¿De qué manera el documental ha registrado en Chile un legado tan desolador como es la memoria que heredó el país tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973? En este artículo descubrimos la mirada femenina ante el horror, visto desde la intimidad de su autora: la tía Adriana, a la que quiso tanto durante su infancia, escapó de Chile para ocultar su pasado, cuando trabajó en la Policía secreta de la dictadura.
Tras cincuenta años del golpe de Estado en Chile persiste la necesidad de recordar. El arte es entonces un catalizador fundamental en la transición hacia la democracia. No en vano, el cine documental ha demostrado ser un medio eficaz para comunicar a las masas y a las nuevas generaciones los hechos ocurridos durante la dictadura militar de Pinochet, respaldada por la oligarquía chilena y financiada por los Estados Unidos.
Luego de este hecho traumático que vivió el país durante 17 años, emergen generaciones significativas de mujeres documentalistas, quienes exploran el cine autobiográfico, performático e íntimo para revelar experiencias profundas y confrontar secretos que han esperado demasiado tiempo para ser denunciados. Ellas nos descubren una visión de Chile a través de su experiencia en la infancia y juventud bajo la dictadura, en el exilio o en las memorias colectivas construidas posteriormente, que observaremos trazando un paralelismo generacional.
Primera generación
Una directora representativa de la primera generación que vivió la dictadura en carne propia fue la cineasta Carmen Castillo, quien realizó los documentales: La flaca Alejandra (1994); El país de mi padre (2002) y Calle Santa Fe (2007). Al regresar de su exilio filmó La flaca Alejandra, una obra polémica donde se registran varias conversaciones con Marcia Merino, quien fuera dirigente del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionario) y quien, bajo tortura, comenzó a colaborar para la policía secreta de Pinochet. Marcia fue lapidariamente categorizada como una “traidora”, pues entregó a sus propios compañeros de partido, incluso a la directora del documental y a su esposo. Por medio de esta obra se conoce de primera fuente la experiencia de Carmen como víctima y sobreviviente, enfrentada con quien la delató. Con su voz ronca relata los resplandores del recuerdo: un archivo nostálgico que cuestiona la amnesia del país. Se evidencia la acción de una militante, víctima y colaboradora de los victimarios. Se revela cómo operaba la policía secreta, sus nefastos métodos de tortura y desaparición. La flaca Alejandra es una revelación y un cuestionamiento moral constante, la protagonista pide perdón por sus acciones y decide colaborar con la justicia, contribuye a la memoria histórica de Chile.
La Flaca Alejandra 1994
Sin duda, uno de los documentales más emblemáticos de Carmen Castillo es Calle Santa Fe, estrenada en Cannes. Una historia política y cultural del país que se va tejiendo con la experiencia personal y compleja de la directora. Las secuencias poéticas reviven el allanamiento de la policía secreta de Pinochet, cuando la hirieron estando embarazada y asesinaron a su compañero Miguel Enríquez, jefe del MIR. En esta obra petrificó su pérdida, visita a testigos que no veía hace treinta años, se cuestiona una y otra vez si valió o no la pena la resistencia de sus compañeros y si la muerte de Miguel tuvo sentido. Carmen fue detenida, expulsada del país y, desde la distancia, comenzó a pensar estos documentales. Cuando retorna a Chile deja una huella incalculable con su cine, honesto, resiliente y capaz de estremecer la memoria de una manera profunda.
Calle Santa Fe 2007
Segunda generación
Como la segunda generación se considera a los descendientes directos de la primera, quienes crecieron entre los años 70 y 80 o, como también les digo, “la generación del miedo”. Los que naturalizaron los toques de queda, los militares en la calle y el “no hablar de ciertas cosas con cualquiera”. La mayoría de esta generación convive con un trauma intergeneracional, herederos de víctimas o victimarios, que cargan con duelos o pérdidas inconclusas o, simplemente, testigos del horror. Se les conoce como una generación portadora de un legado encubierto, un “fantasma”, aquellos que heredan un secreto que se encapsula y que persiste en el tiempo por medio del silencio. En este caso, la imagen (el cine), funciona como una bisagra para anunciar lo que no se ha dicho en palabras, un vehículo para poder expresar aquellas emociones contenidas.
