Editorial

Apenas se había posado la guacamaya sobre el kayak cuando los ojos de Nanook, el  inuit a la deriva, seducidos por el desfile de paisajes, colores, personajes, dramas y  acertijos desplegados a cada golpe de remo en su involuntario pero obligado viaje, adquirieron una súbita expresión de sorpresa al  constatar que el planeta, repentinamente,  se cubría con un manto  de pánico. Vio millones de personas apresuradas regresando a sus casas y cerrando afanosamente las puertas y ventanas. Escuchó sirenas de ambulancias abriéndose paso entre el desconcierto ciudadano en su afán por llegar a los dispensarios y hospitales, y vio camiones transportando arrumes de ataúdes de madera y de cartón hasta camposantos improvisados en lotes aledaños a los cementerios de siempre, pues sus tumbas ya estaban saturadas. Entre calles vacías escuchó gemidos de dolor, suspiros moribundos e intermitentes piticos de respiradores artificiales  controlados por humanos envueltos en túnicas blancas  y caras protegidas con máscaras transparentes.  Nanook alcanzó a diferenciar entre reflejos la impotencia en los ojos y unos parches tapa-rostros que, a gritos osados, vendedores ambulantes ofrecían con el reductor título de tapabocas. De los centros de poder salían edictos,  recomendaciones, amenazas y súplicas para que la gente no volviera a aproximarse a sus familiares, amores o vecinos.

Que se laven las manos, que no se toquen la nariz ni los ojos, que guarden la calma, que a cualquier estornudo, tos o síntoma de fiebre o cansancio acudan al galeno. A medida que en la prensa, las plataformas y redes sociales,  el internet y  las televisiones se promulgaban los planes de emergencia para contener la expansión del virus SARS-CoV2 causante de la infección Covid 19, y las curvas -en desbocado ascenso daban cuenta del número de muertos e infectados-, en el planeta entero, Nanook y toda la  humanidad, diversa y dispersa , comprendimos que  durante un período indefinido compartiríamos las consecuencias  de una nueva pandemia, y que oficialmente  nuestro comportamiento estaría regido con el común denominador de “el pánico de lo real”. 

En La pesadilla de Nanook, la revista de Alados, somos conscientes del peso histórico de este período. Por eso decidimos construir, en el segundo número, un dossier  temático en el que dialoguen textos e imágenes de  documentalistas y escritores apasionados del audiovisual de la no ficción. Propusimos a nuestros  colaboradores colombianos y de otros países de Latinoamérica privilegiar la crónica o el relato reflexivo en primera persona, que den cuenta de cómo ha sido documentar o vivir la profesión durante la pandemia. Gracias a su generosidad podemos presentar en el cuerpo de la revista artículos relacionados con el impacto que la situación produjo entre quienes consideran que “lo natural” en lo documental es  la relación con el mundo exterior y, repentinamente, se encuentran encerrados en un micromundo donde los espejos y las ventanas parecieran tomar una dimensión privilegiada; textos que relatan los tropiezos y peripecias de viajeros atrapados en el otro lado del mundo en su afán por regresar a su tierra, y textos de la itinerancia de comunidades indígenas expulsadas de sus refugios urbanos al inicio de la pandemia;  textos que dan un panorama sobre las limitaciones, invenciones, protocolos y rituales que la crisis sanitaria ha exigido rediseñar en los manuales de procedimiento de los diversos oficios o procesos del quehacer documental: del cómo, quienes trabajan en la concepción,  realización, producción,  fotografía,  distribución y exhibición, han sido impactados y respondido para mantenerse activos ante el enemigo invisible; incluso, cómo ha sido el acontecer en la academia, que en su afán por cumplir con su misión y calendario, tuvo que recurrir cotidianamente al mosaico animado del “zoom”, colocando a maestros y alumnos en las insospechadas consecuencias de las relaciones virtuales. Incluye esta edición, por supuesto,  el acercamiento a la enfermedad en carne propia -como humanos, los documentalistas no éramos ni seremos inmunes a la peste-:  un conmovedor relato nos presenta el doble calvario que deben recorrer los infectados entre la enfermedad y las incongruentes, en ocasiones,  políticas de los sistemas de salud del tercer mundo. .  

Por supuesto que contamos con reseñas de películas recientes. Aquí fuimos más abiertos en nuestros principios editoriales: no solo se referencian documentales de realizadores chinos sobre los primeros meses en Wuhan, la cuna de la pandemia, sino que, a sabiendas de que el mundo sigue y son múltiples los aspectos que la realidad cobija, invitamos a participar en la revista al comité de selección de la 23 Muestra Internacional Documental de Bogotá MIDBO 2021. ALADOS celebra la cooperación  de la  Muestra y  La pesadilla de Nanook: bienvenida la interacción entre las iniciativas de nuestro gremio. 

La portada del primer número exhibía el subtítulo La seducción de lo real; en este, acordes al tono que el virus impuso en el planeta, lo modificamos por El pánico de lo real. Esta variación se convierte en un principio de funcionamiento a futuro: en cada edición, en función del acontecer social, planetario y político, le daremos una denominación acorde al estado de ánimo dominante. Este número, aparte de ser un documento de reflexión sobre lo documental,  tiene en sí mismo un carácter de documental y es un documento histórico que consideramos coleccionable por nuestros lectores. Este aparente juego de palabras es un buen acertijo para mantener viva la discusión, indagación sobre ese término –documental–  que durante tanto tiempo ha unido la labor de quienes exploramos audiovisualmente lo real y que hoy en día, con su incontenible incursión en la academia, tanto se cuestiona y hasta se considera “problemático”.  

Agradecemos a EGEDA la colaboración para llevar a buen término esta edición. 

Nos sentimos felices de seguir remando y entregar al lector este nuevo esfuerzo de la comunidad Alada. Disfrútenlo y difúndanlo. Y que la salud nos acompañe.

Diego García Moreno