Un artículo sobre Retratos de familia, el documental con el que Cardona Restrepo y su equipo de trabajo denunciaron el caso de los “falsos positivos”, que alertaron a las Madres de Soacha para encontrar los cuerpos de sus hijos y para denunciar otro episodio de la violencia colombiana con la esperanza de que sobrevivamos al caos.

            A manera de epígrafe:  

            ¿Cómo definir la acción de una persona que vende a otra para que quienes la compran la asesinen y presenten como una baja en combate? Me perturba saber que algo semejante ocurrió en mi país; que las madres de esos falsos positivos están a la espera de que los colombianos reconozcamos el horror que han vivido; que aún haya gente que no crea que eso sucedió. ¿Qué se necesita para reconocerlo? ¿Que un hijo desaparezca, lo encuentren en una fosa común y descubran que alguien lo vendió por cien mil pesos para ser asesinado? Si es así, estaremos condenados a cargar con una vida que jamás logrará salir del pantano en el que nos hundimos. Entre tanto, lo cuento, lo filmo, lo escribo y lo nombro.

            Escena 1. En resumen

            Entre enero y agosto de 2008 catorce muchachos desaparecieron de Soacha, municipio aledaño a Bogotá. Casi todos salieron con la oferta de un trabajo y jamás regresaron. En agosto de 2008 se supo que las fosas comunes del cementerio de Ocaña (Norte de Santander), estaban desbordadas de cuerpos reportados como NN (No Name), de supuestos guerrilleros y/o delincuentes comunes dados de baja en combates contra el Ejército. Las madres de los jóvenes desaparecidos de Soacha, que buscaban a sus hijos, cotejaron las informaciones y descubrieron que hacían parte de los NN sepultados en las fosas comunes de Ocaña. Su identificación y exhumación mostró que la versión de los comunicados era falsa, pues se trataba de jóvenes que apenas 24 horas antes de ser asesinados vivían en Soacha. Si bien los comunicados provenían de las fuerzas armadas, estos fueron transmitidos por los medios de comunicación sin una mínima constatación de los hechos. Las madres, que no se conocían entre sí, exigieron que se rectificaran las versiones en las que se señalaba a sus hijos de ser miembros de grupos subversivos e hicieron público el escándalo de los “falsos positivos”. El documental Retratos de familia reconstruye esta historia dignificando a los jóvenes para que dejen de ser el número de una estadística y se constituyan en víctimas del conflicto.

            Este trabajo hizo parte del proyecto de creación de la Unidad de Memoria y Derechos Humanos (UMDAH), del Archivo de Bogotá. Su realización se llevó a cabo entre 2010 y 2013. Se aplicó una metodología que permite construir memoria histórica a través del audiovisual. De igual manera, se aplicaron técnicas de trabajo interactivas, reflexivas y de observación. La rockera Andrea Echeverri compuso e interpretó la canción «Mamitas” para el documental. Al iniciar la filmación en 2010 se hablaba de unos tres mil civiles asesinados en la misma modalidad. En 2021 la Jurisdicción Especial Para la Paz (JEP), estableció que “por lo menos 6.402 personas fueron muertas ilegítimamente para ser presentadas como bajas en combate en todo el territorio nacional entre 2002 y 2008”.

            El documental, por disposición del Archivo de Bogotá, no pudo ser exhibido. Tuvo una presentación el 18 de octubre de 2011 en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá. Dos años después fue estrenado en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de 2013.

            A partir de ese momento el público lo divulgó, lo subieron a las redes sociales, lo vieron pequeños grupos de estudio. Se presentó fuera de concurso en varios festivales de cine nacionales e internacionales; en foros, encuentros y en el Festival Documenta 2013, realizado por  la Embajada de Francia en Venezuela, y por la Alianza Francesa de Caracas, donde ganó el premio al mejor largometraje documental andino y fue seleccionado para ser exhibido en el Festival Internacional de Cine Documental de Lyon en 2014.

           Escena 2. La voz de la autora

           Érase una guerra, érase un país,

            con historias negras y un futuro gris.