En el caso de esta segunda generación son varias las películas hechas por mujeres que salieron a la luz desde el año 2000 en adelante. Las hijas de la dictadura, que les tocó una infancia en contexto de incertidumbre y polarización social. Marcadas por el tabú de las atrocidades y el exilio como nueva construcción de la identidad o como una segunda oportunidad en sus vidas. Uno de los ejemplos de esta experiencia es el documental En algún lugar del cielo (2003), de Alejandra Carmona, quien cuenta cómo su destino cambió para siempre cuando su padre, el periodista Augusto Carmona, es asesinado por la CNI (Centro Nacional de Informaciones de la dictadura militar). La directora, a los doce años, parte al exilio en Alemania, con un duelo a cuestas y la separación de su familia. Este documental, premiado en el Festival de Cine de Santiago (FIDOCS), fue construido con base en la voz de Alejandra, testimonios de sobrevivientes, material de archivo de distintas etapas de su vida y la incorporación de su hija como representante de una nueva generación. Alejandra reflexiona cómo vio nacer y desvanecer los dos sistemas: el intento de libertad socialista de Salvador Allende y la utopía comunista fallida de la ex-República Democrática de Alemania. Todo esto mientras comparte sus heridas, el duelo, el desarraigo y una lucha que se soñaba perfecta.
En algún lugar del cielo 2003
Otro documental clásico de esta segunda generación de mujeres, que participó en los festivales de cine de Valdivia, Viña del Mar, SANFIC y FIDOCS, es Reinalda del Carmen, mi mamá y yo (2007), dirigido por Lorena Giachino. Este filme narra la entrañable relación de amistad entre Jacqueline y Reinalda, forjada durante sus años de estudio en Tecnología Médica de la Universidad de Chile durante la década de los años 70. Sin embargo, la activa participación política de Carmen durante la dictadura militar la llevó a su secuestro y desaparición en diciembre de 1976, cuando contaba con tan solo 27 años y estaba embarazada de cinco meses. Casi tres décadas después, Jacqueline sufre un grave coma diabético que le deja secuelas neurológicas, afectando parte de su memoria. Para ayudarle a recuperar sus recuerdos, Lorena, su hija y directora del documental, la acompaña con su cámara casera, capturando momentos íntimos de su vida cotidiana. Juntas reviven el pasado al visitar lugares emblemáticos de su historia. Durante el proceso, Lorena investiga, habla con Caucoto, un abogado de derechos humanos comprometido con la búsqueda de personas desaparecidas, y se encuentran con testigos que contribuyen a reconstruir el rompecabezas del pasado, aunque algunos aún temen hablar. El documental se convierte así en un diálogo intergeneracional que reflexiona sobre la amistad, la memoria y el dolor eterno de una pérdida cuando es por desaparición forzada.
Reina del Carmen
Otro documental profundamente inspirador y que también representa a esta generación es El edificio de los chilenos (2010), de Macarena Aguiló. A fines de los años 70, los militantes del MIR, exiliados en Europa, regresaron a Chile a luchar clandestinamente contra la dictadura. Muchos de ellos tenían niños que no podrían llevar a la resistencia. Para esos hijos nació el Proyecto Hogares en Cuba, un espacio de vida comunitaria que reunió cerca de 60 niños, cuidados por 20 adultos, llamados Padres Sociales. Esta historia se inicia en el presente de la directora, cuando ya es madre y su caso judicial se hace público muchos años después de haber sido secuestrada por la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional). Mezcla la vida cotidiana con material de archivo, la animación revive sus vivencias en Cuba, teje un entramado con los sobrevivientes y su propia familia. Macarena cruza una barrera delicada dentro de las familias de la izquierda, el cuestionar los ideales y la lucha clandestina, cuando tuvo que criarse lejos de sus padres. Una de las particularidades que tiene la obra es que no se queda en el romanticismo del país anhelado desde el exilio o sueña con ese futuro utópico que no llegó. Macarena va más allá: enfrenta a su propia madre y cuestiona sus decisiones con el fin de poner sobre la mesa estos temas incómodos, pero necesarios, para dejarle un legados al porvenir.
El Edificio de los chilenos 2010
Tercera generación
Identificaremos como la tercera generación a las cineastas que ocupan el papel de «nietas de la dictadura”. Estas mujeres no experimentaron directamente el régimen opresivo, sin embargo, llevan consigo el trauma de manera transgeneracional. Este fenómeno se origina en el vacío generado por las omisiones, la minimización de los acontecimientos y/o la falta de atención en la transmisión de la memoria, tanto en el ámbito familiar como en el educativo y cultural.
