El terremoto que sacudió a Ecuador el 16 de abril de 2016, a las 18:58, quedó registrado de distintas maneras, nos cuenta Christian León, destacándose los documentales 52 segundos y Muisne: aquí nos quedamos, biejo Lucho, “dos filmes que nos ponen en presencia del documental como una forma de reconstruir la realidad y hacer de las imágenes una posibilidad de esperanza”.
Después de la catástrofe viene la calma. Tras sufrir un terremoto, una explosión volcánica, una inundación o un deslave, las sociedades sanan sus heridas, se sobreponen y se reconstruyen. Frente a esos desastres naturales, el cine documental es capaz de construir una epifanía audiovisual que impulsa la resiliencia y la continuidad de la vida. A partir del análisis de las películas 52 segundos (Javier Andrade, 2017), y Muisne: aquí nos quedamos, biejo Lucho (Pocho Álvarez, 2016), quiero reflexionar sobre el papel que cumple el documental ante la catástrofe con base en uno de los eventos sísmicos más estremecedores que ha vivido el Ecuador en los últimos cincuenta años.
El 16 de abril de 2016, a las 18:58, se produjo un terremoto de magnitud de 7,8 Mw con epicentro entre los cantones Pedernales y Cojimíes, en la provincia de Manabí, ubicada en la costa norte de Ecuador. Se registraron 663 fallecidos, más de 6 mil personas heridas y alrededor de 28 mil personas ubicadas en albergues. La gestión del Gobierno de Rafael Correa, las acciones nacionales e internacionales para atender a los afectados y la incidencia de redes sociales hicieron de este el evento sísmico más mediatizado y difundido en la historia del país.
¿Qué papel cumplió el cine documental dentro de esa inmensa proliferación de imágenes catastróficas realizadas por medios de comunicación, redes sociales e instituciones? Frente al hecho catastrófico se levantó “la pulsión documental” entendida como un incesante deseo de conjurar la realidad para transformarla (León 2022). Dentro de los discursos de no ficción se realizaron varios audiovisuales de distinto género, tipo y calidad entre los que se incluyen producciones institucionales y de cadenas de televisión nacionales e internacionales que explotaron el dolor y el desastre. Entre los filmes documentales se pueden mencionar: Diez historias de abril (Fabricio Terán, 2017); Canoa, la reconstrucción (Jorge Yias, 2017); Caza-no va (Carlos Quinto Cedeño y Javier Macias, 2016); Ecuador: fuerza y esperanza (Lucas Kappaz Urdaneta, 2017), entre otras. Sin duda, los documentales más destacados sobre el evento fueron 52 segundos y Muisne: aquí nos quedamos, biejo Lucho: dos filmes que nos ponen en presencia del documental como una forma de reconstruir la realidad y hacer de las imágenes una posibilidad de esperanza.
Epifanía familiar
Javier Andrade viajó a Portoviejo con una cámara prestada y un micrófono setenta horas después del terremoto para auxiliar a su familia. A partir de los registros de la ciudad devastada y la cotidianidad de la casa paterna, construyó una reflexión sobre la ciudad de su infancia vuelta escombros y el fortalecimiento de vínculos entre abuelos, padres, hijos y nietos de su familia ante la tragedia. 52 segundos hace alusión a la duración del terremoto que en un abrir y cerrar de ojos cambió todo. El largometraje, a medio camino entre el ensayo cinematográfico y el diario íntimo, registra y edita los testimonios que son comentados con voice-over por el cineasta, quien comenta el ambiente apocalíptico que se vive en la ciudad y presenta los conflictos de su familia.
Fotograma de 52’’ (2017) de Javier Andrade
El filme -de 90 minutos de duración y 4 episodios- reflexiona sobre la angustia de la gente por rescatar a sus muertos, los conflictos entre la población y los rescatistas, la demolición de edificios que quedaron en ruinas, la tensa relación del cineasta con su padre -un banquero que esperaba que su hijo siguiera su profesión-, el cumpleaños de su sobrina Mila, la relación de la ficción y la realidad, el cambio súbito que trajo el sismo.
En una escena, Didi -hermana del cineasta- increpa al realizador por la irrupción en la intimidad de la familia con su cámara; acto seguido reflexiona sobre el evento sísmico: “¿Qué más puede significar un terremoto sino la sacudida de tu realidad?”. Varias veces se hace alusión a ese sacudón que generó una nueva realidad y una conciencia sobre ella. Al inicio, el director admite que tuvo que suceder un terremoto para que volviera la mirada a su familia. En la escena final, la parentela unida celebra el cumpleaños de Mila, un hecho que sucede con frecuencia en una de sus películas de ficción y, raramente, en la realidad. Por esta escena el documental hace del terremoto una irrupción epifánica que transforma la catástrofe en una revelación. Recordemos que Gumbrecht (2004) define a la epifanía como una experiencia estética salida de la nada que permite la sincronía con el mundo.