            Esa bruta guerra era un buen negocio,

            se apropiaba tierra, cultivaba el odio. (2)

Recordar la realización de Retratos de familia y su resultado fue para las madres de Soacha, para los familiares de otros miles de víctimas de ejecuciones extrajudiciales y para el equipo de trabajo una emoción contradictoria.

La satisfacción de divulgar la verdad cumplió con su intención de construir un mejor país, presentando a la sociedad la complejidad y el horror de la historia. Nos obligó a repasar los obstáculos que enfrentamos para llegar al público. Recuerdo esa etapa como parte de la revictimización que han padecido, y padecen, las madres de Soacha y sus familias.

Es aterrador pensar que alguien se llevó a un joven de 26 años, llamado Fair Leonardo Porras Bernal, quien tenía una condición de discapacidad por la que no sabía leer ni escribir y tampoco conocía los números, desde Soacha a Ocaña, para venderlo por $100.000, y que cuatro días después de su desaparición se hiciera el levantamiento de su cuerpo en una vereda cerca de Ocaña, registrado como NN, supuestamente responsable del manejo de los asuntos financieros de un grupo al margen de la ley, dado de baja en combate contra la Brigada 15 del Ejército.

Cuando pienso en Fair Leonardo lo imagino como al de la foto que carga en el morral Luz Marina, su mamá, durante las marchas, idénticos a los de su mamá. Un joven buen mozo, rubio y  de ojos claros a quien, como dice una de sus hermanas, “no se le notaba nada, sólo cuando conversaba”. Lo pienso cándido y feliz el día que lo llevaron desde Soacha a Ocaña. Supongo que así debió sentirse durante las primeras horas, como si fuera de paseo. Un paseo largo porque Ocaña está a catorce horas de distancia de Soacha. Por eso, a medida que pasaban las horas el miedo tuvo que acorralarlo. Imagino que preguntó a sus captores por su mamá, por Carlos Faustino, su papá, o por sus hermanos. Nunca se había separado de ellos, nunca había salido solo de Soacha, era un niño en el cuerpo de un hombre. Es angustiante pensar en cómo vivió los cuatro días que transcurrieron desde su desaparición el 8 de enero de 2008, hasta el  momento en el que fue ejecutado, el 12 de enero de 2008.

Hay quienes dicen: “Quién sabe en qué andaban esos muchachos” o “No exagere, tampoco fueron 6.402, deben ser menos”. Como si suponer que alguno estuviera en una actividad delictiva les otorgara patente a los miembros del Ejército para ejecutarlo. O como si la cifra oficial de 6.402 pudiera ser menor y, al reducirse, al tratarse de tres mil, cien o dos, ya no constituyera un crimen atroz.

            Escena 3. El proyecto de Derechos Humanos

            Con el equipo de Karamelo Producciones estudiamos la historia de Fair, de Stiven –un niño de dieciséis años–, y de otros cuatro muchachos de Soacha considerados “falsos positivos”. Se trataba de casos en los que se vulneraban los derechos humanos, narrados para el proyecto Unidad de Memoria y Derechos Humanos del Archivo de Bogotá (UMDH), dirigido por Patricia Linares Prieto.

            Cuando conocí a Patricia era Procuradora Delegada de Prevención en Materia de Derechos Humanos y Asuntos Étnicos, y me encargó la realización de una campaña de divulgación y un programa de televisión llamado “Tiempo de la Verdad”. Desarrollamos un plan pedagógico para las víctimas y la sociedad respecto a los derechos humanos y a los derechos específicos que cobija  la Ley 975 de 2005, conocida como “Ley de Justicia y Paz”, a la que se acogieron paramilitares como Salvatore Mancuso, Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, y otros cabecillas de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), extraditados a Estados Unidos sin cumplir con el deber de verdad, justicia y reparación en Colombia.

            Este episodio está ligado al de los “falsos positivos”, al asesinato en persona protegida, como se llamó, en términos jurídicos, el caso de Fair Leonardo, de Stiven y de otros seis mil cuatrocientos jóvenes ejecutados extrajudicialmente[1] por miembros de las Fuerzas Armadas de Colombia.

