Las noticias sobre el caos climático han tenido el efecto secundario y malsano de anestesiar a sus lectores despreocupados o apáticos. “Las catástrofes casi siempre están en otra parte”, nos dice la primera línea de este artículo. Sin embargo, suceden más cerca de lo que imaginamos. Para comprobarlo, Carolina Cuervo nos descubre un panorama amplio y detallado de documentales que atestiguan de qué manera el ser humano es un peligro para el ser humano y para las especies que sufren su carnicería.      

Las catástrofes casi siempre están en otra parte. Acostumbrados a absurdos y monumentales conflictos en otros idiomas y otros parajes (municipios que no seríamos capaces de señalar en un mapa o países al otro lado del mundo), el cine que nos habla de esas realidades podría verse como una ficción ajena. Es como si nos negáramos a entender la crisis climática o, peor, aceptáramos que está ocurriendo, pero no tomamos acciones al respecto: como otras catástrofes, parece distante, abstracta, aislada y no parte de una realidad de la que ya no podemos escapar. Como explica Jonathan Safran Foer en We are the weather: saving the planet begins at breakfast, «la crisis planetaria –abstracta y ecléctica como es, lenta como es, y carente de figuras y momentos icónicos– parece imposible de describir de un modo que resulte apasionante y verídico».

An Inconvenient Truth (2006), el documental del ex vicepresidente de los Estados Unidos, Al Gore, ayudó a legitimar el cambio climático como un tema urgente que requería atención global. En aquella época todavía era común oír en voz alta a quienes pensaban en ello como un mito, pero ahora, tras haber pasado el año más caliente del que hay registro, es imposible negarlo. El documental alcanzó un público global y nos puso al tanto del calentamiento global, término que muchos escuchábamos por primera vez.

Sin embargo, An Inconvenient Truth no abordó otra muy importante verdad incómoda. Las actividades agropecuarias en el mundo (Colombia incluida) son la fuente de mayor emisión de CO y productos para el consumo humano (como carne vacuna, aceite de palma, cocaína, etc.); se comercian con mínima regulación, por lo que los consumidores ignoran que son parte de una cadena de criminalidad y destrucción ambiental.

Más de la mitad de las emisiones de CO en Colombia provienen de la deforestación (estrechamente ligada a la ganadería) y la agricultura. Gráfico tomado de El Espectador.

Vanitas vanitatis

Con la expansión de la comida rápida en las últimas décadas (de Estados Unidos para el mundo), el fortalecimiento de monopolios de la industria alimentaria y las políticas públicas guiadas por intereses privados, los problemas de salud pública popularizaron los documentales sobre transformaciones físicas a través de la alimentación. Suelen ser historias made in USA de personajes con problemas relacionados con el sobrepeso que quieren cambios en su vida y se someten a dietas y prácticas específicas, documentadas cronológicamente con una estructura aristotélica. Se explora la intimidad de los protagonistas en un proceso guiado para bajar de peso o explorar sus límites de su salud, sumando las voces de médicos, expertos y allegados, acompañando el proceso con sus altos y bajos y explorando las consecuencias (en lo individual y en una dimensión social más amplia) de los sistemas alimentarios en Estados Unidos, atravesados por intereses políticos y económicos y reflejados en problemáticas sistémicas: personas enfermas como sinécdoque de un sistema enfermo. En respuesta a Super Size Me (Morgan Spurlock, 2004), el documental que acompaña a un hombre, inicialmente sano, durante treinta días comiendo solo McDonalds y destruyendo su salud al punto de poner su vida en riesgo, apareció The Benefits of a Plant Based Diet & Exercise: Unsupersize Me (Juan–Carlos Asse, 2013), en un camino inverso en búsqueda de revertir los efectos de este sistema disfuncional. Se trata de uno entre una larga lista de documentales que exponen una dieta basada en plantas y como respuesta a nocivos hábitos alimenticios de la contemporaneidad, subrayando el bienestar individual como motivación principal para el veganismo. 

