El 21 de mayo de 2022 falleció la cineasta Heddy Honigmann. De padres polacos, exiliados durante la Segunda Guerra Mundial, Honigmann nació en Perú en 1951. Estudió cine en el famoso Centro Sperimentale di Roma y desde 1978 residió en la ciudad de Ámsterdam. A pesar de ser considerada por algunos críticos como una de las cineastas más importantes de nuestro tiempo, su obra permanece relativamente desconocida: realizó más de treinta películas, que fueron exhibidas y premiadas en reputados festivales internacionales, y se le honró a través de retrospectivas en el Museo de Arte Moderno de Nueva York o el Centro Cultural Georges Pompidou. Desde que descubrí su obra, películas como Metal y Melancolía, O Amor Natural, Crazy, Dame la mano, Forever o El Olvido representaron para mí una gran inspiración. Me atrajo particularmente el hecho de que fuera una cineasta de la calle, fuese en Lima, Ámsterdam, Río de Janeiro, París, Sarajevo o New York, interesándose en temáticas tan diversas como los efectos de una crisis económica en la clase media, la importancia del arte para el ser humano, el dolor de las víctimas de una guerra o la sexualidad de las personas de la tercera edad. Heddy hablaba al menos cinco lenguas y pasaba sin dificultad de una a otra -de una película a otra- interpelando con naturalidad a quien fuera que cruzara su camino y suscitara su interés. Pero no es únicamente su capacidad camaleónica lo que permitía a Heddy convertir sus entrevistas en auténticas escenas cinematográficas. Su modo de escuchar y conversar con sus personajes, de acceder a su intimidad como puede hacerlo una madre, una amiga o una hermana, ocasionaban frente a la cámara momentos de inmensa belleza y humanidad. Fascinada por “el arte de la conversación en el cine de Honigmann”, para concluir mis estudios de maestría, en 2014, viajé a Ámsterdam para conocerla y aprender de ella. La última parte de mi tesina, titulada “Conversación sobre la conversación”, es el relato de ese encuentro.
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En el número 14 de la pequeña calle Joop Eijlstraat, en el barrio árabe de Ámsterdam, vive desde hace unos años la directora Heddy Honigmann. Es una casa pequeña frente a un parque pequeño. A las 4:00 PM me había dado cita para una entrevista. “No más de dos horas”, había dicho varias veces, en el intercambio de mensajes que tuvimos. Son las 4:00 PM y toco a la puerta, acompañada por la documentalista Alana Simoes, una gran amiga de la Escuela de Cine de Cuba, quien ya conoce a Heddy y a quien le pedí me acompañara para grabar la entrevista que constituirá la última parte de mi tesina de maestría de la Escuela de Cine de Ginebra.
Tras haber tocado, la cerradura se abre lentamente y deja ver apenas la punta de la nariz de Heddy, quien intenta esconderse detrás de la puerta, observándonos. Es una mezcla entre la mirada de una niña pequeña que juega a las escondidillas y la de una mujer muy anciana que no tiene fuerzas para abrir la puerta y sostenerse en pie. Sonríe con mucha picardía y dice: «¿Qué hacen aquí?», y cierra con fuerza. Me siento aliviada. Tenía miedo de que estuviera de mal humor. He escuchado decir que tiene un carácter fuerte. Unos segundos después, Heddy abre y nos da la bienvenida. Abraza a Alana, a la que no veía desde hace un año, cuando se conocieron en un seminario en Madrid. Luego me da tres besos -al estilo suizo- aunque hablemos en español y que sepa que soy mexicana. Este es un primer detalle que me gusta y que refleja el hecho de que estamos aquí -principalmente- para trabajar en mi tesina.
Entramos a un espacio bastante luminoso donde está la cocina, con una mesa grande donde Heddy se sienta para terminar de publicar una foto de su última película en su muro de facebook. Camina con gran dificultad, hace casi 30 años que le diagnosticaron esclerosis múltiple, una enfermedad degenerativa. Tiene la espalda arqueada y se mueve dando pequeños pasos. Me sorprende, sin embargo, encontrar a una mujer llena de alegría, que constantemente hace bromas, que habla de hombres guapos, jóvenes y fuertes, como el obrero que viene de vez en cuando a hacer algún trabajo a su casa. Suele evocar a menudo a su amante, Henk, con gran ternura.