            Las fallas en la implementación de la Ley de Justicia y Paz, los años del conflicto armado en el país, el narcotráfico, la corrupción, la indiferencia, la miseria, el silencio, la presión al Ejército para mostrar resultados y la corrupción, son elementos que allanan el camino para llegar al instante en el que un reclutador vendía a Fair Leonardo.

            Patricia Linares –quien más adelante sería la primera presidenta de la Jurisdicción Especial Para la Paz– me invitó al grupo que trabajaría en el proyecto de creación de la UMDH. Investigaba para contar las causas y los efectos de las luchas internas de Colombia.

            Fue una experiencia que me permitió profundizar en el conocimiento de los Derechos Humanos, por el que trabajé con juristas, antropólogos y sociólogos; con el periodista Hernando Salazar y el historiador Juan Manuel Jaramillo; diseñando una metodología con la que recolectara diversos elementos sobre los hechos vividos por las víctimas del conflicto armado en el país. Se propuso abordar la verdad de los sucesos con tres componentes:

            –Verdad judicial, fáctica o forense

            –Verdad personal

            –Verdad dialógica o social

            Se eligieron dos casos: el desplazamiento forzado en Bogotá y el Caso Soacha. Mi trabajo, tanto en la investigación como en la metodología de recopilación testimonial, gráfica y audiovisual, se enfocó en el Caso Soacha o de los Falsos Positivos de Soacha.

            Pensamos en un material audiovisual que ilustrara la aplicación de una metodología para que las víctimas tuvieran presentaran su verdad sobre los hechos. Este método de recopilación testimonial validaba la tesis de que la suma de las distintas verdades construye una verdad que prevalece en todo proceso de paz como eje para la aplicación de justicia, reparación integral y compromiso de no repetición. 

            Sin embargo, conscientes del poder que tiene el lenguaje audiovisual, elaboramos un material, en tono documental, que aportara un valor adicional para las víctimas y el país, y que pudiera ser exhibido tanto en salas como en diversos canales de comunicación.

            Fue con esas premisas que compusimos un retrato humano, familiar y social de los jóvenes residentes en Soacha. Contactamos a un grupo de madres de Soacha y decidimos contar la historia de seis muchachos a través de las voces de sus mamás y de la compañera y la prima de dos de ellos:

 

Nombre

Desaparición

Ejecución

Madres

Stiven Valencia, 16 años

6 de febrero 2008

8 de febrero 2008

María Sanabría

Víctor Gómez, 23 años

23 de agosto 2008

25 de agosto 2008

Carmenza Gómez

Fair Porras, 26 años

8 de enero 2008

12 de enero 2008

Luz Marina Bernal

Daniel Alexander Martínez, 21 años

6 de febrero 2008

8 de febrero2008

Luz Adriana Perdomo (Compañera)

Diego Armando Marín, 21 años

6 de febrero 2008

8 de febrero 2008

Luz Adriana Perdomo
(Prima hermana)

Julián Oviedo Monroy, 19 años.

2 de marzo 2008

3 marzo de 2008

Blanca Monroy

 

Escena 4. La verdad personal

            Mamita, cuénteme cómo era su hijo,

            qué le gustaba comer, le regalaba rosas, era atento con usted,

            le iba a comprar un ranchito,

            la quería mucho a sumercé,

            cuénteme qué música escuchaba,

            recuérdeme su nombre, sus fotos muéstreme…[2]

            “Limpiar el nombre de nuestros hijos”: la frase conduce el documental protagonizado por cinco Madres de Soacha. Uno de los chicos ejecutado era menor de edad, otro un joven con discapacidad cognitiva, todos tenían el denominador común de la pobreza y la falta de oportunidades. A través de las madres y familiares de los jóvenes ejecutados se reconstruye la incertidumbre por la desaparición, la exhumación de los cuerpos, las amenazas, las denuncias, los asesinatos subsiguientes y la transformación de las madres en defensoras de Derechos Humanos.

