El narrador es lo narrado
Marcela Lizcano

Hemos inventado que podemos tener el punto de vista de un objeto, inerte, neutro, ausente de sensación, de afección. Pero no hay nada más opuesto a esto que un sujeto que observa con la obsesión de un documentalista: ¡qué gran fantasía pensar que podríamos capturar esa esencia múltiple que es la verdad! Hacerla propia y darle un documento de autenticidad en la producción y reproducción de la vida.

Al narrar, nos narramos, y al sumergirnos en la raíz de esa subjetividad, encontramos el motor que mueve esa pulsión cíclica de contarnos: observar, encuadrar, conversar, preguntar, grabar, editar, repensar, re-grabar, reeditar y, al observar nuevamente, encontrar la novedad inventada del propio discurso.

La narración se vuelve así la huella del encuentro de una o varias personas con la realidad que los rodea y los afecta; se vuelve mi encuentro con pescadores de una isla de la que me gustaba mucho su color; se vuelve el encuentro entre un cineasta citadino y un mamo en una montaña en la que hace frío; se vuelve el clima que acaricia, pero que también trae sus dificultades técnicas; se vuelve el encuentro de dos mujeres que lloran por la muerte, una delante y otra detrás de la cámara. La película es entonces ese cruce de subjetividades, miradas y vivencias en un relato. La realidad nos afecta y desde la afección encuadramos, desde la afección enfocamos, editamos, armamos un relato-imagen-tiempo que compartimos con otros, proyectamos.

Proyectamos lo que pensamos del mundo, lo que observamos y lo que imaginamos, porque al filmar también abrimos el espacio de la nueva posibilidad. Desde allí deseamos, soñamos y, al compartir una película, sumamos un relato a esa narrativa que es la producción de sentido del mundo, la gran RED de las ideas que cambian y dinamizan los imaginarios con los que los seres tejemos nuestras verdades colectivamente.

Como cineasta, muchas veces, vivo ante la necesidad o el deseo constante de explorar una visión poco conocida, de cambiar una mentalidad, la mía, principalmente, pero también la que otras personas tienen sobre un tema. Con el equipo nos damos a la tarea de contar y compartir una historia que ayude a generar ese cambio, a expandir el acercamiento a ciertos temas y también a cambiar paradigmas de cómo funcionan las cosas en el mundo porque quizás con nuestras historias queremos también proponer otros mundos posibles. Creo en un cine documental que nos haga sentirnos más libres de proponer esos mundos, de construir películas con libertad narrativa y creativa, con una postura ética clara y coherente, por supuesto, porque aceptar nuestra subjetividad significa abrirnos a la escucha profunda del otro, algo que hace tanta falta en estos tiempos.

Y pensando en libertad poética releo este fragmento que Herzog plantea a propósito de una cita falsa en el documental Lecciones en la oscuridad: “Nuestro sentido completo de la realidad ha sido puesto en duda… En las bellas artes, en la música, la literatura y el cine, es posible llegar a un estrato más profundo de la verdad: una verdad poética, extática, que es un misterio y sólo puede ser captada con esfuerzo… Veo la cita de Blaise Pascal sobre el colapso del universo estelar no como un falseamiento, sino como un medio de hacer posible una experiencia extática de la verdad interior más profunda. Del mismo modo en que no hay falsificación cuando la Pietà de Miguel Ángel retrata a Jesús como un hombre de 33 años, y a su madre, la madre de Dios, como de 17” (1).

Es momento de cuestionarnos cómo usamos nuestros lenguajes, cómo nos acercamos al cine, cómo narramos, que nociones de éxito o fracaso tenemos al hacer una película, al financiarla, pero también al distribuirla y compartirla, porque los momentos en los que las nociones entran en crisis, siempre serán un buen momento para preguntarnos cómo hacemos lo que hacemos, para quién y, fundamentalmente, para qué.

“La China de Agnès Varda”, Agnès Varda, 1957. China.

“Necesitamos inventar nuevas metodologías de producción del conocimiento y una nueva imaginación política capaz de confrontar la lógica de la guerra, la razón heterocolonial y la hegemonía del mercado como lugar de producción del valor y de la verdad. Se trata de modificar la producción de signos, la sintaxis, la subjetividad. Los modos de producir y reproducir la vida” (2).