Resiliencia colectiva
Pocho Álvarez, experimentado director y activista, realiza su versión del terremoto a partir de las vivencias de los pobladores de la isla de Muisne, ubicada en la provincia de Esmeraldas. Luego del evento sísmico la isla es declarada como zona de alto riesgo por el Gobierno de Rafael Correa. Las instituciones públicas ofrecen su ayuda a los damnificados a condición de que se muden a los albergues ubicados en el continente. Días más tarde, ordenan la retirada de escuelas, colegios, dependencias municipales y centros de salud de la isla como medida de presión para reubicar a la población.
Muisne: aquí nos quedamos, biejo Lucho es un documental de 48 minutos que relata la lucha de los pobladores de la isla por permanecer en sus tierras a pesar de la pobreza, de la marginación, del terremoto y de las presiones del Gobierno. La película, filmada en color y blanco y negro, reconstruye la postura de los isleños a través de una pluralidad de rostros y voces que hacen de ellos un protagonista colectivo. Travellings que recorren la isla en ruinas se montan junto con los testimonios de los pobladores y un conjunto de intertítulos que subrayan su lucha.
Fotograma de Muisne: aquí nos quedamos, biejo Lucho (2016) de Pocho Álvarez
A través elaboradas imágenes en blanco y negro se alude a la belleza de la isla y se engrandece al pueblo en resistencia. En un plano en gran angular se observa a un niño que juega con un trompo, mientras a su espalda se muestra una pintura mural que dice “No nos vamos. Aquí nos quedamos”. Los testimonios de la vida cotidiana aparecen en colores distintos al blanco y negro, y vemos las luchas de los miembros de la comunidad en contra de las acciones inconsultas del Gobierno. Imágenes de asambleas, comités barriales, marchas, plantones y mensajes alusivos a la campaña de resistencia son el contrapunto a la destrucción del terremoto. En una de las escenas finales, uno de los líderes de la comunidad sostiene: “Es un pueblo unido el que nos hace soñar y vamos a seguir soñando”.
El documental construye una epífanía estética que levanta a los isleños, les da una nueva conciencia y los pone en pie de lucha. A través de las voces de los pobladores, el espectador es testigo de un poderoso proceso de resiliencia colectiva que hace de la tragedia y el autoritarismo una catapulta para que el pueblo reaccione. La película parece darle la razón a Boris Cyrulnik (2007): “Se sueñan cosas tan bellas cuando la realidad es desoladora”.
Documentar la esperanza
Frente a las imágenes desalentadoras de muerte y destrucción difundidas por medios masivos y redes sociales, Javier Andrade y Pocho Alvarez filman documentales de esperanza. Por distintos caminos rebasan la catástrofe y construyen un relato de personas que, sacudidas por la tragedia, reconstruyen sus afectos y vínculos de pertenencia para imaginar un futuro. Las películas revelan cómo la inclemencia de la naturaleza afecta de manera desigual a diferentes individuos, familias, clases sociales y regiones, pero también la capacidad de respuesta que tiene cada uno frente a lo imprevisto.
Alejados del documental expositivo, las dos películas construyen relatos situados que reivindican un punto de vista y una toma de partido, sea éste personal o colectivo. A través de distintos procedimientos (la camara lenta, la musicalización, la voice-over, los intertítulos, el uso del blanco y negro) construyen una epifanía estética que permite un distanciamiento de la catástrofe del cual surge una nueva forma de ver la realidad. En este sentido se puede decir que estas películas “no representan la realidad sino los imaginarios individuales y sociales”, como lo ha planteado Català (2021) a propósito del documental contemporáneo.
De otra parte, las dos películas constituyen un relato de resiliencia que no se queda en el registro objetivo de los hechos sino que, por el contrario, estimula la capacidad de acción de los individuos y colectivos frente a la catástrofe. Siguiendo la máxima de Cyrulnik -“Todas las penas son soportables si las convertimos en un relato”-, los filmes construyen una narración sobre el dolor que permite superarlo. A través de la puesta en escena del hecho catastrófico se crea una acción que sana y empodera. Como lo sostiene Carl Plantinga (2014): “El cine de no ficción es un instrumento de acción, no una mera reflexión pasiva sobre lo real”.
52 segundos y Muisne: aquí nos quedamos, biejo Lucho nos muestra el poder del cine documental para conjurar la catástrofe. Más allá del registro de la realidad, sus relatos revelan la epifanía y la resiliencia a través de la imagen; al hacerlo señalan el camino para documentales que sugieren la esperanza.
Referencias
Català, Josep M., Posdocumental. La condición imaginaria del cine documental (Barcelona: Shangrila), 2001.
Cyrulnik, Boris, La maravilla del dolor. El sentido de la resilencia. (Buenos Aires: Granica), 2007
Gumbrecht, Hans Ulrich, La producción de la presencia.Lo que el significado no puede transmitir (México: Universidad Iberoaméricana), 2004.
León, Christian, La pulsión documental. Audiovisual, subjetividad y memoria. (Quito: El Conejo/Universidad Andina Simón Bolívar), 2022
Plantinga, Carl, Retórica y representación en el cine de no ficción (México: UNAM), 2014.
(*) Docente, investigador y crítico. Trabaja en la Universidad Andina Simón Bolívar, sede Ecuador.