            Retratos de familia les da rostro, historia y presencia social a las víctimas y confronta la estigmatización que padecieron los jóvenes de Soacha y sus familias por la forma en que fueron presentados ante los medios de comunicación, que sirvieron como “caja de resonancia” para repetir comunicados oficiales sin contrastar la información. En cuanto a la reparación, el documental enfatiza en el rescate de su humanidad, identidad, entorno afectivo y familiar.

            Conocimos a sus familias, a sus amigos, sus casas, fotos, medallas obtenidas en campeonatos de fútbol y supimos, a través de las madres y de la compañera de uno de ellos, cuáles eran sus sueños: Stiven cantaba como el Charrito Negro; Fair imitaba a Shakira; Daniel tenía un hijo pequeño, parecido a él; Julián era hincha de Millonarios y le encantaba jugar con carritos; Diego era serio y su meta era trabajar para brindarle mejores oportunidades a su hermano menor; Víctor, Diego y Julián terminaron de prestar el servicio militar obligatorio poco tiempo antes de que los desaparecieran. 

            Las entrevistas a las madres, hermanos, a uno de los padres, a la compañera y la prima de otro, así como las fotos en las que podemos verlos, como en un álbum familiar, en eventos que, de alguna manera, son comunes a las familias colombianas, constituyen el corazón del documental. Es inevitable sentirlos cercanos, creer que los conocimos cuando vemos las presentaciones escolares, la primera comunión, los disfraces, los paseos familiares. Todos tenemos algo de esos recuerdos guardados en nuestras fotografías. Reflexionar sobre los aspectos comunes a nuestras vidas tejió los hilos del documental. Buscaríamos la forma de dar rostro e identidad a esos chicos a los que además de arrebatarles la vida, les quitaron el derecho al buen nombre y a tener dolientes.

            La recopilación testimonial fue íntima y reflexiva, permitió a los participantes expresar sus emociones y evocar sus recuerdos en un ambiente de confianza. La profundidad de las entrevistas humanizó a las víctimas y a entender el impacto de su pérdida. Tuvimos varios encuentros y reconstruimos con la voz de las madres algunos objetos personales y miramos sus fotos para saber quién era cada muchacho. Revivimos con testimonios, material de archivo de prensa, radio y televisión, el momento de la desaparición, la búsqueda y cómo los encontraron.

            Si al principio parecía tétrico saber que los habían llevado engañados con ofertas de trabajo y que 24 o 48 horas después los asesinaban, ese horror lo superaba el siguiente descubrimiento. Denunciar la desaparición de los hijos se convirtió en un presagio del desasosiego que gobernaría las vidas de sus madres a partir de ese momento. Amas de casas o trabajadoras informales como eran las madres, comenzaron a transitar la burocracia que el gobierno tiene para estos casos: “¿Viene a denunciar la desaparición de su hijo? No han pasado 72 horas, no se le puede recibir la denuncia. ¿No ha pensado que de pronto es que anda con una novia? Eso seguro aparece en cualquier momento”. Y cuando pasan las primeras 72 horas: “¿Sigue sin aparecer? Entonces sí. Muestre los papeles, le falta una foto de tanto por tanto. Vaya, tráigala y vuelva. Además, la denuncia no la tiene que poner aquí sino en otra oficina”.

            La historia de la dificultad para radicar la denuncia es idéntica en cada caso. Después de pasar de una oficina a otra, de no tener plata para más pasajes, lograban radicarla y comenzar la búsqueda en hospitales y en las morgues. Fue entonces cuando las madres acudieron al Personero de Soacha, Fernando Escobar, el primer funcionario público que alertó a las autoridades y a los medios de comunicación sobre la situación. Las madres encontraron apoyo en la Personería, pero también se miraron aterrorizadas: “¿Cómo así que hay otros muchachos desaparecidos?”. Aunque todas vivían en Soacha y se habían cruzado en la calle no se conocían entre sí. Ver a catorce mamás con la misma historia les enfrió el alma.