Un poco más adelante, en el mismo espacio, está el salón, con múltiples películas, libros, premios y una pantalla muy grande. Me atrae inmediatamente una fotografía de una niña mirando por una ventana, en blanco y negro. “¿Eres tú, Heddy?». “No, es una foto de mi muy querido amigo Johan van der Keuken. También me regaló ésta”, y señala otra hermosa fotografía.
Observo que en una de las sillas de la mesa de comedor/trabajo hay un abrigo negro con una boina de cachemira blanca. Heddy nos cuenta que es ropa de su madre, fallecida en Ámsterdam hace apenas unos meses. Es evidente que la extraña.
Nos propone un plan de trabajo: “Podemos hacer la entrevista, no más de dos horas pues después yo estoy muy cansada, luego podemos pedir algo a un restaurant y cenamos mientras vemos el partido del Barça que juega esta noche”. Luego se dirige a mí: “Ver el partido nos obliga a terminar la entrevista”.
Aunque también me gusta el fútbol, me decepciona sentir que ya quiere que terminemos.
Media hora después, cada quien tiene un vaso de jugo de frutas. Heddy se sienta en su sillón. La cámara corre.
Heddy comienza por hablarme con gran detalle sobre la realización de su próxima película: La Orquesta Real del Concertgebouw de Ámsterdam está celebrando su 125 aniversario con una gira por 50 países y ella está haciendo de este viaje el dispositivo para un nuevo documental. Reconoce haber tenido problemas para encontrar financiación y se queja de las dificultades que aún tiene con los encargos, aunque ha recibido en dos ocasiones el Premio Cristal, que se otorga a películas que superan los 10.000 espectadores.
JF – ¿Cómo consigues hacer a la vez un cine popular y un cine de autor?
Heddy sonríe.
HH- ¿Sabes cuál es el secreto? Lo descubrí una vez cuando estaba muy enamorada de alguien que muchas veces me dejaba y luego volvíamos a estar juntos. Era una rutina desde hacía varios años y empezaba a volverme loca. Un día encontré en un ascensor una pequeña tarjeta publicitaria que alguien había dejado. Era una carta de un mago que decía: te ayudamos a terminar tus estudios, sacar tu licencia de conducir, olvidar un amor. Tomé la tarjeta con mucha vergüenza y la escondí en un cajón para que nadie la encontrara. Un día, desesperada, llamé. Un hombre con un inglés fatal responde: “¿Hola?” Digo: “¿Es usted el Sr. Moboutou?”. “Sí, habla el Sr. Moboutou”. “Me gustaría visitarle. ¿Cuándo puedo ir?”. “Esta tarde. Son cincuenta florines por mirar”. “¿Mirar qué?” “¡Mirar!” “¿Pero qué?” “Mirar”. “Ok, tengo la dirección en el mapa, allí estaré.” Llegué a un barrio de inmigrantes ilegales, detrás de un mercado muy popular donde hay unos edificios en muy malas condiciones que se alquilan a extranjeros. En el tercer piso de uno de ellos, un joven me abre la puerta, era como un gnomo, y me introduce a una pequeña habitación. Me sentó en un sillón que crujía y, frente a mí, había un televisor enorme transmitiendo el fútbol. El joven me dijo que ya venía su tío. Un poco después aparece un hombre alto, con un vestido africano. En muy mal inglés me dice que lo acompañe. Era el hombre del teléfono. Entro a otra habitación, me quito los zapatos y me siento. Como se sentó a mi lado, solo pude ver su perfil. Durante toda la conversación, que no duró mucho, traté de sentir si lo que decía era cierto o no, si creía lo que me decía. No. Me había dicho por teléfono que trajera una foto de la persona en cuestión. Saqué la foto y dije: quiero olvidar a esta persona. Estaba muy sorprendido: ¿olvidar? Sí. Quiero olvidar a este hombre. Recuerdo que lloré mientras él movía algunas piedras pequeñas. Hubo un instante en el que me di cuenta de que era un estafador, pero muy inteligente. Después de terminar su cuento con las