¿Cuál es la imagen que falta del estallido social de 2021? ¿Acaso el cubrimiento periodístico de los canales tradicionales no la descubrió en la pantalla televisiva y se encuentra en películas como No pasó nada? El futuro y la memoria de lo que sucedió en noviembre de 2021 nos sugiere el poder que tiene una cámara para preservar las imágenes de un tiempo y de su testimonio.
Una estación de transporte público. Desde el techo cae una tela que cubre su parte delantera. “-
BALAS + LIBROS” dice la consigna. Dos hileras irregulares de árboles se alzan a sus
Costados. En frente se encuentra una calle principal con un tránsito pesado de vehículos. Hay una puerta atravesada en medio de la calle con la palabra RESISTENCIA escrita con pintura azul. En la distancia se divisan edificios y apartamentos. Hay una tela en medio de la calle con la palabra
UNIRESISTENCIA escrita con pintura negra y roja. Murales con pinceladas de aves coloridas. Rostros y consignas cubren las paredes del lugar. Bajo el techo inclinado hay un grupo de personas reunidas: se están despidiendo de una casa sin paredes.
Fachada de Uniresistencia | Créditos: Anderson Muñoz
Estas imágenes hacen parte del archivo que registra los últimos momentos de Uniresistencia: un punto de concentración conformado durante el Paro Nacional de 2021 en
Colombia, ubicado al sur de la ciudad de Cali. Durante los tres meses que duró el estallido social nos dedicamos a filmar las diferentes actividades que se llevaron a cabo en este espacio. Éramos parte de un comité de comunicaciones cuya responsabilidad consistía en difundir y promover las actividades pedagógicas y culturales del lugar, así como de publicar de manera oportuna las denuncias de abusos y violencia por parte de la fuerza pública y civiles armados. En un comienzo respondimos a la necesidad de crear imágenes para promover las denuncias y la defensa del movimiento social. Pero, con el pasar de los días, comenzamos a crear “otro tipo de imágenes”: charlas en la madrugada y fiestas en las
calles; ollas comunitarias y jornadas de aseo; clases al aire libre y conciertos multitudinarios; discusiones sobre el devenir de la movilización y sesiones de tatuajes; juegos, besos y abrazos. Ante la avasalladora cantidad de imágenes violentas que circulaban en las redes sociales, así
como las versiones tergiversadas sobre el acontecimiento promovidas por los medios tradicionales y el gobierno de turno, comenzamos a percibir la necesidad de generar otras imágenes que captaran las
experiencias y sensaciones que ese espacio tan atípico provocaba —más allá de la angustia, el horror y el dolor—. Creamos estas imágenes, las guardamos y preservamos para, llegado el momento, verlas de nuevo.
Ese momento llegó. Las imágenes descritas con anterioridad hacen parte de No pasó nada (2023): un cortometraje que sigue a una joven con un profundo miedo de caminar por la ciudad después de participar en el Paro Nacional de 2021. Sofía comenzó a escribir el guión poco después de grabar el desalojo de los manifestantes de la estación. Dos meses después, Félix asumió el rol de producción de la película. La necesidad de esa otra imagen seguía con nosotras y decidimos que el cortometraje debía tenerla. El resultado fue una película que combina archivo y ficción para dar cuenta de un
sentimiento que acompañó a todxs lxs manifestantes durante los días que permanecimos en las calles. A pesar de los logros y aprendizajes en el proceso creativo, quedamos con una sensación agridulce:
consideramos que no se consolidó esa imagen faltante.
¿Cómo puede hablarse de la “ausencia de imágenes” de un acontecimiento que fue
ampliamente registrado? ¿No es un despropósito decir que “faltan imágenes” cuando decenas de miles de videos colapsaron las redes sociales? ¿En realidad hacen falta imágenes de este acontecimiento? Tres años después seguimos creyendo que sí.
