Ricardo Restrepo. Foto: Patricia Ayala.

Ricardo Restrepo y la Muestra Internacional Documental llegaron a mi vida al mismo tiempo. Así debía ser, por supuesto. Con excepción de la versión número seis, Ricardo Restrepo, “Rire”, siempre estuvo vinculado a este evento, que nació bajo la forma de un seminario, Pensar el documental, y al año siguiente se convirtió en la Muestra Internacional Documental, justo un año antes del temido cambio de milenio.

Mi relación oficial con la Muestra, así, a secas, como la llamábamos en esos tiempos, empezó precisamente en la sexta versión, la única en la que Rire no participó como director ni como parte del equipo organizador. En ese año, Ricardo Restrepo fue realizador participante y el público nacional tuvo la oportunidad de ver ese maravilloso corto de su autoría que es El hombre detrás de la cámara.

Yo, por mi parte, hice la coordinación general de un evento que no conocía y que estaba en crisis presupuestal. En ese entonces fueron la Dirección de Comunicaciones y la Dirección de Cinematografía del Ministerio de Cultura las entidades salvadoras que pusieron la escasa cifra de cincuenta millones de pesos. Entre estos aportes, y muchas otras gestiones y ayudas solidarias, logramos hacer una Muestra que concentró alrededor de ochenta películas, la mayor parte internacionales, contó con una retrospectiva de Jean Rouch, tal vez la más grande y significativa que se haya hecho en el país, albergó cinco invitados internacionales, Alfred Guzzeti y Arlindo Machado, entre ellos, y en cuatro salas, la vieja Cinemateca como epicentro, se reafirmó como el evento más importante del cine de no ficción en Colombia y uno de los más tradicionales y reconocidos del continente. El equipo organizador, liderado por Adelfa Martínez, entonces funcionaria de la Dirección de Cine, logró la hazaña de mantener la Muestra a flote en tiempos adversos, historia contada muchas veces en un país como el nuestro.

No fue fácil ni gratis. Asumir la coordinación general me llevó al insomnio, la taquicardia, la pérdida del apetito y, de paso, de la tranquilidad. Ahora pienso que alcancé a desarrollar algo así como un trastorno de ansiedad. Nunca, en adelante, en ningún área profesional, he sentido la angustia de aquellos días, esa que impide hasta respirar. Todo el que ha organizado un evento, grande, mediano o pequeño, sabe que es cierto. Se trabaja todo el año para que siete días o diez, una semana tal vez, sea la fiesta que debe ser, impecable y perfecta. La 6a Muestra no lo fue, por supuesto. Tuvimos muchos errores que nos hicieron sufrir horrores y, sin embargo, al final, el balance nos dejó a todos muy contentos. Los asistentes se quejaron de que el evento terminara tan pronto, los invitados internacionales se fueron pidiendo ser invitados otra vez y las entidades que nos apoyaron, embajadas, universidades y hasta empresas privadas, nos siguieron apoyando sin duda en los años siguientes. Increíblemente, quedaron $130 mil pesos en el rubro de caja menor.

Para la Muestra siguiente Rire retomó su papel de director y, envalentonada, yo seguí haciendo la coordinación general. Ese fue el año en el que las finanzas nos permitieron estar un poco más holgados y darnos el lujo de contar con una productora general, para entonces Erika Salazar. Por varios años, este equipo, pequeño pero corajudo, hizo sus mejores esfuerzos para consolidar un evento que ha resultado definitivo en la formación de varias generaciones de cineastas colombianos y, sobre todo, de varias generaciones de públicos entusiastas con el género documental.

Desde mi lugar de realizadora y productora siempre he manifestado que la Muestra fue el escenario que me permitió enamorarme de la no ficción, mi maestría en cine documental. Por este evento han pasado los nombres más rutilantes -Frederick Weisman, Nicolas Philibert, Alan Berliner o Lourdes Portillo, entre muchos- y las películas más esperadas y definitivas. Se ha convertido también y, por supuesto, en el momento del encuentro, de la reflexión alrededor del oficio y sus dilemas, de los asuntos de la estética y el lenguaje, de las nuevas instancias y modelos.

Catálogos MIDBO. Foto: Patricia Ayala.

La 11ª. Muestra Internacional Documental fue mi despedida como organizadora. Un par de años después Rire hizo lo mismo. Desde los comités organizadores y curadores han participado profesionales que son o se han convertido en referentes de la escena audiovisual: Consuelo Castillo, Diego Rojas, Marta Rodríguez, Diego García, Óscar Campo, Diana Cuellar y, por supuesto, nuestro querido Luis Ospina (perdón por todos los que no alcanzo a incluir y que han sido determinantes). En realidad, bastaría con recordar que la Muestra es el proyecto más emblemático de Alados, la Corporación Colombiana de Documentalistas, y que la simbiosis entre una y otros ha estado presente siempre, en los más de 20 años que la una y los otros tienen en su historial y en sus procesos.

Los equipos han cambiado, la Muestra se ha transformado. Ahora es competitiva y lleva el apellido Bogotá. La MIDBO, organizada ahora por Ana Salas y Germán Ayala, sigue demostrando con sobrados méritos que, cada vez más, este es el evento más sólido del cine documental en Colombia. Hemos empezado a contar con el número dos. Hemos llegado a la versión 21 que tuvo lugar en la nueva Cinemateca de Bogotá y que a los ojos de todos fue la fiesta impecable y perfecta del documental. Vendrán otras versiones y otros equipos. El evento se transformará como ameritan los tiempos y los vientos que vayan corriendo. Con algo de suerte y mucho de tesón y compromiso, podremos seguir diciendo: larga vida a la MIDBO.