No podemos subestimar el poder de la vanidad: soy testigo de la manera en la que documentales como Forks over Knives (Lee Fulkerson, 2011); What the Health (Kip Andersen, Keegan Kuhn, 2017); Food Choices (Michal Siewierski, 2016) o The Game Changers (Louie Psihoyos, 2018) han motivado a los omnívoros a preferir una alimentación basada en plantas. Estas películas suelen tener una estructura y unos códigos narrativos muy similares, cercanos al documental televisivo (aunque casi siempre de libre acceso en YouTube), en el que se siguen casos particulares y la transformación, el antes/después, muchas veces siendo el director mismo el que registra a manera de diario audiovisual el vuelco al veganismo, con sus reflexiones en off y en las íntimas conversaciones escenificadas en consultorios médicos, registrando los cambios físicos y las conclusiones de la nueva vida sin carne. Los documentales de este tipo también suelen incluir, en mayor o menor medida, testimonios de expertos como científicos y autores de bestsellers alrededor del tema, pero algunos pocos van un paso más allá. Vegucated (Marisa Miller Wolfson, 2011) empieza como un documental de este tipo, en el que se recluta a tres neoyorquinos que aceptan adoptar una dieta vegana por seis semanas con el fin de mejorar su calidad de vida. Sin embargo, en este tiempo son expuestos a experiencias que los hacen conocer a fondo de dónde vienen los productos de origen animal: en un giro, la película se transforma en un documental de denuncia en el que los tres protagonistas cambian sus motivaciones y deciden cambiar su dieta definitivamente. 

Los protagonistas de Vegucated aceptan un reto de seis semanas de veganismo, buscando perder peso o mejorar su salud. Sin embargo, a lo largo del documental las razones cambian y vemos a los personajes indignados ante documentales sobre violencia animal e incluso invadiendo ilegalmente granjas de producción animal en busca de descubrir la violencia. Años después del documental los personajes aún mantenían una dieta sin carne. 

Detrás de los muros de la industria de la explotación

Las entrevistas a expertos suelen ser una constante en los documentales que abordan los problemas de las industrias de los alimentos. Suelen tener tintes de guerrilla filmmaking, algunos incluyen detalles del backstage (¿quizás herederos del cine de Michael Moore?) y en ellos abundan las cifras y gráficos, con frecuencia explicados por voces autorizadas: médicos, científicos o autores de bestsellers ecologistas.

Todo esto aporta solidez narrativa, pero quizás la urgencia de explicar y reafirmar un problema con tantas aristas en documentales que suelen tener una duración promedio de 90 minutos, hay información que puede ser inexacta y a veces se siente un aire de conspiranoia alrededor del tema abordado. Seaspiracy (Ali Tabrizi, 2021), por ejemplo, que aborda el incalculable daño de la industria pesquera en el mundo, incluye repetidamente el registro de cómo son negadas entrevistas para discutir el tema con ciertas organizaciones, lo que el documental justifica exclusivamente como una intención de esconder información (sin que esto sea siempre tan claro). Por otra parte, aunque la ganadería, según cifras del World Bank, representa al menos el 14% de las emisiones de CO del mundo, podría ser exagerado, como plantea Cowspiracy (Kip Andersen, Keegan Kuhn, 2014), que sea responsable de más de la mitad de las emisiones. Sin embargo, estos documentales, que buscan revelar los oscuros secretos de la industria pesquera y pecuaria, respectivamente, más allá de detalles desafortunados que podría restarles credibilidad, son piezas potentes, crudas y que plantean situaciones irrefutables en las entrañas de industrias insostenibles.

 Seaspiracy ahonda en la importancia de los océanos, donde habitan más del 80% de las especies del mundo (el fitoplancton genera la mayor parte del oxígeno que respiramos y absorbe grandes cantidades de CO₂) y el catastrófico impacto de la actividad humana: solo lo desechos de la pesca suman más del 40% de la contaminación plástica en el mar y la sobrepesca está provocando el colapso de ecosistemas. Como con tantas otras especies, la millonaria industria del atún rojo (Thunnus thynnus) está llevando esta especie a la extinción. 

Industrias específicas han sido exploradas a través de películas de este tipo, como es el caso de la producción de carne de cerdo en películas como The Smell of Money (Shawn Bannon, 2022) o Pignorant (Joey Carbstrong, 2024); la pesca de delfines en Japón según The Cove (Louie Psihoyos, 2009) o la producción de leche en Nueva Zelanda en Milked (Amy Taylor, 2021).

Estos documentales hacen énfasis en las prácticas en torno a la explotación animal, pero también ahondan en los intereses políticos y económicos detrás de largas historias empresariales. Evidencian la comodificación de los animales y las contradicciones que esto conlleva: hay una desconexión no accidental y nula trazabilidad entre los animales que nacen dentro de la industria y los productos que los consumidores compran en la sección de carnes del supermercado. Esto es evidente en la ausencia de requerimientos de etiquetado (tablas nutricionales, ingredientes, origen, etc) de los productos derivados de animales a diferencia de las minuciosas descripciones de características y advertencias obligadas por la ley en cualquier producto ultra procesado. 

