Medellín, 7 de julio de 2022

 Laura,

Cuando me invitaron a escribir acerca de tu película sentí miedo. No porque no tuviera nada que decir, ¡todo lo contrario! Pero no me sentía capacitada o lo suficientemente informada para hablarle a la gente de ti, de tus padres y de tu familia y amigos sin caer en imprecisiones que pudieran resultar irrespetuosas para ti y para las personas que encuentran en tu historia pedacitos de su propia existencia.

Así que, más que pretender hacer una reseña en el sentido estricto de la palabra, decidí dejarme llevar por el impulso que sentí al terminar de ver Si dios fuera mujer: Escribirte.

No sé si puedes imaginar lo que significa para una mujer adulta (yo supero los 30 ya) ver cómo tú, a tus 9 años, ya tienes como premisa de vida manifestar qué te hace feliz, buscarlo y defenderlo, sin dejar que ese vacío en el estómago, asociado a las decisiones importantes, te detenga. 

Tu fregona, como dicen en España, me pareció hermosa pero también me arrugó el corazón. Porque me hizo pensar en esas reglas de género que por tanto tiempo han tenido los juguetes y que se han convertido en regímenes de rosados y azules, muñecas “perfectas” y superhéroes musculosos, coches de bebé y 4×4 a control remoto. 

Estándares que nos han hecho esclavos de un “deber ser” que desconoce nuestra complejidad humana y encasilla nuestra posibilidad de elegir y cambiar, y que alimenta una culpa secreta al preferir lo que no está en ese libreto escrito por quién sabe quién.

Por eso esa fiesta en tu casa es maravillosa. Ver a tus amigos poniéndose faldas, maquillándose y haciendo coreografías es un recordatorio importantísimo de lo libres que somos cuando niños y de lo mucho que nos podemos divertir cuando no le tenemos miedo a la diferencia.

También es muy bello presenciar las conversaciones con tus padres, sentirse como un familiar silente al que le abren las puertas de la casa, la cocina, las habitaciones, el carro, el despacho del cura, la peluquería, la tienda de vestidos de primera comunión… Y para el que no hay reservas a la hora de compartir la nostalgia, la incertidumbre, el miedo y todas las emociones que ha despertado este camino de transición en familia. 

Si así nos sentimos los espectadores, no me imagino lo que fue para Angélica (tu prima y directora), para Manuel (el asistente de dirección), para David (el director de fotografía) e incluso para Juan (el montajista), contar con un lugar privilegiado para apreciar de cerca toda esa ternura salvaje que tienes y todo ese amor que, sin desconocer cierto miedo al futuro y cierto duelo hacia el pasado, te rodea con tanta firmeza.

Es muy lindo ver tu frescura, tu alegría y tus ideas y preguntas frente al mundo. Ese “¿Y si Dios fuera mujer?”, en una de tus lecciones de catequesis, me dejó sin aire. Seguramente porque admiré que hubieras llegado a una pregunta que a mí, en mis treces años de colegio católico, solo se me ocurrió cuando leí el poema de Mario Benedetti.  

No sé si la respuesta te satisfizo pero te puedo dar la bienvenida a la historia de la humanidad y a la pregunta que seguro te va a rondar la cabeza por mucho tiempo: ¿Dónde están las mujeres? En la historia del arte, en el desarrollo de las ciencias, en las decisiones políticas, en la construcción de las leyes, en la conquista del espacio…

Por supuesto, ya te habrás dado cuenta de que ser mujer es toda una construcción. Desde los vellos en las piernas que decidiste pintar para el verano (y las molestias que su proceso implica), hasta lograr que tu voz suene más fuerte que todas aquellas que te van a estar diciendo, una y otra vez, lo que debes y no debes hacer. 

Yo sé, suena como una lucha agotadora y a veces se siente como tal. Sobre todo cuando te entren esos momentos en los que no te guste lo que ves en el espejo. A todas nos pasa. Solo no te quedes allí y recuerda amarte, amarte como a nadie, porque el reto es ser tu mejor amiga para toda la vida.

Y hazme un favor, abraza fuerte a tu mamá y a tu papá. Diles cuánto los amas y agradéceles por acompañarte en este camino. Porque parece obvio, pero no todas tenemos recuerdos de nuestro padre diciéndonos que nos ama, o que somos hermosas, o que está orgulloso de nosotras. Ni de nuestras madres mirándonos con amor y defendiendo quiénes somos o en quiénes nos hemos convertido.

No sé qué estarás pensando o sintiendo ahora que la película estuvo en los cines en Colombia. Pero ten la seguridad de que en el corazón de cada persona que la vio ocurrió una pequeña revolución.

Gracias también por eso.

Atentamente,
Jennifer Argáez U.