Foto fija del cortometraje No pasó nada (2023) | Créditos: Laura E. Rodríguez
Contexto(s) — Urgencias(s) — Imágen(es)
Durante cerca de cien días una multitud de cámaras grabó lo que sucedía. Todos los actores tuvieron la posibilidad de registrar sus propias imágenes y hacerlas visibles en “tiempo real”. A la par del gobierno y los medios de comunicación tradicionales, incluso con mayor cercanía y frecuencia, las personas registraban lo que acontecía cerca de ellas: manifestantes, detractores, policías, civiles
armados. Muchas imágenes fueron hechas para ser difundidas a través de las redes sociales con el propósito de informar, denunciar o tergiversar lo que pasaba. Poco a poco se fue generando un torbellino; una masa informe de imágenes angustiantes y terroríficas; fragmentos que, inconexos, eran usados con diferentes propósitos, unos en contra de otros.
Mientras se luchaba en las calles por un cambio, en las pantallas había una guerra visual. En medio de ambos conflictos estaba nuestra mirada. Camila, habitante de Siloé, nos contó que recuerda los tres meses del estallido social con mucha tristeza. Su barrio fue uno de los que más participaron en las calles. Sin embargo, no salía de su casa por temor. Su único contacto con las movilizaciones, las protestas y todo lo que estaba sucediendo al pie de su hogar era la pantalla de celular y el flujo amorfo de imágenes violentas —además de los sonidos que lograba captar con claridad a través de las paredes: gritos, disparos, entre otros—. Recuerda estar en la sala de su casa, encorvada sobre la pantalla, mientras observaba un video tras otro ¿Cuántas personas habrán compartido su experiencia? ¿Cuántas tuvieron como único contacto con el Paro Nacional de 2021 la pantalla de su celular? Cuando le hablamos a Camila de otras imágenes, que dan cuenta de lo acontecido en esos días, se sorprende al punto de no creer o no querer saber más al respecto.
Como ella existen miles de personas que tienen cada una con una versión diferente construida a partir del flujo de imágenes que circuló en sus redes sociales. Era de esperar que, después de días tan frenéticos e imágenes tan horrorosas, las personas no quisieran saber al respecto. Nosotras nos sentimos así durante mucho tiempo: nos costó volver a ellas. La confluencia de la sobreproducción de contenido con la violencia estatal creó una atmósfera de hastío y rechazo, no solo hacia la movilización, también a sus imágenes.
La(s) otra(s) imágen(es)
I.
Tres pares de manos pican cebolla, tomate y zanahoria sobre una olla ardiente: el almuerzo está en preparación. Un par de zapatos rotos, seguidos de una escoba, recorren los techos de la estación. Caen hojas secas a la calle. Alguien trapea el primer vagón, donde se encuentran la biblioteca y las hamacas. Otra persona seca el segundo vagón, donde están la bodega y el lavaplatos. Un par de manos rugosas y callosas remueven la tierra de la huerta comunitaria, mientras otras riegan las plantas de maíz que comienzan a crecer al pie de la calle principal. Un pincel delinea con delicadeza la silueta de una llama de fuego sobre una tela blanca.
II.
Una hilera de samanes frondosos dividen las calles y se erigen tan altos como las edificaciones circundantes. Debajo de ellos, en la tierra y el asfalto, las personas corren, se agachan, se arrastran. Unas se ocultan tras sus troncos mientras que otras permanecen impávidas, observando. En la lejanía se adivinan más cuerpos en el suelo y, detrás de ellos, se distinguen uniformes policiales y personas
con camisetas blancas. Poco a poco llegan decenas de manifestantes corriendo a la estación. Las calles están repletas de cuerpos que alertan sobre una emboscada. Al fondo, el sonido de las balas.
III.
Dos momentos. Un espacio cargado de afectos: amor y violencia. Dos imágenes del paro nacional a las que buscábamos darles lugar en pantalla.
Preparación de la olla comunitaria. | Créditos: Anderson Muñoz.
¿No pasó nada?
Tras el rodaje de No pasó nada, nos enfrentamos a la realidad de que lo que imaginamos no había resultado filmado como se esperaba. La historia tenía múltiples rupturas. Con las preguntas y propuestas de Paul Donneys, un gran editor y videógrafo, llegamos a la conclusión de que el archivo debía tener aún más predominancia de la que previamente habíamos planteado. Dejamos a un lado la idea de darle espacio a los dos tipos de imágenes que buscábamos evocar. Decidimos que el miedo
sería el protagonista del relato aprovechando la abundancia de imágenes a nuestro alcance que lo
evocaban. Hicimos nuevas tomas, encontramos un final, tomamos archivo de redes sociales y logramos un cortometraje de 7 minutos y 54 segundos.
