Les otres (2020)

Según Michel Focault, en el segundo volumen de su Historia de la sexualidad, “el uso de los placeres, para comprender cómo el individuo moderno puede hacer la experiencia de sí mismo, como sujeto de una sexualidad, era indispensable despejar antes la forma en que, a través de los siglos, el hombre occidental se vio llevado a reconocerse como sujeto de deseo”. 

Este artículo es así, antes que nada y más allá de la categoría de hombre occidental, una invitación a que las películas, quienes las “habitan” y quienes las ven, nos reconozcamos como sujetos de deseo.

Abordar la invención de la realidad en la creación audiovisual, como una posibilidad de fluir a través de la línea trazada por la industria entre el documental y la ficción, nos permite cuestionar esa concepción binaria que hace tiempo se desbordó, y traer al mundo audiovisual la invitación de Judith Buttler, en el campo de los estudios de género, a desnaturalizar lo dado. 

Comúnmente entre audiencias no especializadas se puede ver cómo el imaginario que define a las películas como el universo de lo que se ve en el cine, no incluye al género documental; ha sido necesaria la pedagogía para explicar que los documentales son películas, así como para enunciar, guardadas las proporciones, que los cuerpos y las identidades no binarias evidentemente existen. En ese paralelo, la invención de realidad es entonces la posibilidad de habitar otros cuerpos narrativos, sin que por supuesto esto signifique una propuesta para que los géneros cinematográficos se desconozcan, así como la existencia de cuerpos trans, identidades disidentes o queer, no es una amenaza para la existencia de las mujeres y los hombres cisgénero. El abordaje se complementa, en cambio, con el entendimiento de que cualquier mirada binaria: hombre / mujer, ficción / documental, negro / blanco, bueno / malo, atenta contra la curiosidad, la experimentación y las libertades en la creación, en la circulación, en la investigación, en la apropiación, en la promoción de artefactos culturales, como en la vida misma, que no es binaria sino diversa en todas sus expresiones.

El término queer, fue acuñado en el siglo XXI como una reivindicación colectiva de lo que no cabe -y decide no caber- en las categorías establecidas. Lo disidente empieza a naturalizarse. Las narrativas queer están presentes en todas las prácticas artísticas abriendo camino a las representaciones de lo inusual, las identidades que incomodan, que cuestionan y a la vez liberan de hipocresía al arte. Sin embargo, los retos lingüísticos son apenas la punta del iceberg de las luchas que atraviesan el universo de lo simbólico. Fue Simone de Beauvoir en El segundo sexo (1949), quien planteara las bases para considerar el género como una construcción cultural y no un mandato natural. No obstante, de manera paralela en el tiempo, la industria hegemónica del cine ha reforzado, especialmente a partir del Código Hays, los estereotipos de la mujer y el hombre, heterosexuales cisgénero que deberían ser, casi obligatoriamente, parte de una familia compuesta por un padre, una madre e hijos, como modelo deseable en términos económicos, sociales, culturales y estéticos.

Para acercarnos al territorio propio de enunciación, por ejemplo, vemos que en las películas latinoamericanas de ficción, inclusive en el siglo XX, predominan las historias de amor heterosexual y, por supuesto, ese es el modelo educativo y político que se ha propagado en nuestros países permaneciendo hasta el siglo XXI. La reciente polémica por la aparición de un beso lésbico entre dos personajes de una película infantil de la industria de Estados Unidos da cuenta de los sesgos culturales que persisten en las audiencias adultas frente a la representación LGBTIQ+ en el cine comercial. 

De otra parte, en el documental las luchas de las personas con identidades y preferencias sexuales divergentes han encontrado un lugar para ser vistas. No se puede negar la existencia de lo documentado, porque si está documentado existe y es ahí, en el papel político del cine de lo real, que encuentra cabida lo que se pretende que no sea visto y, a la vez, es en la ficción desde donde se pueden transformar las narrativas estereotipadas. 

La suma de los géneros en el cine es la suma de las posibilidades para dar pantalla a todos los cuerpos, las identidades, las preferencias, las diversidades, porque la ficción muchas veces permea la construcción de identidades personales, nacionales, colectivas, mientras que el documental es la herramienta de la denuncia.