piedrecitas, me dijo lo que me hubiera dicho el mejor psicólogo del mundo: ¿por qué quieres olvidar a este señor? ¡Este hombre te ama! Eso era lo que quería escuchar. Es decir, pensé, si sabe que mi amado me quiere tanto, de lo que estoy completamente convencida, quiere decir que lo que hace es verdad. Y allí me sentí atrapada, incapaz de salir. Era demasiado tarde. Me dijo: sí, creo que puedo empezar a trabajar en tu remedio esta noche y puedes venirlo a buscar mañana, serán 250 florines. Por casualidad, tenía dinero en mi bolso. Le di el dinero. Yo había cruzado la línea de la chica intelectual que no cree en esas cosas… Al día siguiente, cuando fui a buscar la poción -recuerdo que era tarde, había una luz maravillosa en la ciudad, la gente seguía comprando-, estaba en mi bicicleta, mirando a estas personas, y comencé a llorar, pero con muchas lágrimas. ¿Por qué? Porque pensaba: Heddy, ¿por qué te esfuerzas tanto en no parecerte a todas estas personas? ¿Por qué haces estas películas que son tan complicadas, tan intelectuales? Tienes que encontrar tu sentido del humor, tienes que reírte, tienes que jugar mientras filmas. Y fue entonces que decidí dejar la ficción para hacer documentales. Tengo que improvisar, jugar más. Entonces, cuando me preguntas sobre la contradicción entre el éxito y la condición de autor, creo que es porque mis películas no son complicadas. Son complicadas de hacer, pero cuando las miras, no se nota. Una vez, en el festival IDFA, en competencia con The Underground Orchestra, escuché a alguien que decía que la película no iba a estar nominada porque no era cine de verdad. Dijo: la directora simplemente enciende la cámara y las cosas simplemente suceden. Y pensé: ¡qué gran honor! Ni siquiera se han dado cuenta del enorme esfuerzo que se hizo para que cada escena sucediera con total naturalidad. El cine de autor no tiene por qué ser necesariamente intelectual y formal. Hay un cine formal muy bonito, con un gran trabajo de imagen, como el de Johan van der Keuken. La forma para mí no es tan importante. La forma está ahí, viene naturalmente. En mi cine hay mucho trabajo de puesta en escena del que nadie se percata.
JF – Yo misma fui una de las personas que no se dio cuenta. Vi por primera vez Metal y Melancolía y pensé: ¿cómo se puede tener tanta buena suerte para que en cada taxi pase una situación así?
HH – En realidad hay un gran trabajo detrás. Pero también tuve mucha suerte. La suerte debe acompañarte, pero además debes encontrarla (coge un libro que está en la mesa de al lado). Estoy leyendo este maravilloso libro de Stephen King llamado Sobre la escritura (busca entre las páginas). Lo leeré lentamente en inglés: “Let’s get one thing clear right now, shall we? There is no Idea Dump, no Story Central, no Island of the Buried Bestsellers; good story ideas seem to come quite literally from nowhere, sailing at you right out of the empty sky: two previously unrelated ideas come together and make something new under the sun. Your job isn’t to find these ideas but to recognize them when they show up”. Hay que reconocer las ideas brillantes cuando están ahí.
JF – Hay momentos muy sorprendentes en tus conversaciones, donde haces preguntas que pueden parecer irreverentes. En Dame la Mano, a ese señor de 83 años, por ejemplo, le preguntas con toda naturalidad: ¿todavía tienes erecciones?
HH – Ah sí. Yo también me sorprendo cuando hago estas preguntas.
JF – ¿Nadie se ha molestado por tus preguntas?
HH – No.
JF – ¿Todo sucede de tal manera que la aceptan?
HH – Sí. Pero no olvides que este hombre era cubano. Si le preguntas a un holandés…
JF – ¿Pero la mujer de la película bosnia a la que le preguntas si hacía el amor con su marido, al que mataron?
