La lectura del tiempo para algunos pueblos indígenas se relaciona con el origen.
Dialogar sobre los inicios del cine documental hecho por las comunidades indígenas requiere hablar de un presente que constantemente vuelve a esa raíz.
Cuando comenzamos a empuñar una cámara para contar nuestras historias tal como empuñamos nuestros bastones, fue para seguir protegiendo la vida y los territorios, para defender todo lo que somos. Este ha sido el mandato con el que se ha tejido el audiovisual desde la mayoría de los pueblos indígenas en Colombia.
Archivo Colectivo AKMUEL
En 2018, mientras Daupará, la Muestra de Cine y Vídeo Indígena en Colombia, hacía itinerancia por algunas comunidades de la Sierra Nevada de Santa Marta, conocí a Angélica Mateus, una docente experta en Estudios Cinematográficos y Audiovisuales que ha abordado en sus estudios lo indígena dentro del cine colombiano. Al releer algunos de sus escritos, al igual que los de Pablo Mora, antropólogo e investigador del cine indígena, aliado y amigo dentro de producciones audiovisuales que han hecho las mismas comunidades, se advierte que después de que realizadores y realizadoras no indígenas construyeran relatos desde una mirada que se quedaba afuera de la casa, se dio un proceso de apropiación tecnológica por parte de los pueblos para dar un paso firme en la producción audiovisual desde la mirada propia, siendo el formato más recurrente el documental.
Después de un largo e incómodo periodo que manifestaba que el cine nacional había descubierto a los indígenas, las dinámicas organizativas de los pueblos comenzaron a trazar una línea diferente para reivindicar valores y acciones desde las comunidades. A partir de los años 80 se empiezan a transitar los caminos de la auto representación, que conforman una serie de producciones que van más allá de la creación artística, pues la diferencia radica en narrativas que demuestran una postura política que obviamente no se relaciona con ideologías ni corrientes, sino que obedece al mandato que se enuncia al inicio de este texto.
El acompañamiento a los pueblos indígenas que hicieron Martha Rodríguez y Pablo Mora fueron relevantes en los procesos de producción audiovisual que germinaron después, crecieron con fuerza, dieron frutos y volvieron a botar semillas en los diferentes territorios del país, y que en la actualidad dan cuenta de la infinidad de relatos que cuentan los pueblos desde el documental, algunos desde la reivindicación de la cultura, la identidad, la lengua, los saberes ancestrales y la espiritualidad; otros desde la defensa del territorio, la protección de la vida y la denuncia del exterminio físico y cultural que continúa. Gran parte de los relatos que se han contado desde adentro surgen de las realidades latentes de colectividades que buscan de alguna manera fortalecer sus procesos a través de los dispositivos audiovisuales que activan y reafirman los tejidos que se han prolongado en el tiempo y el espacio.
En el 2010, a partir de la construcción e implementación de la Política Pública de Comunicación de y para los Pueblos Indígenas, liderada por la Comisión Nacional de Comunicación de los Pueblos Indígenas –CONCIP– y de un cúmulo de antecedentes valiosos que cada proceso de territorio ha venido aportando, la producción audiovisual documental de las comunidades indígenas ha encontrado apoyo en diferentes convocatorias públicas, coproducciones con entidades privadas y casas productoras independientes, y producciones desde iniciativas propias de gran alcance como las Series del Buen Vivir y Voces y territorios, que pretenden construir relatos con los pueblos indígenas que habitan de norte a sur, un objetivo que se espera alcanzar pronto.
En conclusión, la producción audiovisual indígena en sus diversos formatos hace parte de un camino que técnica y narrativamente se ha venido transformando y lo seguirá haciendo con el pasar del tiempo, pues la lucha por la autorrepresentación y la soberanía audiovisual aún tiene mucho por andar.
Archivo Colectivo AKMUEL