Foto: Archivo MIDBO (2018).

La Muestra Internacional de Cine Documental ha sido una escuela en el ver para toda una generación de documentalistas colombianos del siglo XXI. Cuando inició, a finales del siglo XX, se aglutinó una generación de realizadores que, con o sin estudios cinematográficos, querían confrontar los medios hegemónicos a través de los testimonios de aquellos que nunca estaban en las pantallas, que deseaban hacer visible lo que había sido invisibilizado, que deseaban encontrar un sentido distinto a una telerealidad que aparecía espectacular y desmembrada, un collage frenético de matanzas, explosiones, pasarelas, melodramas, spots publicitarios y notas periodísticas en los noticieros, que estimulaban el consenso conservador, el odio al pensamiento. Desde la televisión pública se alentó el escrutinio de rincones del país rural y urbano con la ilusión de ir más allá del espectáculo televisivo, a través de formas improvisadas, en la mayoría de los casos, con el anhelo no confesado de transformar el cine y la televisión colombiana en su estructura, en su ética y en sus prácticas.

Cuando comencé a ver documentales en la Muestra Internacional Documental había estado en la dirección del programa de documental televisivo Rostros y Rastros y había hecho más de diez documentales de media hora y creía que era necesario establecer enlaces entre todas las personas que estábamos haciendo cosas parecidas en el país. Después de varios años sin posibilidades de hacer cine de ficción en Colombia (se hicieron solamente 19 largometrajes en los años 90), muchos habíamos encontrado un soporte en la tecnología de video, que nos posibilitaba hablar libremente, de meternos en recodos a los que no hubiera sido posible llegar con el aparataje técnico, institucional e ideológico del cine de ficción. Ya había realizado varios cortos de ficción en 16 mm, el duro aprendizaje, y hacer documentales fue para mí zafarme del peso de ser yo mismo y tratar de decir algo nuevo y estimulante alejándome de los desvaríos narcisistas que implicaba hacer un largometraje en 35 mm. Había cogido el gusto de tratar de comprenderme entendiendo la vida de los otros. Después de tantos años haciendo el mismo intento, he fracasado una y otra vez. Pero sigo en el intento.

Con la MIDBO nos llegaron las películas de Frederic Wiseman, de Patricio Guzmán, de Juan Carlos Rulfo, de Avi Mogravi, de todo el repertorio pasado y de lo que estaba sucediendo en el centro de la escena documental global. Era la magia esperada, la maravilla que se presentía y que fue posible por el trabajo de Ricardo Restrepo, Diego García, Clarisa Ruiz, Adelfa Martínez, Catalina Villar… gracias. Se trataba de estimular el gesto de aproximarse a las duras realidades del país, inscribiéndolo en otros gestos más amplios y colectivos, de encontrar espejos en los que podíamos ver otras prácticas concretas en su acercamiento a lo real. Y aparecieron preguntas nuevas, interrogaciones sobre el lugar desde donde se hablaba, desde qué realidad practicada, desde qué posición de poder, de la validez del testimonio y, más tarde, cuando la guerra se agudizó en gran parte del territorio colombiano, de las tomas de posición frente a un momento crítico en el que se estaban definiendo muchas cosas del país. Pero, casi simultáneamente, llegó el formateo para el documental en la televisión pública. El lenguaje de la empresa capitalista especializada pasó a ser el lenguaje de todos. El formateo sistemático de ficciones y documentales, como la palabra lo indica, busca la sumisión voluntaria a las normas del espectáculo global para el entretenimiento y la distracción, con el fin también de someter al espectador, encerrándolos en retóricas narrativas, estructuras explicativas y formas de imagen-texto que modelan formas de actuar y pensar; formas tranquilizadoras que domestican lo subversivo, lo transgresor, depurándolo de peligros. A este esfuerzo de regulación de las conciencias se contestó con el trabajo de algunos documentalistas empecinados en acercamientos políticos al documental, tanto en sus contenidos como en sus formas. Y la MIDBO ha sido siempre una tribuna en la que se han expresado aquellos que no han suscrito el pacto de retirada. Ahora ha llegado una nueva generación a la MIDBO, en medio de un torbellino de imágenes y sonidos que van de pantalla en pantalla, en una pulsión escópica acelerada por las mil máquinas de lo visible. Y su consigna debería ser la lanzada por Jean-Louis Commoli: “Salvar al cine contra él mismo, evitar que ruede por la pendiente fatal del espectáculo”.

Foto: Archivo MIDBO (2018).