HH – Con la mujer de Bosnia se hizo en dos etapas. Durante la investigación la conocí por un joven que hablaba muy mal inglés. Tuvimos charlas de dos horas cada vez. Siempre hablábamos primero de la tragedia; cada una de las protagonistas relató varias veces la muerte de sus hijos, el horror. Sabía que era algo que tenía que evitar, pero no hallaba cómo iba a decirle a los personajes que no podían seguir llorando. Esta mujer, en cambio, recordaba con gran alegría a su esposo. Decía que le pedía que lo acompañara al trabajo, lo cual es muy raro para una mujer musulmana. Se amaban muchísimo. Y le pedí al joven intérprete: pregúntale si hacían el amor. No, no puedo preguntar eso, dijo. ¿Por qué? Porque la señora es musulmana. ¿Y entonces? Estamos en una situación en la que podemos preguntarle. No, insistió. Ella se lo puede tomar mal y podríamos perder el personaje. No creo, dije. Estoy dispuesta a perderlo, así que por favor pregúntale si tuvo buen sexo con su esposo. Finalmente, él le hizo la pregunta y, cuando terminó, ella volvió su mirada hacia mí y dijo: ¡Da! (¡Sí!) con una gran sonrisa. Entonces pensé, guardaré los detalles para el rodaje. Y el día del rodaje habló de su marido, de cuánto se amaban, pero de una forma no muy buena. Terminó el rodaje, la cámara se movió para filmar otra cosa y me quedé con ella y le dije: “Fikreta, ¿por qué no me dijiste cuánto amabas a tu esposo? ¿Que te amaba tanto, que te besaba, que siempre te excitaba, que hacías tanto el amor? Si es tan hermoso, ¿por qué evitaste decir eso? ¡Qué decepción! Estaba realmente decepcionada. Todo ese esfuerzo… Me quedé sentada, encendí un cigarrillo, ella encendió el suyo, hubo un momento de silencio y luego me dijo: “Ok Heddy. Lo haré. ¿En serio, Fikreta? Sí. ¡Cámara! ¡Deja de hacer lo que estás haciendo y ven aquí! Fue increíble.
El tiempo pasa muy rápido cuando hablas con Heddy. Sus respuestas son largas y detalladas y cambia fácilmente de una historia a otra.
Alcanzo a preguntarle sobre sus primeras películas, detalles de Metal y Melancolía, Dame la Mano, Goede Man, Lieve Zoon y Forever. No parece tener prisa, parece haberse olvidado del partido de fútbol, cada vez sonríe más, incluso habla de una película que considera «una mancha en su carrera cinematográfica». Cuenta cómo logró filmar la magnífica escena final de Dame la Mano, en 35mm, donde, en una escena que dura veinticinco minutos, de un concierto de rumba cubana en New Jersey, casi todos los planos son sincrónicos.
Heddy evita hablar de su enfermedad y de su vida privada ante la cámara. Es tarde y no me atrevo a recordarle el partido de fútbol al que parece haber renunciado. Se levanta para buscar agua, seguimos discutiendo algunas películas, directores, el amor, la vida.
¡Hay que pedir la comida! Busca en internet un restaurante indio y al poco tiempo estamos comiendo unos platillos deliciosos de varios colores, con vino blanco. Ahora es ella quién pregunta. Estoy fascinada de ver vibrar su curiosidad. Terminamos de comer, pero es difícil dejar de hablar, aunque ya sean las 2:30 de la mañana. Lavamos los platos rápidamente, ordenamos todo, ella llama a un taxi que debe recogernos a las 7AM para ir al aeropuerto. Había comprado fruta para el desayuno, es una pena que tengamos que volver a Ginebra tan pronto.
Heddy se da cuenta de que olvidó su medicina. Se levanta con dificultad y toma una docena de pastillas de una enorme caja de plástico con cientos de medicamentos.
Subimos juntas las escaleras para intentar dormir unas horas. Como sólo hay un cuarto de visitas con una cama pequeña y una manta individual, decide dejarnos su habitación, con su gran cama.
No podemos evitar seguir susurrando y riendo. Si alguien nos viera, pensaría que somos tres chicas en una piyamada. Ella parece muy feliz. Nos abrazamos muy fuerte.
En la oscuridad, la veo partir lentamente hacia el cuarto de visitas, dando pequeños pasos.
Son las 4:30 am. Miro por la ventana y me doy cuenta de que estoy en el número 14 de la pequeña Joop Eijlstraat, en el barrio árabe de Ámsterdam. Voy a intentar dormir unas horas, en la habitación de la maravillosa Heddy Honigmann.