Entre Marta Hincapié y Carmen Viveros se despliega una correspondencia que es a la vez refugio y travesía. Cada envío es una postal abierta al azar, una invitación al juego y a la memoria, donde las imágenes y las palabras se convierten en puertos desde los cuales habitar la distancia y seguir tejiendo afectos.

MARTA HINCAPIE:

 Las postales no buscan instruir al espectador desde la atalaya de un saber preexistente, todo lo contrario, dejar el campo libre al surgimiento de la subjetividad, al encuentro e intercambio; compartir un clima, un modo de relación, una disponibilidad, un deseo, una ética, también una parte de juego… Y así, procurar de modo que las cosas puedan eclosionar y emerger por si solas. 

El Psiquiatra Jean Oury, tiene una bella expresión que resume la intención de estas postales “programar el azar”.

CARMEN VIVEROS:

Esta correspondencia es testigo vivo de nuestros pasos, un refugio o acaso un mapa íntimo donde nombramos lo que hemos sido, lo que esperamos, y todo aquello que ninguna distancia logrará borrar. En nuestros mensajes se entretejen mundos: cada palabra bien podría ser un puerto. Las imágenes viajan con nosotras, ligeras de equipaje pero densas de afectos, cargadas de silencios y de noticias, de nostalgias y de futuros posibles.

 

Hay quien dice que en nosotros ha muerto definitivamente el salvaje, que nos encontramos en la etapa final de la civilización, que todo está ya dicho y que es demasiado tarde para ser ambicioso. Pero es probable que estos filósofos se olviden del cine. Nunca han visto a los salvajes del siglo veinte en el cine. Nunca se sentaron ellos mismos frente a la pantalla para reflexionar que, a pesar de taparse con vestidos y pisar sobre alfombras, no es demasiada la distancia que los separa de esos hombres desnudos de ojos brillantes que hacían entrechocar dos barras de hierro y escuchaban en el estruendo una anticipación de la música de Mozart.

 

Virginia Woolf, “El cine y la realidad”, The New Republic, Agosto 4, 1926.