En el año 2010, Carla Valencia estrena su documental Abuelos, que estuvo en varios festivales como el IDFA, La Habana y Biarritz, entre otros. Esta película se centra en un viaje personal y familiar en busca de las identidades de sus dos abuelos. Por un lado, Remo, médico autodidacta ecuatoriano que quiere descubrir la inmortalidad. Y por otro lado, Juan, militante comunista asesinado en la dictadura militar chilena de 1973. Una nieta que crece entre el exilio y un universo mágico. Dos historias, una cercana y otra enterrada. Dos sueños que se reflejan en dos paisajes, uno de montañas frondosas, el otro árido y desolado. Una voz vigorosa que evidenci cómo la dictadura no muere con sus muertos, la memoria trasciende una y otra vez, pues estos legados se llevan en la sangre y el recuerdo.
Abuelos 2010
En esta generación no podía quedar fuera una obra que se demoró más de diez años en salir a la luz, Allende, mi abuelo Allende (2015), de Marcia Tambutti Allende, la cual consiguió el premio “The Golden Eye” en el Festival Internacional de cine de Cannes. Esta es la historia de la nieta de Salvador Allende, el primer presidente socialista democrático que fue derrocado por el Ejército de Chile en septiembre de 1973. Marcia busca reconstruir la imagen personal y familiar de su abuelo, la cual fue sepultada por la historia, la política y el exilio. Una mirada aguda y cercana, que intenta romper el silencio cómplice de la familia. Una obra de impecable factura, de puestas en escena cercana para visitar los archivos familiares, donde por primera vez se transita por los espacios íntimos de Allende, las voces de sus herederos, los tabús del suicidio y de otros secretos que habían estado encriptados por décadas.
Allende mi abuelo Allende 2015
Finalmente, mi documental, El pacto de Adriana (2017), galardonado con el Premio de la Paz en la Berlinale y presentado en más de cien festivales y espacios de memoria en todo el mundo. Esta obra cinematográfica surge desde mi presente en un Chile democrático. Se inicia con mi voz en off: «Todas las familias tienen secretos y la mía no es la excepción». A los 23 años me enteré de un hecho impactante: mi querida tía/abuela, Adriana, en su juventud trabajó para la DINA y la acusaron de haber cometido brutales violaciones a los derechos humanos. Hasta ese momento el presente y el pasado de mi tía se limitaban para mí a su residencia en Australia, pues nunca supe nada anterior a esa parte de la historia. La revelación de que una mujer admirada pudiera haber participado en crímenes de lesa humanidad fue devastadora.
El pacto de Adriana 2017
Mientras mi tía estaba bajo arresto domiciliario y enfrentaba acusaciones decidí actuar. Tomé mi cámara e, intuitivamente, comencé a grabarla y a entrevistar a las mujeres de mi familia. Me sumergí en testimonios, libros, documentales políticos y biográficos relacionados con la memoria histórica de Chile. Me conecté con víctimas de la época y consulté a expertos en la materia. De repente, la historia de Chile se desplegó ante mis ojos y me vi enfrentada a una decisión crucial en términos de mis valores y principios. Comprendí que los secretos de mi familia eran también los secretos de mi país y me negué a ser cómplice de ese silencio. Acepté que decepcionarse de un ser querido es doloroso pero, al mismo tiempo, es un acto de sanación mi aporte a las generaciones futuras para evitar que carguen con el peso del silencio y la mentira. Reconocí que, aunque se ame profundamente a alguien, preservar la verdad es primordial, incluso si eso significa romper los lazos afectivos. El pacto de Adriana muestra el presente de una victimaria a más de cuarenta años del golpe de Estado, su negacionismo y el cruel pacto de silencio que caracteriza a muchos perpetradores de las dictaduras. A pesar de mis sentimientos encontrados, mi tía enfrenta las consecuencias de sus acciones y actualmente está en prisión.
En Chile continúa emergiendo un número creciente de cineastas mujeres que abordan temas relacionados con la dictadura o el estallido social. Estas cineastas se encuentran organizadas colectivamente, representadas por ADOC (Asociación de Documentalistas) o por gremios feministas como las NOA (Nosotras Audiovisuales). Se destacan como mujeres empoderadas y comprometidas con la preservación de la memoria, que no temen filmar y escribir la historia. Muchas de ellas son sobrevivientes o pertenecen a la generación que enfrenta un legados difícil, marcado por la falta de justicia y reparación, en una nación donde la transición a la democracia implicó una transacción de compromisos cuestionables como la ley de amnistía, el negacionismo y procesos judiciales interminables. En este contexto de impunidad persistente el cine se convierte en un poderoso instrumento de resistencia, de denuncia, que moviliza socialmente, genera diálogos, debates y reflexiones necesarias y, en muchos casos, una reparación personal y colectiva.
Más información sobre legados difíciles en el cine colombiano y del Cono Sur: https://salmonproducciones.com/cuando-la-memoria-incomoda/