Con estos nuevos cambios el cortometraje generaba miedo y tensión y contenía puntos narrativos que permitían a los espectadores conectar con el personaje. El proceso creativo cumplió su cometido: nos permitió cuestionar nuestras decisiones durante la realización y aprender de ellas.
Quedamos con la sensación de que la película fue sólo un primer paso para acercarnos a las imágenes faltantes y tener mayor conciencia de lo que ellas implican. Fue un camino para buscar otras formas que dieran cuenta de la complejidad del acontecimiento por medio de la experiencia cinematográfica y a partir de nuestra mirada.
No pasó nada tiene un sesgo, reduce al personaje a su papel como víctima dentro de las manifestaciones y no profundiza en su dimensión humana. Vemos a la chica corriendo y escapando, relacionándose con su entorno únicamente a través del miedo, sin demostrar ninguna otra sensación que la movilice. Al dejar de lado los afectos, alegrías y cuidados, al igual que las rudezas y furias propias de quienes hacen parte de las manifestaciones, nos envolvemos en una experiencia plana y limitante, que fija su foco en las mismas imágenes que nos habituamos a ver sobre el paro nacional en redes sociales. Nos enfrentamos a una mirada que comienza a navegar en la experiencia del estallido
social del 2021, pero que no se adentra en sus profundidades, sino que permanece en la superficie, ofrece tan solo un vistazo de lo que fue el acontecimiento.
¿Cómo es la imagen que falta?
Al día de hoy ya existe una considerable cantidad de producciones audiovisuales que, al igual que nosotras, se han interesado por “representar” el Paro Nacional de 2021 en Colombia. Si bien reconocemos el valor que tienen por enfrentarse a las hegemonías visuales que lo han estigmatizado,
así como su importancia en los procesos de memoria y reparación, consideramos que su relación con la experiencia cinematográfica es limitada. En estas producciones el potencial visual del archivo es relegado a ser el apoyo de la palabra, que a su vez está condicionada a los testimonios de los
participantes y las víctimas. El sonido cumple la única función de referenciar la voz y los espacios. No hay plasticidad en los materiales y se asemejan más a las formas del reportaje periodístico o del documental televisivo. Después de tres años nos preguntamos: ¿es esto todo lo que desde la poética
cinematográfica se puede ofrecer para crear imágenes sobre este acontecimiento?
Pascal Quignard (2014) nos recuerda que “en toda imagen hay una imagen que falta” y que el arte “busca siempre algo que no está presente”. En este sentido, consideramos que es urgente la
creación de esas “imágenes ausentes” que no están en la simple visualidad de los archivos, ni en la narración de los testimonios. La imagen que falta es aquella que recrea el estallido social de 2021 en Colombia desde una dimensión corporal; aquella que comprende que la “memoria está encarnada en los sentidos” y que “todas guardamos conocimiento en nuestro cuerpo y memoria en nuestros
sentidos” (Marks, 2000, p. xiii). La imagen que falta es aquella que, desde estas certezas, provoca otras imágenes que han sido borradas o bloqueadas; aquella que, desde la plasticidad de sus materiales,
cataliza una “explosión imaginaria».
Nuestro deber como cineastas y críticas de cine es crear y promover imágenes basadas en el reconocimiento de que nuestra “respuesta” a ellas es “mimética” y que tienen el poder de provocar
“una experiencia corporal” similar a ellas: “El cine no es meramente un transmisor de signos” (Marks, 2000, p. xvii).
Nos hace falta una imagen que dé cuenta de otras manifestaciones del Paro Nacional. Imágenes que sitúen nuestra mirada en otros conflictos; imágenes que nos provoquen desde el amor y la violencia. Queremos seguir recorriendo este camino y darle lugar a estas imágenes, tan urgentes y necesarias aún hoy, y esperamos encontrarnos con más miradas que transiten por esta misma búsqueda.
Un día cualquiera en Uniresistencia | Créditos: Anderson Muñoz
Referencias
MARKS, L. (2000). The Skin of the Film: Intercultural Cinema, Embodiment, and the Senses. Duke University Press.
QUIGNARD, P. (2014). La imagen que nos falta. SA. VESTIA EDICIONES