Mientras la mayoría de los cineastas encuentra el sentido de su quehacer en levantar una cámara para grabar -ellos mismos- el mundo que ven, Natalie Adorno halló su espacio dentro del cine en el acto de poner la cámara en las manos de otros para empoderarlos.

Lo suyo ha sido la investigación y el estudio de cómo la cámara se convierte en herramienta de resistencia cultural. Durante los últimos 20 años, esta antropóloga de profesión ha trabajado con habitantes de la calle, con pueblos afro, con indígenas; ha investigado el poder del cine comunitario y ahora incursiona en el mundo de la distribución del cine local. Su especial fascinación por el litoral pacífico la ha posicionado como experta en los procesos de representación audiovisual de los afrocolombianos y es por este motivo que fue una de las invitadas de honor de la MIDBO 21. Desde la Corporación Colombiana de Documentalistas -ALADOS- quisimos acercarnos para hablar con ella.

Natalie tiene un acento que no es de aquí pero tampoco es de otro lado. Nació en Inglaterra y se crió en Francia, pero su padre es boliviano y su madre colombiana. Cuando llegó a Colombia por primera vez, a los 19 años, no sabía casi español y fue en ese momento que empezó a darse cuenta de lo importante que es conocer sus raíces, su historia y su pasado.

Uno de los pilares sobre los cuales se ha venido renovando la misión de Alados es la idea de que “región” es sinónimo de “diversidad”, de que Colombia es un país de regiones y cada región es un centro. ¿Qué opinas de esta filosofía de Alados?

“En las regiones van a encontrar expresiones diferentes, porque definitivamente allí hay unas estéticas diversas, unas maneras novedosas de contar. Es curioso pensar que, no obstante, Colombia es un país supremamente centralista; el hecho de que sólo hasta la Constitución del 91 nos reconocimos como una nación pluricultural es reflejo también de que antes nunca se pensó que la toma de decisiones pudiese ser por fuera de la capital. Por eso lo que está haciendo Alados es tan importante, para construir esa sociedad pluridiversa hay que crear mecanismos para escuchar al otro”.

Aunque su vocación de cineasta nació desde muy pequeña cuando vivía en París y pasaba horas interminables viendo la colección de VHS que tenía su mamá, lo cierto es que Natalie no compró su primera cámara sino hasta mucho después, cuando cursaba el primer año de universidad. Estudiaba antropología en la Universidad Nacional y es por esta disciplina que tomó las cámaras. La curiosidad de pensar en el lugar del otro y la necesidad de explorar su propia historia, la llevó a registrar sus primeras imágenes. Años después, ya con cámara en mano, volvería a Francia a hacer una maestría en investigación cinematográfica en la Universidad Sorbonne-Nouvelle (París) y en la Pompeu Fabra (Barcelona). Hoy, estas experiencias acumuladas le permiten reflexionar sobre la realidad del cine colombiano desde un punto de vista privilegiado.

Natalie Adorno. Foto: Talía Osorio.

¿Cuáles son tus impresiones luego de haber participado en el panel “Espejos, voces y miradas afro” en la MIDBO 21?

“Vine a hacer algo que me apasiona: reflexionar sobre la representación afro en la imagen en movimiento en Colombia. Veo que citan mucho un artículo que yo escribí ( https://journals.openedition.org/ cinelatino/260 ), pero es porque es algo muy nuevo a diferencia del audiovisual indígena y más aún en el documental.

Se ha reflexionado mucho sobre el audiovisual indígena. Por ejemplo, Pablo Mora [miembro de Alados] tiene su línea ahí y es una referencia bibliográfica para el audiovisual, pero en realidad investigaciones sobre el audiovisual afrocolombiano no hay muchas.

Fue interesante ver que había invitados de regiones, del Norte del Cauca, de Buenaventura, de Nuquí, de Palenque, y que llegaron incluso personas del Ministerio de Cultura.”

Resulta llamativo que esta mujer que fue criada en las capitales más grandes del mundo, ha venido a encontrar respuesta a las inquietudes sobre su identidad en la expresión de lo local. Ahora vive en Cali, cerca al Pacífico chocoano, donde desarrolla su ópera prima, Buscando a mi madre de Dios. Lleva diez años haciéndola y la siguiente pregunta, por supuesto, tiene que ser sobre este proyecto.

¿De qué se trata y en qué estado está el documental?

“Yo me enamoré de las comunidades afro del Pacífico y como conocía desde chiquita a Arnoldo Palacios, un escritor chocoano que llegó a Francia en el 50, entonces volver a encontrarme con Arnoldo fue la excusa de investigar sobre lo afrocolombiano. La literatura de Arnoldo tiene una particularidad y es que cuando uno lo lee se siente en el Chocó. Él es muy etnográfico, muy descriptivo. Cuando trabajé en el Chocó nadie o casi nadie conocía a Arnoldo. ¡Es increíble, diez, doce años después, el reconocimiento es ya a nivel nacional! Lo estuve grabando del 2009 al 2011. Después él murió en noviembre de 2015. En ese momento retomé al documental para terminarlo. Decidí irme a vivir a Cali. Aún no he terminado porque el capítulo de Cali se alargó, pero tengo que terminarlo el año entrante, no puedo darle más tiempo. Tiene que salir, tengo que terminarlo…”.