En el marco de la reciente edición del Ciclo Rosa, realizada de 2 al 12 de junio de 2022, que tiene lugar anualmente en Bogotá, Nadia Granados, artista colombiana performer, habló sobre la importancia de intervenir la ficción justamente para transformar las narrativas imperantes. Como hemos dicho, el documental da lugar a la presencia en pantalla de los cuerpos que existen, en palabras de Judith Buttler, cuerpos que importan. Adicionalmente, la representación en la ficción o mediante herramientas de la ficción puede dar lugar a las nuevas representaciones o hay que transformar la ficción porque ha impartido los mandatos que niegan la realidad.

En el caso del cine colombiano la ausencia de representación de las identidades diversas en la ficción es inmensa, casi siempre una representación pintoresca, exotizada, erotizada, que llena la pantalla de expresiones cliché. Predomina el personaje del hombre gay instalado en una feminidad hiperbolizada que parece que pretendiera ser risible todo el tiempo.

En ese sentido, ¿Cómo te llamas? (2018), película de ficción de la directora Ruth Caudeli, marcó una novedad en el sentido de retratar a una pareja de mujeres en una relación lésbica en la que la historia central no era la salida del clóset o su conflicto familiar frente a la homoparentalidad, sino todo lo contrario, una pareja con los desafíos emocionales que representa ser pareja, cualquier pareja. Al respecto la directora mencionó en entrevista con la revista Cromos que la idea de ¿Cómo te llamas? era tratar de olvidar las etiquetas, las suposiciones sobre cómo debería ser el amor, cómo debería ser una familia, cómo debería ser una pareja del mismo sexo o cómo debería comportarse una mujer.

Dos espíritus (2021)

En el campo documental en los últimos cinco años se pueden mencionar algunas películas con protagonistas disidentes sexuales. Del año 2017, el documental de Rubén Mendoza, Señorita María, la falda de la montaña, se ocupó de mostrar la historia de una mujer campesina trans, que afronta los prejuicios e inclusive los riesgos de ser quien es, en un entorno conservador. El diario El Espectador se refirió al documental afirmando que “es el retrato de una persona tenaz que ha superado la marginalidad y el anti retrato de la sociedad que la marginaliza”. Esta idea del anti retrato subraya el bache que existe entre lo que existe y lo que la sociedad acepta como existente. El papel del cine documental es entonces fundamental como vehículo de resistencia en contra de lo que Foucault, en el primer volumen de Historia de la sexualidad -la voluntad del saber, señala como el sometimiento a los cuerpos que ejercen los Estados capitalistas (“Bio-poder”). El cortometraje Familia (2018) de Laura Castillo, Mauricio Reyes y Federico Atehortúa, muestra las preguntas que plantean el poliamor y las identidades transgénero en la crianza, en el marco de una sociedad conservadora como la colombiana. Putas o peluqueras, más allá del estigma (2019), secuela de Putas o peluqueras (2011), ambas películas dirigidas por Mónica Moya, se ocupan de documentar las resistencias de las mujeres trans en una sociedad que las condena a caminos obligados para la supervivencia y aún así ejerce brutalidad y violencia contra ellas.

Los gatos (2020), de Simón Hernández y Andrés Wiesner, cuenta la historia de Dilan, un joven trans que al salir de la cárcel debe hacerse cargo de su sobrino. El largometraje Les otres (2020), de Luisa Orozco, presenta un análisis histórico de la lucha por los derechos LGBTIQ+. Dos espíritus (2021), de Mónica Taboada, aborda el concepto de género visto desde la cosmogonía Wayú mostrando a Giorgina, una mujer trans que emprende un viaje para reconciliarse con su familia.

En conclusión, como enuncia la profesora Mara Viveros, experta en temas de género, usar categorías y conceptos raciales es importante en términos analíticos y útil en términos políticos, lo que aplicado desde el punto de vista interseccional, a los temas de género y a los géneros del  audiovisual, proyecta la transmutación de las categorías narrativas como una herramienta de empoderamiento. Que el documental reinvente la realidad, la atraviese, la “ficcione” y la recomponga y que los todos cuerpos que habitan el mundo sean reivindicados más allá de lo establecido.