silencio. 
Elegí el cine, que ofrece el mundo y la belleza, 
y también las palabras: creo que me permite desahogar mi furia.
Rithy Panh/ Christophe Bataille, La eliminación

 

Rithy Panh es un sobreviviente. Como cineasta y escritor, exiliado en Francia desde su adolescencia temprana, ha dirigido películas como S21, la máquina de matar de los khmeres rojos (2003); La imagen perdida (2013), su película más célebre y uno de los pocos documentales nominado al Óscar a mejor película extranjera y premiado en la sección Un Certain Regard en Francia. Su último documental Irradiés (Los irradiados) fue estrenado en la Berlinale 2020 justo antes de la pandemia. La obra de Rithy Panh, de muchas maneras, es un recorrido por el archivo del mal centrado en las imágenes que perviven de una guerra que le tocó muy de cerca. Su cine, su furia, su necesidad de justicia, se despliega en libros, en entrevistas, en memorias. 

En mi despacho de Phnom Penh, los armarios metálicos forman un muro. Contienen cartas, cuadernos, grabaciones de sonido, archivos, estadísticas demoledoras y mapas. Al lado, un local climatizado contiene los discos duros: las fotos, las grabaciones radiofónicas, los films de propaganda de los khmeres rojos y las declaraciones ante el tribunal penal. Todo el drama camboyano está ahí. Los khmeres rojos entraron en la capital el 17 de abril de 1975. Cuando fueron derrocados por las tropas vietnamitas, en enero de 1979, se contabilizó la cifra de 1,7 millones de muertos, lo que suponía casi un tercio de la población del país. (La eliminación, pg. 17)

La obra de Rithy Panh es una búsqueda incesante que parte de su propia experiencia como refugiado y echa raíces en el archivo de la guerra, pero no en las pocas imágenes de archivo que aparecen una y otra vez en sus películas. Son su propio cuerpo y su mente los que cargan con la ausencia de los seres queridos, el recuerdo de la tortura y la cercanía de la muerte. Por ello se hizo cineasta, en un tránsito que nunca termina para ser capaz de convivir con el dolor de las memorias de la aniquilación; para cuestionarlas; para, quizás, superarlas a través del arte. 

El cine de Rithy Panh tiene un sentido muy vivo para Colombia, un país que ha sufrido uno de los conflictos armados más largos y persistentes del mundo y en el que muchos de sus habitantes han aprendido a vivir día a día con las consecuencias de una guerra de múltiples formas, historias y magnitudes. 

Cuando en Bogotá presentamos Irradiados, la sala capital de la Cinemateca se oscureció y el resplandor de la bomba se pegó a nuestras retinas, recordándonos un pasado violento e inestable que hoy quizás volvemos a sentir que acecha nuestro futuro como humanidad. Más allá de nuestro lugar, vivimos en un mundo que parece olvidar las libertades conseguidas y las lecciones que deja el dolor para sumirse de nuevo en catástrofes, casi siempre de responsabilidad humana. 

Este artículo rescata memorias ya un poco desdibujadas de la 23 MIDBO. Era octubre de 2021, un momento en que volvíamos a asomar nuestras mascarillas tímidamente, después del encierro de la pandemia. Éramos vulnerables, pero estábamos llenos de esperanzas, y habíamos acumulado varios aprendizajes. En este contexto, una película como Irradiados tocaba nuestra sensibilidad a flor de piel y nos recordaba la fragilidad y cercanía con la muerte a la que estamos siempre expuestos como seres humanos.

En nuestros solitarios delirios en los que también gozamos del lujo del tiempo lento que nos permitió reflexionar y escribir, tuvimos miles de esperanzas, que nos mostraron que como raza humana algo nos une. Sin embargo, de momento, las guerras y las fronteras han sido un poco más fuertes, dejando en claro que cuando aparecen las catástrofes de lo real es tanto lo que nos une como lo que nos separa y que no es bueno olvidar los momentos en los que el hombre sigue siendo un lobo para el hombre. 

