Vino la noche
Dir. Paolo Tizón
Perú, España
93 min.
La violencia y la guerra parecieran estar incrustadas en el ADN del ser humano, garrapatas inmortales que nos han acompañado desde tiempos pretéritos y que se resisten a desaparecer. Aunque creamos que ahora somos más civilizados, los conflictos armados lamentablemente están a la orden del día. En tiempos en los que la brutalidad y el horror de la guerra se consumen diariamente mediante imágenes desgarradoras y efímeras, Paolo Tizón se adentra en las entrañas de las fuerzas especiales del ejército peruano para acompañar a un grupo de jóvenes que han decidido ser parte de la institución militar, vestir un camuflado, ponerse un casco, cargar fusiles y entrenarse para luchar contra el narcotráfico en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem), una región en la que se estima se cultiva más de la mitad de la coca que se produce en Perú.
El comienzo de Vino la noche es totalmente inmersivo y funciona como declaración de principios de los intereses del director. Compartimos la tensión de un grupo de soldados lanzándose en paracaídas; la adrenalina se respira en cada plano. El estridente ruido de las turbinas se mezcla con arengas que inyectan el ímpetu ineludible para saltar al vacío. Sin embargo, una decisión formal contrasta con la energía desbocada y compartida por los cadetes antes de saltar: el silencio se apodera del plano y vemos a uno de los soldados meciéndose lentamente en el cielo, sostenido por el paracaídas que lo guiará con delicadeza hasta el suelo, donde deberán acostarse y aguardar órdenes.
Esta escena es un justo preámbulo que nos presenta los dos caminos que el documental decide transitar al seguir a los jóvenes cadetes. Por un lado, filmar las actividades propias de un entrenamiento militar, en el que los hombres son más hombres si están juntos, en el que la masculinidad se exacerba y se potencia con gritos que liberan testosterona; por otro, atender con paciencia y dedicación al individuo, observarlo más allá de la institución militar, dedicarle tiempo para desentrañar su pulso en silencio.
Después del título de la película asistimos a un chequeo médico: los cadetes desnudos son pesados y medidos; les revisan el abdomen, las rodillas, el codo, la muñeca, el fémur, el húmero. Cada joven se convierte en un conglomerado de números en una planilla; la institución militar se preocupa por las capacidades físicas de sus “máquinas”, las clasifica para entender sus posibilidades y entrever sus alcances. Si en esta escena son llamados por sus apellidos, es porque todavía no han sido enumerados; al comenzar los entrenamientos cada cadete se convierte en una cifra, un número que llevará en su casco y en su camuflado para ser identificado. Al final, son simples peones intercambiables, fichas en el ajedrez de la guerra.
De nuevo, Tizón vuelve sobre la dicotomía entre el grupo, que es deshumanizado dentro de un entorno castrense, y el individuo desnudo, vulnerable, frágil, que después de ser cuantificado encuentra espacios de comunión e intimidad en pláticas anodinas que se gestan en la espera entre entrenamiento y entrenamiento.Y acá radica una de las mayores virtudes del documental: aquella con la que logra los momentos más sensibles e íntimos, pues será la atención a estas charlas cotidianas, al parecer insignificantes, la que revela al ser humano. Aquí la palabra se convierte en un sutil vínculo de conexión que da vida a las heridas familiares, los sueños truncos o las reflexiones personales. Así, la palabra entre los cadetes abre vasos comunicantes que configuran una cándida fraternidad, mientras el grito imperativo de las órdenes la convierte en un muro infranqueable.
Si la humanidad se revela entre cada entrenamiento, cuando estos se llevan a cabo la brutalidad se expande entre imágenes oscuras y cuerpos en situación extrema. Golpes, bramidos, esfuerzos sobrehumanos, arengas donde la vida del otro no vale nada y la victoria es la única opción. Los entrenamientos son actividades que los llevan al límite, hasta que el frenesí y la agitación se convocan para conjurar, al costado de la noche, un último entrenamiento en el que los cadetes son puestos a prueba y la inclemencia se materializa mientras la oscuridad devora al mundo entre ruidos y estruendos. El registro de este último entrenamiento es de una potencia visual apabullante. Aprovechando con destreza las pocas fuentes de luz que ofrece la situación, el director reconstruye, con imágenes estrechas y asfixiantes, el momento preciso en el que los cadetes deben asimilar, desde lo más profundo de su ser y con todo su cuerpo, que están ahí para aprender a matar o morir.
Y si las imágenes nos ofuscan y nos pasman frente a cada nueva prueba de sobrevivencia, la construcción del ambiente sonoro que enriquece la escena no hace más que multiplicar la sensación de desasosiego que se aferra con fuerza a nuestro cuerpo. Al igual que todos los grandes directores contemporáneos, Tizón es consciente del poder del silencio y del sonido; sabe muy bien que el documental no consiste solamente en colocar la cámara en el lugar idóneo, sino en darle un tratamiento creativo al material que registra, potenciarlo con un diseño sonoro que ensanche las posibilidades estéticas y éticas de la imagen. Que el ruido mental o la parálisis corporal se materialicen entre ráfagas de alaridos o un silencio electrizante. Que el agotamiento de los cuerpos aturdidos tras una noche desgastante se advierta mediante el zumbido del viento que vibra en nuestra cabeza mientras los cadetes nos interpelan con su mirada.
Después de la tormenta llega la calma, y en este caso, la calma llega con la graduación de los cadetes, y su salida al mundo exterior. Al dejar el cuartel, al volver al mundo sin uniforme, la vida continua bajo el sol, la fraternidad se manifiesta entre bruscos juegos y carcajadas cómplices. Un final perfecto para un documental que logra dosificar de manera magistral la luz y la oscuridad, lo colectivo y lo individual, la violencia y el cariño, el gesto anodino y el acto inconcebible. Vino la noche es una obra que nos recuerda que, tras cada uniforme de guerra, hay una vida en proceso de adiestramiento y es importante esforza