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  1. -Herzog, Werner: Fragmento de transcripción de conferencia improvisada en Milán, a continuación de la proyección de su documental Lecciones en la oscuridad (Lektionen ein Finsternis, 1992). Con el título “On the Absolute, the Sublime and Ecstatic Truth”, se publicó por primera vez en Arion. A Journal of Humanities and the Classics (vol., 17. 3, Boston University, Winter 2010, pp. 1-12) traducido al inglés por Moira Weigel. (volver)

2.- Preciado, Paul B: Decimos revolución. Fragmento del prólogo del libro Transfeminismos – Epistemes, fricciones y flujos, (2014: Txalaparta, Tarafalla). (volver)

La imaginación radical como tecnología
Vanessa Cuervo Forero

No hace falta nombrar las barbaridades del mundo actual para saber que vivimos una distopía y sentimos la necesidad de liberarnos de ella. Partimos de la premisa de que el mundo puede y debe cambiar; evocando a Gloria Anzaldúa (1) podemos decir que nada pasa en el mundo “real” a menos que haya pasado primero en las imágenes de nuestras mentes. Tenemos entonces la tecnología más avanzada para crear nuevos mundos y navegar en el tiempo: nuestra imaginación radical. Esta es una tecnología de liberación que no está al servicio del individuo, se alimenta de lo colectivo. 

En los términos más sencillos, la imaginación radical es nuestra habilidad de imaginar un mundo, una vida, una comunidad, una sociedad, nuestras instituciones -incluso un Estado, un país, un territorio- no por lo que ya es sino por lo que podría ser: sus múltiples posibilidades. Para activarla es necesario atreverse a jugar un poco con las nociones de tiempo. No es solo una cuestión de soñar futuros distintos, se trata de encontrar maneras de viajar realmente al futuro, vivirlo, verlo, olerlo, sentirlo y atravesarlo, evocarlo de alguna manera que nos permita luego armar el mapa que nos va a llevar desde el presente hacia ese camino, dejar las migas de pan como las pistas que luego seguiremos. La ciencia ficción nos ha ayudado a abrir ciertos portales y el cine les ha dado forma. 

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Pero el salto se da al mismo tiempo hacia el pasado, pues la imaginación radical se trata también de crear fabulaciones críticas (2) (usar el relato especulativo como medio para reparar las omisiones o los límites de archivos oficiales). 

Sabiendo que la historia oficial está llena de omisiones, nuestra imaginación radical nos permite investigar la raíz: mirar al pasado con lupa para contar las historias de lo que nos trajo hasta acá, identificando lo que se quiso esconder y rellenando los espacios en blanco con la información que quedó en las márgenes. Honrando la importancia y el poder de esas historias anteriores, de esa memoria -no como algo estático y único sino como un terreno en disputa-, fabulamos el pasado. El cine documental nos ha mostrado maneras muy poéticas de revelar estas otras verdades.

El cine, más que otras formas de arte, tiene la capacidad de jugar con el tiempo. De alguna manera quien hace un montaje o quien edita imágenes y decide en qué orden las pone para que cuenten una historia tiene el superpoder de manejar el tiempo. El pasado, presente y futuro pueden bailar en la misma pantalla, son esencialmente imágenes en movimiento. 

Habiendo imaginado el pasado y el futuro, la invención de lo real pasa por los lentes en nuestras cabezas y, a través del proceso colaborativo del cine, sale de ese terreno: se transforma en película para ser visto por otras personas en una pantalla. El cine materializa esos otros mundos y nos permite armar un horizonte colectivo y sentirlo. 

La colectividad es esencial si realmente aspiramos a cambiar algo. La imaginación radical representa también nuestra capacidad de conectarnos a experiencias ajenas a la nuestra, de salir de nuestras subjetividades y abrir la ventana a los mundos de otras personas (incluso de otras especies), para atravesar barreras impuestas por la otredad, las fronteras, el Estado, las violencias, los sistemas económicos. 

El cine documental, en particular,  tiene una estrecha relación con los movimientos sociales y es precisamente ahí donde tiene un campo de acción importante: en construir imaginarios colectivos que activen futuros distintos. Un proceso colectivo, como la creación misma de la película, nunca se realiza en solitario, siempre en clave de “nosotras”. Pues si compartimos un lenguaje, historias y artes, tenemos un terreno común muy sólido para sostener el cambio. Esto no quiere decir que tenemos que coincidir y tener una sola narrativa o una historia única, al contrario. Al colaborar con otras creamos múltiples panoramas de la imaginación y estos pueden contradecirse, pueden diferir, pueden pelearse, pero tienen un piso común, una sustancia compartida, un horizonte narrativo. 

El cine puede ser un llamado de la imaginación radical -una invitación a ser parte de otras posibilidades-. Nos permite entender el espacio que habitamos, la memoria que nos trajo hasta acá, los modelos que hoy nos atrevemos a explorar y los futuros que estamos creando. Las historias que contamos hoy determinan las maneras en las que entendemos y navegamos el mundo, para también crear desde ahora las posibilidades del futuro –inventando– lo real.

1.- Anzaldúa, Gloria, Borderlands. La frontera: La nueva mestiza (Madrid: Capitán Swing Libros, 2016), p. 146 (volver)

2.- Práctica propuesta por Saidiya Hartman, historiadora cultural que en respuesta a los límites de los archivos oficiales, propone la «fabulación crítica», es decir, el uso de la narración y el relato especulativo como medio para reparar las omisiones de la historia. (volver)