En este contexto y con esta reflexión es como regreso a esta entrevista inédita con Rithy Pahn: un diálogo virtual, cuando fuimos codirectoras de la 23 MIDBO, debido a que Pahn no pudo venir a Bogotá para la proyección de Irradiados (1). 

La imagen perdida

“Se que los khmeres rojos fotografiaron las ejecuciones, ¿por qué? … ¿el hombre que fotografió esto quería que esa imagen no faltase? Yo busco esa imagen, pero si la encontrara, no podría mostrarla”. La imagen que falta Cortesía: Unifrance. 

¿Cuál es el objetivo de buscar la imagen perdida, el testimonio de lo que no se puede contar, lo que se queda atrapado en ese archivo? Ha revivido la memoria a través de los testimonios reales de los perpetradores como en S21, la máquina de matar de los khmeres rojos; en La imagen que falta trabajó con las esculturas de arcilla de Sarith Mang y en Irradiés parece que la poesía, y el gesto teatral, son parte integral de este proceso. ¿Puede hablarnos un poco más de esta búsqueda como cineasta?

Descubrí el cine por azar, pero en realidad mi objetivo era contar historias y, sobre todo, contarlas desde el corazón. Traté de muchas maneras y al encontrar en el cine tanto la escritura como la imagen, para mí fue mucho más fácil expresarme, así que de esa manera encontré mi camino.  Soy consciente de que el cine es muy subjetivo, pero a la vez me permite contar historias y ello me permitió contar la historia sobre un genocidio, sobre la violencia. Es muy difícil la búsqueda para poder lograr un equilibrio entre la forma y el fondo, pero en realidad mi objetivo principal es la búsqueda de la libertad, la búsqueda de tener una narrativa libre. Quería ser libre, no sólo contar algo, sino tener la libertad de emprender esa búsqueda. No quiero quedarme como el director que habla sobre la violencia, sino ser considerado un buen director, capaz de poner esa historia en su lugar y para eso tengo que aprender sobre la ética, sobre la moralidad, sobre el rigor, pero también debo inventar, imaginar, crear.

 

¿Cómo fue en Irradiados su trabajo, inmerso en la revisión de una inmensa cantidad de imágenes de archivo; cómo logra orientarse y encontrar una forma de contar, de revivir la memoria, entre tantas imágenes del dolor? ¿Hay una función particular de la poesía en este proceso?

Cada película toma su tiempo y su proceso. Al empezar a escribir Irradiados sólo tenía una idea, pero no sabía muy bien cuál era el objetivo. Mi planteamiento es que después de que una persona haya vivido cosas tan extremas como Hiroshima o cualquier tipo de violencia, así sea en su hogar, ya sea moral o física, siempre queda ‘irradiada’. Mi pregunta era para saber si ese dolor se transmitía entre generaciones y me interesaba mucho la investigación científica y médica. Por ejemplo, un ratón, cuando lo han hecho sufrir en un laboratorio, cuatro o cinco generaciones después sigue con traumas, y cuando a un ratón que ha sufrido experimentos lo sumergen en agua, pasados tres minutos deja de luchar y se ahoga, en cambio un ratón normal intenta sobrevivir por todos los medios. Con eso no quiero decir que todas las historias de violencia se transmiten, pero esa reflexión fue mi punto de partida.  Comencé a hablar con personas que habían vivido violencias extremas. Hablé con 110 personas que habían sobrevivido a Hiroshima, con judíos, con personas que habían vivido la guerra de Vietnam, para intentar entender la muerte, pero sobre todo cómo es tratada la muerte, cómo es maltratada la muerte. Nunca fue mi pretensión hacer poesía, simplemente las cosas llegaron, porque me cuestionaba para mostrar esas imágenes tan fuertes y dolorosas si en realidad nadie las quería ver por su naturaleza. Tenía que buscar la manera de poderlas mostrar. Lo que quiero hacer es una reflexión en conjunto. Sé que es solamente una película, que eso no va a cambiar la naturaleza del hombre, pero es el reflejo de nosotros mismos, y es una forma de tomarnos la temperatura y de indagar cómo mostrar esa violencia de una manera diferente.