Algunos de estos documentales ponen un foco en los intereses económicos y políticos detrás de los que se perpetúan las prácticas destructivas en las que se basan las industrias agropecuarias. Documentales con frecuencia (y otra vez) en primera persona, que desde reflexiones y preguntas personales se adentran en estas industrias, en las historias de las iniciativas empresariales y la construcción de monopolios, en una historia de la ciencia y la nutrición forjada por intereses no siempre científicos (casi nunca guiada por los intereses de los animales), en la fortísima interferencia de privados en la políticas públicas relacionadas con alimentación, en las consecuencias en la salubridad mundial de estas industrias y cómo, en resumen, el sistema alimentario global se ha forjado significativamente a partir de intereses particulares y apalancando la actual crisis climática. Food Inc (Robert Kenner, 2009); The Grab (Gabriela Cowperthwaite, 2022); Food for Profit (Giulia Innocenzi, Pablo D’Ambrosi, 2024); Soyalism (Stefano Liberti, Enrico Parenti, 2018); Eating Animals (Christopher Dillon Quinn, 2017, basado en el libro homónimo) son ejemplos significativos. 

Documentales de denuncia como Dominion (Chris Delforce, 2018) y Earthlings (Shaun Monson, 2005), que abordan el problema de la explotación animal globalmente, reúnen grabaciones de industrias animales y diferentes escenarios de explotación animal en todo el mundo. Sin artificios o exploración del lenguaje cinematográfico, recurren a la exposición cruda de imágenes de archivo en secuencia, con intertítulos que anticipan los breves capítulos de cada una de las prácticas de explotación que se explican gráficamente y con los detalles narrados por la poderosa voz en off del actor Joaquin Phoenix (quien, sin mucho ruido, ha coproducido y participado en muchos de los documentales mencionados en este artículo, además de estos dos). La experiencia de ver estos documentales es muy cercana a la de Salò o le 120 giornate di Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1974), pues la violencia prima: close ups de mutilaciones, lágrimas en los ojos de animales que están a punto de morir, largas tomas de agresiones contra animales o cadáveres abandonados con muestras de agresiones, secuencia tras secuencia tras secuencia. Son vías desesperadas que buscan alertar sobre esa verdad incómoda que aceptamos sin censura.

Earthlings no escatima en exponer las imágenes del hacinamiento, enfermedad y violencia en las que los animales de granjas industriales crecen.

Lo que estos documentales buscan revelar es la explotación y violencia que aunque son acciones no tipificadas claramente por la ley, chocan con los valores occidentales, que condenan la violencia y exalta la vida. No extraña que el tema no sea popular: no solo los intereses de conglomerados y empresarios buscan evadir el asunto, reflexionar sobre ello como individuos implicaría replantear nuestra vida desde el desayuno hasta la comida.

Así como en la contemporaneidad los debates éticos sobre comer animales no son mainstream, mucho menos lo son aquellos sobre la pertinencia de exponer o no imágenes de esta violencia, a diferencia de lo que ocurre con las imágenes de violencia contra humanos en otras catástrofes. Sin decir que se trate de pornomiseria, la divulgación del material en estas películas podría llegar a leerse como una apología de la violencia al recordarnos la legalidad, la impunidad y nuestra complicidad con respecto a las prácticas macabras en la explotación industrial contra los animales y al mostrarla como algo normalizado en diferentes países, culturas y esferas sociales.

El impacto ambiental de la ganadería o los beneficios para la salud son motivos frecuentes por los que la tendencia de no comer carne se hace más fuerte, pero para muchos es una cuestión de ética, vista desde la filosofía, el derecho y hasta la religión: Christspiracy (Kip Andersen, Kameron Waters, 2024) explora la relación entre la fe y la industria cárnica, haciendo un cuestionamiento sobre la espiritualidad y la ética de la alimentación. «¿Existe una forma espiritual de matar a un animal?».