¿Qué líder afrocolombiano deberíamos conocer a través de una película?

“A Carlos Rua, es un líder muy grande que aportó muchísimo en la constituyente del 91 en el tema afro, es de Tumaco. Lo conocí hace como veinte años. El hijo menor hace ahora un documental sobre él.”

Pasando al escenario del cine comunitario en Colombia, ¿cuál es el aporte que hace y dónde se está viendo?

“El cine comunitario es una herramienta de comunicación que empodera, no hay duda. Hoy en día estamos todos formateados en cómo debe ser un plano, el tiempo, las imágenes, ¡todo! Yo no estoy segura de que un formato comunitario audiovisual deba ser visto por todo el público. Hay que pensar claramente cuál es el público cuando se hace algo. Es para la comunidad esencialmente.

Un caso concreto es el de los nasa, ellos han logrado hacer denuncias de atropello por parte del estado. El video ha sido un escudo que les ha permitido protegerse. Eso también se ha visto en las marchas indígenas, con videos grabados por ellos que han logrado cambiar la versión de los hechos.

Cuando estuve en el Bajo Atrato, donde se dio el éxodo de tantos afros e indígenas, usamos la cámara como herramienta pedagógica. Por medio de los videos que hacíamos con la comunidad les explicamos cómo funcionaba la ley 70. La pertenencia al territorio, la recuperación de las plantas medicinales y la recordación a los jóvenes de por qué regresaban a estas tierras, sirvió como proceso formativo.

Lo que pasa es que yo nunca me planteé ser documentalista. Siempre me he considerado, sobretodo, una investigadora social. Para mí el documental es más una herramienta de trabajo, un soporte, y no un fin.”

Natalie, además de trabajar en temas de reconciliación y de crear proyectos para la recuperación de la identidad y dignidad de las comunidades afro-descendientes, tenía marcado desde sus inicios un interés por la difusión. Cofundadora del cine club Kino&Graph, trabajó durante años en la formación de públicos. Hoy en día hace parte del equipo Distrito Pacífico, distribuidora de cine que se le mide a abrir espacios comerciales a películas que en principio no tendrían esta posibilidad.

La Sinfónica de Los Andes (Marta Rodríguez, 2018).

Hablemos de distribución…

“Creo mucho en la distribución. Hay una frase que dijo Diana Bustamante: ‘La distribución es la pata chueca que tenemos en la cinematografía colombiana’ ”.

¿Qué es Distrito Pacífico?

“Honestamente nosotros queremos competir con las películas comerciales y, por eso, nos estamos metiendo en ese rancho. Distrito Pacífico es la única distribuidora en el país que además tiene un enfoque en regiones. El nacimiento de Docco y Distrito Pacífico es casi al mismo tiempo. No hay otra distribuidora que esté domiciliada fuera de Bogotá y eso da muchas ventajas, porque es como darse cuenta de cuáles son las necesidades que la gente tiene en cada región. Cada región tiene su cantante más conocido, sus referencias de lugares más conocidos. Uno no puede conocer todas las regiones, pero lo estamos haciendo. Estamos distribuyendo ahora mismo una película de Pasto y otra colombo-venezolana, buscamos películas que inicialmente no son comerciales y volverlas comerciales es todo un arte. ¡Una aventura! El próximo año vamos a distribuir La sinfónica de los Andes [Marta Rodríguez, 2017].

Tenemos apoyo de las salas alternas -la Tertulia en Cali, la Cinemateca del Caribe en Barranquilla, el MAMM en Medellín y la Cinemateca de Bogotá-, pero hay un verdadero trabajo en salas de cine comercial. La primera película que logramos distribuir este año fue Amalia [Ana Sofía Osorio, 2019], que tuvo varias salas comerciales. Ahora viene El Amparo [Rober Calzadilla, 2019]. Lo cierto es que los exhibidores tienen compromisos con distribuidores grandes y es toda una red. Me siento un poco como David peleando contra Goliat. Ahora estoy retornando al cine comunitario y al cine independiente para volverlo comercial. Entonces, hay mucho amor al arte, porque es muy difícil, pero lo estamos logrando. ”

Nuestra charla fue corta pero inspiradora. Luego de su estadía en Bogotá, y de unos días intensos en la MIDBO, Natalie salió de nuestras oficinas y volvió a Cali. Hablar con ella fue reconocer el corazón y los intereses que nutren el camino de muchos de nosotros como documentalistas. No importa dónde estamos, siempre dejamos una semilla para otros.

Esta es la historia de Natalie Adorno. ¡Le deseamos suerte en el camino de la distribución y esperamos ver su película terminada muy pronto!

Proyección La Sinfónica de Los Andes en la Cinemateca de Bogotá (2019). Foto: archivo Distrito Pacífico.