Irradies 2020

En Irradiados el documental se hace gesto, el bailarín de danza Butoh aparece con una corporalidad difuminada tras la presencia del archivo para representar el fantasma del dolor de la guerra.  Foto: Unifrance

 

En 2021, cuando fue la 23 MIDBO,  tomamos Irradiados como una palabra clave y fue el slogan de la muestra: Irradia libertad, en parte inspirada en la película, pero más allá del evidente sentido trágico quisimos ver otra motivación, para esa irradiación, que es la fuerza que queda al sobrevivir a situaciones extremas. Al final de la película se dice algo hermosísimo: “La inocencia siempre permanece y vive bajo todas estas capas de dolor”.  Ese sentido de la irradiación también podría ser positivo, no sólo en la irradiación del mal, sino en la irradiación de la resistencia que produce el vivir -o sobrevivir- esa violencia extrema. ¿Cambia algo en la experiencia del dolor atravesar esas memorias difíciles desde la poesía y el cine?

Sí, por qué no, el mal y el bien siempre van juntos. Tienen razón en utilizar la palabra ‘irradiados’ de manera positiva. Aunque hablo sobre la violencia que viví, también quise hablar de la poesía y siempre quedan en mi trabajo las huellas de la infancia y el amor que tienen que permanecer. Sabemos que el mal existe, que somos violentos, pero que tenemos que resistir y mi manera de resistir es haciendo películas, mostrándolas en festivales. Resistimos como personas haciendo películas, como en los festivales, reuniendo a la gente, buscando espectadores para intentar reflexionar sobre estos temas. Hay que buscar la fuerza para resistir en la búsqueda de cada uno. Yo me esfuerzo cada día en ver el sol, en ver diferentes rostros, diferentes personas, y esa es una manera de resistir porque la vida siempre tiene que ir por delante y es mucho más importante que la violencia y el dolor.

 

Afirmó en una entrevista que sus películas no hablan solamente de algo que tiene que ver con el pueblo camboyano, que esto nos afecta a todos, pues son películas que tienen que ver con la humanidad entera y, en cierto sentido, también con los lugares donde se ha llegado al límite o se permite toda pérdida de humanidad. ¿Algún mensaje particular para un país como Colombia donde la proximidad de la violencia es tan grande? ¿Cree que exponerse a las imágenes de la guerra ayuda a procesarla y a tener más libertad?

Cada persona tiene un rol que desempeñar. No es fácil obtener la libertad. Siempre hay muchos obstáculos. Pero la libertad debe ser un objetivo de cada acción, debe estar presente en cada gesto, al menos la búsqueda de esta libertad. Para mí la libertad y la generosidad no son algo innato, se aprenden, pero no, la libertad no es gratuita, hay que buscarla, hay que protegerla y hay que luchar por ella. La opresión, el totalitarismo, son lo más normal, la regla. Es lo que se está viendo a nivel contemporáneo, por ejemplo, en Brasil [se refiere al gobierno de Jair Bolsonaro]. Vemos el nacionalismo extremo, los ricos oprimiendo a los pobres. En lo que está viviendo el mundo a nivel general el cine tiene su responsabilidad, el cine debe ser solidario, acompañar estos procesos, y debe tener y expresar una posición clara frente a ellos.

Irradies 2020

La inocencia siempre permanece y continúa viva (muchas veces en el recuerdo de los que quedaron) bajo todas estas capas de dolor. Foto Irradiados (2020). Unifrance

 

Epílogo

Rithy Panh nos deja frente a las imágenes y a la memoria que debemos recordar, y a la vez está seguro de que sus métodos de hacer pensar, de poner contra las cuerdas a los victimarios con sus acciones, recordándolas y haciéndolos hablar, de ponernos frente a la incomodidad del recuerdo, de recordarnos que si él es el cineasta que hoy conocemos mundialmente, es porque logró escapar del horror.  Sus películas son el resultado de la libertad, la misma que le motiva  a  construir y mantener activa una escuela de cine en su país o abordar una nueva película donde regresa de lleno al tema que jamás lo abandonará. 