Slow cinema

Un poco menos explícitas y con silencios que dan espacio a la reflexión del espectador, podríamos encontrar otro grupo de películas que abordan el especismo desde otras narrativas, quizás menos militantes, pero sin dejar de cuestionar el sistema. Películas como EO (Jerzy Skolimowski, 2022); Cow (Andrea Arnold, 2021); Gunda (Victor Kossakovsky, 2020); Au hasard Balthazar (Robert Bresson, 1966); Bella e perduta (Pietro Marcello, 2015) no se enfocan en la violencia directa infligida por humanos a los animales o en los procesos industriales. En cambio, acompañan la vida de sus protagonistas (animales de especies que son comúnmente explotadas y cuyo destino resulta condicionado por la voluntad humana), y obligan a repensar nuestra relación con los animales y su ontología. Aunque algunas de estas películas se consideran ficciones, resulta pertinente mencionar EO o Au hasard Balthazar, pues aunque tienen tramas guionizadas, la participación del burro protagonista tiene un matiz documental ante su desconocimiento del trabajo actoral del que hace parte y las implicaciones de la cámara que lo sigue.

Accidentalmente activistas

Sin la militancia de las películas anteriormente mencionadas, los documentales sobre animales se articulan con ciencias como la biología, la taxonomía y la psiquiatría, y hacen visibles los incontables puntos comunes que como humanos tenemos con otras especies, vistas en sus hábitos, estructuras familiares, capacidades cognitivas o empatía (y simpatía). March of the Penguins (Luc Jacquet, 2005) o My Octopus Teacher (James Reed, 2020), documentales aclamados internacionalmente en circuitos de festivales y como fenómenos de masas, revelan la cercanía que como humanos podemos tener con ovíparos o crustáceos, y con ello abren la posibilidad de que se piense en respetar la libertad y la vida de estas y de todas las especies.

La preocupación por la contradictoria relación que tenemos con los animales es una entre tantas que nos presenta el mundo que nos tocó vivir y que innumerables cineastas incorporan en películas de ficción, como referencias directas o metáforas. Está presente en el cine de Bong Joon–ho, desde su primera película, Barking Dogs Never Bite (플란다스의 개, 2000) pasando por The Host (괴물, 2006), hasta Okja (2017), donde ya es este el asunto central de la película, o en el recurrente dilema ético de vampiros del cine –Only Lovers Left Alive (Jim Jarmusch, 2013), Vampire humaniste cherche suicidaire consentant (Ariane Louis-Seize, 2023) o la serie televisiva True Blood (Alan Ball, 2008-14)– , que cuestionan su naturaleza de drenar la sangre de humanos hasta su muerte y buscan alternativas de alimentación más ética, en lo que puede ser una clara metáfora de quienes optan por una alimentación basada en plantas.

Vampire humaniste cherche suicidaire consentant plantea el dilema moral de lo que comemos a través de Sasha, una vampira adolescente que aunque ya está «en edad» de cazar humanos, vive un conflicto moral por tener que asesinar para sobrevivir.

Hablamos del problema de la extracción del carbón y el petróleo (y su creciente uso en India y China); de que Bogotá se volvió tierra caliente; de no usar pitillos y bolsas plásticas. «Pero la verdad es tan cruda como obvia: no nos preocupa», explica Jonathan Safran Foer. El impacto de las industrias agropecuarias es una realidad inabarcable y los documentales sobre el problema de los sistemas alimentarios globales del siglo XXI, con aproximaciones económicas, sociales, culturales y científicas, son catalizadores para entender y hacer evidente nuestra obvia participación en el engranaje del cambio climático. El cine nos está obligando a repensar y asumir nuestras responsabilidades ante el instintivo y cotidiano acto de comer. 

Inevitable evocar con estos documentales militantes las definiciones marxistas de la función del cine como arma del cambio, como medio que puede subvertirse y convertirse en un medio de acción política para combatir el capitalismo, como planteaba Walter Benjamin. Aboguen directamente o no por una industria alimentaria que no esté cimentada sobre la violencia contra los animales, documentales como estos cuestionan el absurdo de un sistema alimentario en el que las masacres son parte de rutinas estandarizadas de las que podemos tomar la decisión de no ser cómplices. Mientras tanto, la complejidad de las implicaciones de la industria agropecuaria en el calentamiento global (si no basta con recordar que la mayoría de las emisiones de CO provienen de esta) podrán seguir resultando incomprensibles o inabarcables para muchos, pero cada vez más difíciles de ignorar.

Vampire humaniste cherche suicidaire consentant plantea el dilema moral de lo que comemos a través de Sasha, una vampira adolescente que aunque ya está «en edad» de cazar humanos, vive un conflicto moral por tener que asesinar para sobrevivir.