            El presagio de que algo peor estaba por suceder fue una realidad en el segundo semestre de 2008, cuando descubrieron que sus hijos estaban sepultados en distintas fosas comunes de Ocaña. Eran tantos que el cementerio del pueblo fue insuficiente. Las autoridades civiles habilitaron terrenos remotos, como el de una finca llamada “Las liscas”, para enterrar en fosas comunes grupos de seis o más cadáveres. ¿Cómo pudieron convertirse en guerrilleros jóvenes que hasta 14 horas antes de “caer en combate” vivían en Soacha? ¿Por qué presentaban a uno de ellos como asesor de finanzas si ni siquiera conocía los números?

            Muchas preguntas, pocas respuestas. Las madres asistieron a la exhumación e identificación de los cuerpos y los trasladaron a Soacha. El viaje de regreso tuvo un trato deshumanizado: María, la madre de Stiven, viajó durante catorce horas en la parte trasera del carro fúnebre, al lado de los restos de su bebé envueltos en periódico.

            Tras hallar los cuerpos y sepultarlos se preguntaron: “¿Quién o  cómo lo mató? ¿Qué pensó mi hijo? ¿Lloró? ¿Tuvo miedo?”.

Escena 5. Suena sencillo, pero produce escalofrío

            Esa bruta guerra era un buen negocio,

            se apropiaba tierra, cultivaba el odio,

            y la octava plaga, plaga de la mala,

            nos ensordeció. Mató a mi Colombia, Soacha, tú yo.[3]

            Presenté Retratos de familia en el Festival de Cartagena. Andrea Echeverri, compositora, cantante e intérprete, compuso la canción “Mamitas” para el documental, basándose en las fotografías de los muchachos y en las entrevistas hechas a sus madres. También viajó a Ocaña para respaldar mi proyecto sobre la necesidad de construir Jardines con Memoria en Colombia, jardines que estarían en los lugares donde ocurrieron los hechos o donde se encontraron a las víctimas para que se construyan espacios que tengan fotografías personales, archivos de prensa y material audiovisual que reseñe el evento y su desenlace.

            Cada jardín contará con espacios y objetos que den cuenta de:

  • Verdad Personal: Objetos, fotos y reseñas para conocer a las víctimas.
  • Verdad Histórica: Relato documentado de los hechos, proyecciones audiovisuales y estado del proceso judicial.
  • Ágora: Espacio al aire libre para la reflexión y el diálogo colectivo.
  • Sendero personal: Recorrido para la reflexión individual.
  • Salida y mensaje: Espacio donde los visitantes podrán dejar mensajes grabados.

            El primer lugar al que viajamos un 9 de abril, cuando se conmemora el Día nacional de las víctimas en Colombia, fue a Las Liscas (Norte de Santander), una vereda cerca de Ocaña donde enterraron a varios de los jóvenes de Soacha en fosas comunes improvisadas.

            Visitamos en 2018 con varias de las madres, con Andrea Echeverri y su grupo, con Ricardo Maldonado Rozo, camarógrafo, Yuri Alvarado y la periodista Toya Viudes, el “cementerio” donde en ese momento aún se hallaban tres cadáveres sin identificar. Con el apoyo de la Universidad Francisco de Paula Santander y del docente Marco Vega  llegamos a Las Liscas. Algunos miembros de la universidad y un grupo de teatro hicieron una performance en homenaje a las madres. Al día siguiente tuvimos un encuentro con la población de Ocaña. Las madres dialogaron con los asistentes al teatro y un grupo de estudiantes y profesores de la universidad les entregó una bandera de Colombia con perforaciones y mensajes escritos a mano, usada en el performance para cubrir las tumbas. El evento terminó con un concierto de Andrea y su grupo.

 

            Escena 6. Nada fue fácil, ni para ellas ni para nosotros

            El primer contacto que hicimos con las madres de Soacha fue a través de Luz Marina Bernal y, por coincidencia, comenzamos a filmarlas el día que cinco de ellas fueron a protestar al Palacio de Nariño cuando el expresidente, Álvaro Uribe Vélez, estaba reunido con otro grupo de madres de Soacha.