En su última película, la imagen y la voz que faltan se busca entre las palabras, en un guion inspirado por el libro  When the War Was Over de la periodista Elizabeth Becker. Este libro da origen a su nueva película, Rendez-vous avec Pol Pot, un drama basado en una entrevista a Pol Pot, el hermano no. 1, líder del ejército de los khmeres rojos, quien murió en 1998, pero fue entrevistado por tres periodistas occidentales en 1978, uno de los cuales desapareció.  La película, presentada en una sección especial en Cannes, no fue alabada unánimemente por la crítica. Sin embargo, la voluntad de buscar de nuevo alguna luz entre estas palabras y, sobre todo, la necesidad de que no se olvide la crueldad de los crímenes cometidos, es un punto de llegada más de la compleja obra de Rithy Panh . En su obra, las pocas imágenes de archivo que sobrevivieron del genocidio camboyano siguen omnipresentes, son “materialidades” en las cintas que vuelven sobre el archivo, pero sobre todo perviven como ecos en su memòria, que es no sólo la de una persona que vivió una situación, sino la de todo un mundo que no se debe olvidar. 

Su pregunta, ya formulada en La eliminación, es vigente: 

Abro una gruesa carpeta y observo los rostros desaparecidos. A algunos les tengo mucho afecto. Conozco su historia y he leído sus confesiones. Otros aparecen y desaparecen en mis sueños y aún no conozco sus nombres. ¿Qué piden los muertos? ¿Que se piense en ellos? ¿Que se los libere juzgando a los culpables? ¿O quieren que se comprenda lo que sucedió? (p. 17)

Rithy Panh nos recuerda cómo su búsqueda interminable interpela lo que ocurre hoy en el mundo. Cuando Thierry Cruvelier, periodista especializado en justicia transicional, le preguntó en 2018, en el contexto de los resultados de los juicios internacionales sobre los crímenes en Camboya, diciéndole que “su búsqueda no tiene fin, que renueva medios y herramientas para encontrar una verdad imposible sobre la violencia extrema”, Rithy Pahn, con mucha razón, le responde: 

Sí, pero ¿soy yo o el mundo se repite? Cuando ves la retórica de Orban o Salvini o Duterte o Bolsonaro o Trump, tengo la impresión de que esta forma de hablar ha vuelto. Me da mucho miedo. Esta violencia extrema está en nosotros, la sufrimos.

Clara señal de advertencia que irradia desde los cuerpos, mentes y espíritus que pueblan sus películas; con un discurso que no esconde el peso de las consecuencias en un mundo al que, a pesar de verlo y recordarlo todo, le cuesta mucho aprender de las consecuencias de sus catástrofes. Así pues, la obra de Rithy Panh nos deja frente al abismo, pero también constituye un desahogo de la furia desde su propio grito, el de un ser humano que se vuelca en el cine como pura expresión de libertad.  

Entrevista a Rithy Panh

(1) Entrevista realizada por las ALADAS María Luna, con la traducción del francés de Mónika Barrios, directoras de la 23 MIDBO en 2021.

 

Agradecimientos

A Rithy Panh y a los delegados de la Oficina de Asuntos Culturales de la Embajada Francesa en Bogotá, Adrién Sarré y Gilma Rubio, que hicieron posible esta conversación. 

 

Filmografía seleccionada:

S-21 La máquina de matar de los khmeres rojos (2003), documental.

Duch, maestro de las forjas de infierno (2011), documental.

La imagen que falta (2013), documental. 

Irradidados (2020) , documental.

Conversación con Pol Pot (2024), ficción.

 

Bibliografía

Becker, Elisabeth, When the War Was Over: Cambodia and the Khmer Rouge Revolution (Nueva York: PublicAffairs), 1998.

Cruvellier, Thierry, Rithy Panh. Living the experience of genocide in body and soul, 2018. Recuperado de: https://www.justiceinfo.net/en/39596-rithy-panh-living-the-experience-of-genocide-in-body-and-soul.html

Panh, Rithy y Bataille Christophe. La eliminación (Barcelona: Anagrama), 2013.