            Quisimos que el espectador fuera testigo de los eventos en tiempo real, proporcionando un sentido de inmediatez y autenticidad. Ese primer día de rodaje hace parte de las últimas escenas del documental y fue una de las piedras en el zapato para que el documental no pudiera presentarse al público durante dos años, tiempo en el que permaneció archivado en el Archivo de Bogotá.

            Tuvimos absoluta libertad en su realización. Sus avances se compartieron de manera permanente con el equipo y con Patricia Linares. Sin embargo, el Director del Archivo de Bogotá, sugirió que retiráramos las imágenes de una alocución de Álvaro Uribe en las que, al referirse a estos hechos, señala que de todas maneras los muchachos “no estarían recogiendo café”. También propuso retirar las imágenes de las madres protestando frente a la Casa de Nariño y otros materiales de archivo. La declaración de Uribe confirma lo dicho por las madres de Soacha en cuanto a su repudio por la forma en que, debido a ese comentario y otros semejantes, se estigmatizó a sus hijos. Así que retirar la opinión del presidente y otras imágenes de archivo iría en contravía del documental. Me negué a retirar las imágenes al considerarla como piezas esenciales de la verdad. En el Archivo de Bogotá archivaron la película.

            Las madres enviaron derechos de petición y logramos hacer una exhibición el 18 de octubre de 2011 en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá. La proyección contó con la presencia de las madres y de Andrea Echeverri, quien de nuevo interpretó la canción “Mamitas” y otras que están en el documental. En ese momento, Clara López era la Alcaldesa Encargada de Bogotá y fue una de las primeras personas en cargos públicos que denunció ante los medios la existencia de los Falsos Positivos.

            Después fue archivado una vez más el documental y esa parte de la historia la registró el periodista Juan Camilo Maldonado en https://www.elespectador.com/bogota/documental-sobre-falsos-positivos-estuvo-archivado-dos-anos-article-414429/

            Pasaron otros dos años para que al Archivo llegara un nuevo director, Gustavo Ramírez Ariza, y para que pudiéramos estrenar oficialmente Retratos de familia en el Festival Internacional de Cine de Cartagena (FICCI) de 2013.

 

            Escena 7. Coda

            Porque la memoria no es pasado: es el punto de partida de todo cambio verdadero.

            Para las Madres de Soacha no ha terminado la batalla ni el desasosiego. Su paz depende de que se conozca la verdad, de que se haga justicia y reciban la reparación integral que la sociedad les adeuda. Y esto sólo será posible si no olvidamos y reconstruimos la memoria.

Yerbabuena, Julio 11 de 2025

Enlace para ver el documental:  https://www.youtube.com/watch?v=TB7vPjqcQ7I

Enlace subtitulado al inglés: https://youtu.be/cQEHHV-lyDc?si=4opH4XWFgXSNd_kY

Enlace subtitulado al portugués: https://youtu.be/vk5mMdLFzbo?si=S8b-MV43MFdNhezt

Enlace subtitulado al francés: https://youtu.be/SffD51RWgXQ?si=6iKevIP9r2RmRzbw

 

[1] https://www.corteidh.or.cr/tablas/r08060-7.pdf

[2] Fragmento canción “Mamitas” de Andrea Echeverri, compuesta para Retratos de familia.

[3] Fragmento canción “Mamitas” de Andrea Echeverri, compuesta para Retratos de familia.

 

 

Hay una tradición del cine en cuanto a la poesía; muchos de los mediometrajes de avantgarde realizados en Francia en los años veinte (Un perro andaluz y La edad de oro, de Buñuel; La sangre de un poeta, de Cocteau; La cerillera, de Jean Renoir; La concha y el reverendo, de Germaine Dulac y Antonin Artaud) son perfectamente comparables con la obra de Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé y Lautréamont. Sin embargo, la tradición dominante en el cine se ha centrado en un despliegue más o menos novelesco de la trama y la idea, utilizando personajes altamente individualizados, a los que ha situado en un marco social concreto.

 

Susan Sontag, “Una nota sobre novelas y películas”, tomado de su libro Contra la interpretación y otros ensayos (1966).